Un discernimiento evangélico según lo más urgente, oportuno y eficaz
“La vida no es un cuadro en blanco y negro: es un cuadro en color. Unos claros y otros oscuros, unos apagados y otros vivos. Pero aún así, prevalecen los matices. Y este es el espacio para el discernimiento”. Esta es una frase del Papa Francisco, pronunciada el 9 de febrero del 2017.
Como toda palabra fantástica y fascinante, el discernimiento puede tener resultados positivos o negativos según cómo se use la palabra.
El primer resultado es el de un camino personal y eclesial eficaz que conduce a decisiones y acciones que están en línea con el Evangelio.
El segundo resultado es el del inmovilismo personal y eclesial. El discernimiento en este caso se convierte en una escucha sin fin, en un continuo ejercicio interior y comunitario de las razones para elegir hacia dónde ir, en un continuo proceso de evaluación infinitamente prolongado en el tiempo, sin decidir nunca nada. Se permanece en un limbo personal y eclesial, no de indecisión, sino de miedo a decidir, un limbo donde prevalece la no-decisión.
Tengo la impresión de que la Iglesia, incluso de cara a la segunda sesión presencial del próximo Sínodo, hará un gran discernimiento prolongado en el tiempo y luego quizá no decida en qué dirección ir.
Quiero intentar captar el tema del discernimiento personal y eclesial desde otro punto de vista. El de un santo de ahora que amo tanto: Antonio María Claret. Veo la historia del Padre Claret como la historia de un hombre en continuo discernimiento para llegar a identificarse con Dios, con Cristo, con su Evangelio y su Reino. Un continuo movimiento de búsqueda, de confrontación con la propia Iglesia, un discernimiento hecho de dura oración para comprender hacia dónde ir y qué hacer en cada momento y circunstancia de su vida.
Leyendo su Autobiografía, no percibo al Padre Claret como un hombre atormentado en su búsqueda interior, que nunca se decide, sino como un hombre asido por el amor a Dios y a los hombres, dentro de un dinamismo continuo que le lleva cada vez más lejos en la vida. El suyo es un discernimiento impaciente. Yo diría que a veces su discernimiento se vuelve peligroso en el sentido de que le lleva a opciones decididas, valientes, radicales. Es un discernimiento que decide en última instancia.
E incluso cuando no recibe respuestas inmediatas de los que le ayudan a comprender qué hacer y adónde ir, el Padre Claret ya sabe adónde ir, qué hacer, y la dirección es siempre hacia Dios y hacia sus hermanos. Es un discernimiento obediente y al mismo tiempo emprendedor, que quizás al final sólo responde al Evangelio y a su corazón que se adhiere cada vez más intimidantemente al amado de su corazón que son Jesús y su Madre, María.
Su discernimiento nunca es sólo espera, sino que es ese movimiento espiritual que le permite construir las condiciones para que se realice lo que siente en su corazón como adhesión al Evangelio. Como he dicho, es un discernimiento que se mueve en esa cresta estrecha y peligrosa que es la obediencia que espera y el dinamismo que hace. Yo diría que el Padre Claret, más a menudo situado en esta cresta entre la obediencia y el hacer, cae del lado del hacer evangelizador y misionero.
En este momento en que la Iglesia tiene ante sí el gran tema de un cambio de época, más aún, de una época cambiada, tener el coraje de un discernimiento dinámico que inventa a costa de parecer desobediente, lo veo como la continuación de la profecía de San Antonio María Claret. Es un discernimiento en movimiento, dinámico, que busca, decide y prueba caminos nuevos, me atrevería a decir experimentales, que van también hacia lo desconocido y quizás incluso hacia el fracaso, pero que ciertamente ponen algo en marcha.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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