El hombre está a salvo en manos del Señor -Lucas 21, 5-19-
“Seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros; seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida”.
El Evangelio adopta un lenguaje, imágenes y símbolos del fin del mundo; evoca un torbellino de astros y planetas en llamas, la inmensidad del cosmos que se consume: sin embargo, no es esto lo que apasiona el discurso de Jesús.
Como en una toma cinematográfica, la cámara de Lucas comienza con un plano general y luego, con un zoom, reduce progresivamente la visión: busca a un hombre, un hombre pequeño, a salvo en las manos de Dios. Y continúa, hasta enfocar un solo detalle: ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá. Entonces, lo que Jesús deja entrever no es el final del mundo, sino el fin del mundo, de mi mundo.
Hay una raíz de destructividad en las cosas, en la historia, en mí, la conozco demasiado bien, pero no vencerá: en el mundo entero también está presente una raíz de ternura, que es más fuerte. El mundo y el hombre no acabarán en el fuego de una conflagración nuclear, sino en la belleza y la ternura.
Un día no quedará piedra sobre piedra de nuestras magníficas construcciones, de las pirámides milenarias, de la magnificencia de San Pedro, de…, pero el hombre permanecerá para siempre, fragmento a fragmento, ni siquiera el más pequeño cabello se perderá. Es mejor que se derrumbe todo, incluidas las Iglesias, incluso las más artísticas, que se derrumbe un solo hombre, esto dice el Evangelio.
El hombre permanecerá, en su totalidad, detalle tras detalle. Porque el nuestro es un Dios enamorado. A cada descripción del dolor le sigue un punto de ruptura, donde todo cambia; a cada giro de destrucción le sigue una palabra que abre la rendija de la esperanza: no temáis, no es el fin; ni un solo cabello se perderá...; levantaos...
Qué hermosa es la conclusión de este Evangelio, esa última línea brillante: levantaos, alzad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca. De pie, con la cabeza alta, los ojos altos, libres, profundos: así ve el Evangelio a los discípulos. Levantad la cabeza y mirad lejos y más allá, porque la realidad no es solo lo que parece: continuamente viene alguien cuyo nombre es Libertador, experto en nacimientos.
Mientras la creación asciende en Cristo al Padre en el arcano destino todo es dolor de parto: ¡cuánto morir para que nazca la vida! El mundo es un llanto inmenso, pero también es un parto inmenso. Este mundo lleva otro mundo en su seno.
Pero cuando venga el Señor, ¿encontrará aún fe en la tierra? Sí, sin duda. Encontrará mucha fe, muchos que han perseverado en creer que el amor es más fuerte que la maldad, que la belleza es más humana que la violencia, que la justicia es más sana que el poder. Y que esta historia no terminará en el caos, sino en un abrazo que se llama Dios.
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