Ni un solo cabello se perderá en la nada -Lucas 21, 5-19-
¿Dónde está la buena noticia sobre Dios y el hombre en este Evangelio de catástrofes, en este destello de espadas y planetas que caen? Si escuchamos con atención, nos damos cuenta, sin embargo, de un ritmo profundo: a cada imagen del fin se superpone el brote de la esperanza.
Lucas 21,9: cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterroricéis, no es el final; en los versículos 16-17: seréis encarcelados, traicionados, matarán a algunos, seréis odiados, pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá; y de nuevo en los versículos 25-28: habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia y temor: pero levantaos y alzad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca.
A cada descripción del dolor le sigue un punto de ruptura, donde todo cambia, un giro que abre el horizonte, la brecha de la esperanza: no temáis, no es el fin; ni un cabello...; levantaos...
Más allá de los profetas engañosos, más allá de las guerras y las traiciones, incluso cuando el odio se extienda por todas partes, he aquí esa expresión conmovedora: ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá; duplicada en Mateo 10,30: todos los cabellos de vuestra cabeza están contados, no temáis.
Llegarán días en los que, de lo que veis, no quedará piedra sobre piedra. No hay nada que sea eterno. Pero el hombre sí, es eterno. Las estrellas se apagarán antes de que tú te apagues. Las piedras serán destruidas, pero tú seguirás estando a salvo en la palma de la mano de Dios.
No quedará piedra sobre piedra de nuestras magníficas construcciones, pero el hombre permanecerá, fragmento a fragmento, y ni un solo cabello se perderá; el hombre permanecerá, en su totalidad, detalle a detalle. Porque Dios, como un enamorado, cuida cada detalle de su amado.
Lo que debe quedar grabado en el corazón es la última línea del Evangelio: levantaos, alzad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca. De pie, con la cabeza alta, los ojos libres y luminosos: así nos ve el Evangelio a los discípulos. Levantad la cabeza, mirad más allá: la realidad no es solo lo que se ve, viene un Libertador, experto en la vida.
El Señor que es la espera y el gemido de las cosas, que viene y vive en el corazón del hombre, está a la puerta, está aquí, con las manos enredadas en la espesura de la vida, trae luz al corazón del universo, trae el don del valor, que es la virtud de los comienzos y del primer paso; trae el don de la paciencia, que es la virtud de vivir lo inacabado en nosotros y en el mundo.
Muchos puntos de referencia caen en el mundo, pero también se anuncian los primeros indicios de la primavera. Este mundo lleva otro mundo en su seno. Cada día hay un mundo que muere, pero cada día también hay un mundo que nace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario