martes, 21 de enero de 2025

Esbozo de una relectura pastoral en nuestra Iglesia.

Esbozo de una relectura pastoral en nuestra Iglesia 

En nuestra práctica pastoral experimentamos a menudo - no sin sufrimiento - la paradoja de una Iglesia que, nacida para anunciar y preparar la venida del Reino, esencialmente orientada hacia el futuro, es percibida por muchos como una reliquia melancólica del pasado. Es decir, una realidad que parece incapaz de ofrecer una palabra para el individuo moderno que vive en ambientes profundamente secularizados, en los que es difícil encontrar respuestas religiosas a sus preguntas. 

A veces se tiene la impresión de que se predica un Evangelio que ya no es el de Jesús, que fue capaz de penetrar los corazones y tocar el horizonte emocional y proyectual de las personas que encontró. Las suyas eran respuestas concretas a problemas reales y no pre-envasadas ni obvias. Las respuestas de Jesús tenían un sabor particular, olían a futuro, a un mañana sorprendente, capaz de indicar posibilidades inesperadas. 

Es el «pragmatismo gris de la vida cotidiana de la Iglesia – afirma el Papa en Evangelii gaudium – en el que todo aparentemente transcurre con normalidad, mientras que en realidad la fe se desgasta y degenera en mezquindad. Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco transforma a los cristianos en momias de museo» (n. 83). La solución – afirmó Benedicto XVI a un grupo de obispos franceses en visita ad limina – no puede confiarse sólo a cuestiones organizativas, por importantes que sean: «Se corre el riesgo de poner énfasis en la búsqueda de la eficacia con una especie de "burocratización de la pastoral", centrándose en las estructuras, la organización y los programas, que pueden volverse "autorreferenciales", para uso exclusivo de los miembros de esas estructuras. Esto último tendría entonces poco impacto en la vida de los cristianos que se han distanciado de la práctica regular». 

Es necesario un cambio de paradigma: de la transmisión "unidireccional" de la fe al descubrimiento común, en plena armonía con el estilo sinodal de la Iglesia. Si lo miramos más de cerca, no se trata de una innovación, sino de un comienzo desde el estilo de Jesús y la experiencia de los inicios del cristianismo. En este sentido, algunos teólogos hablan desde hace unos años de una pastoral generativa. Ya no basta con preservar las experiencias pastorales, sino que es necesario cuidar una dinámica generativa capaz de conducir a las comunidades eclesiales hacia estilos de vida renovados por el Evangelio. 

El trabajo que nos espera es el de de-construir modelos rancios y asfixiados, relanzar y narrar lo humano marcado por Jesús, a través de enfoques verdaderos, concretos y ricos en humanidad. Convertirse en generativo desplaza necesariamente la atención del hacer al ser y requiere un corazón enamorado, apasionado, lleno de deseo, dispuesto a implicarse y entregarse. 

Una evangelización capaz de impactar y trazar caminos ricos en autenticidad no puede confiarse a la espontaneidad, sino que requiere también una reflexión teológica adecuada, que sea capaz de encarnar un estilo capaz de leer los tiempos, no de adaptarse, sino de encontrar caminos de reflexión que sepan alimentar. La vida cristiana como respuesta a los desafíos de hoy. 

Basta comprender que una pastoral que genera fe no se preocupa principalmente por salvaguardar la institución y sus estructuras: lo que le importa son, ante todo, las personas. Se trata de descubrir un estilo diferente de hacer pastoral para que nuestras acciones eclesiales conserven (o devuelvan, en algunos casos) su poder intrínseco de generar fe y educar en la fe. No se trata de ir hacia otras cosas y hacer cosas nuevas, sino de decirlas y hacerlas nuevas. Preguntarnos, en definitiva, si lo que hacemos realmente abre el camino al encuentro con Cristo. 

1.- No entendemos la importancia de la comunicación para nuestras vidas hasta que falta. La misión de la Iglesia se ha visto enormemente desafiada por la explosión de las comunicaciones en el siglo XX. La acción pastoral está llamada a afrontar este nuevo fenómeno, nuevo areópago, a través del cual se ha creado la cultura contemporánea. El punto central sobre el que reflexionar no es, evidentemente, el derecho-deber de la misión de la Iglesia. El punto central está en la reflexión a completar sobre si esta acción misionera, que expresa la naturaleza de la existencia de la Iglesia, puede seguir realizándose a través de la categoría comunicativa de transmitir o si la acción misionera debe modelarse a través de categorías comunicativas que respeten la naturaleza antropológica de la comunicación misma. En términos más simples: ¿puede la misión de la Iglesia limitarse a la única acción de comunicación unidireccional (la Iglesia habla a las personas) o debe asumir absolutamente el modelo completo de comunicación: el modelo bidireccional (la Iglesia dialoga y busca junto con los seres humanos. 

2.- En un sistema relacional cada vez más dinámico y cambiante, hoy la fractura entre generaciones ha puesto en crisis el modelo de transmisión y es evidente el malestar de muchos a la hora de iniciar a los niños y jóvenes en los sentidos de la existencia. El de los adultos, de hecho, es un universo en crisis, atormentado por preguntas pesadas e incógnitas, resultados fallidos, halagos juveniles, deseos de reconstrucción y de mayor tranquilidad. Durante un evento como la reciente pandemia, los lugares educativos por excelencia, como la escuela y la familia, vivieron vacíos, dinámicas y tensiones sin precedentes. La educación a distancia y el trabajo inteligente han abierto muchas cuestiones que abordar y el panorama educativo también parece ser un terreno de construcción más abierto que nunca. Nos corresponde a nosotros transformar las pérdidas en nuevos comienzos y educar en la esperanza, con una actitud de confianza en el futuro, interpretando el presente como un momento propicio para el cambio del ser humano y del mundo. 

3.- En su enseñanza, el Papa Francisco - para alertar contra las visiones culturales "absolutistas" - recordando a Romano Guardini, se refiere a menudo al llamado "pensamiento incompleto", es decir, aquel que te lleva hasta un cierto punto, pero luego te invita a contemplar en primera persona. Crea un espacio para que encuentres la verdad. Un pensamiento fructífero siempre debe ser incompleto para dejar espacio a desarrollos posteriores. Es un tipo de pensamiento que permita atravesar los conflictos sin quedar atrapado por ellos. El teólogo que se deleita en su pensamiento completo y concluido es mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto a la luz de Dios y de la verdad. Cruzar fronteras sin quedar atrapados es lo que todos deberíamos querer hoy. 

4.- El individuo moderno se ha vuelto analfabeto, ya no sabe leer los símbolos, casi ni siquiera sospecha de su existencia. Esto sucede, por ejemplo, con el símbolo de nuestro cuerpo: basta ver la forma paradójica en que es tratado, ahora cuidado de forma casi obsesiva persiguiendo el mito de la eterna juventud, ahora reducido a una materialidad a la que se le niega toda dignidad. El caso es que no podemos dar valor al cuerpo partiendo sólo del cuerpo. Todo símbolo es al mismo tiempo poderoso y frágil: si no se respeta, si no se trata como lo que es, se rompe, pierde fuerza, se vuelve insignificante. La pregunta que nos hacemos es, por tanto, ¿cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo puedo volver a saber leerlos para vivirlos? Sabemos bien que la celebración de los sacramentos es - por la gracia de Dios - eficaz en sí misma (ex opere operato), pero esto no garantiza la plena implicación de las personas sin una manera adecuada de abordar el lenguaje de la celebración. La lectura simbólica no es una cuestión de conocimiento mental o adquisición de conceptos sino que es una experiencia vital. 

5.- El difícil contexto contemporáneo - en el que los creyentes están llamados a dar su testimonio de la hermosa palabra del Evangelio (fin del cristianismo, secularización, pluralismo) - nos invita a repensar no sólo los métodos de anuncio, sino también sobre qué imagen de la Iglesia orienta la acción pastoral. La clave para mantener juntos a la Iglesia, su misión y nuestro tiempo se encuentra en el tema del "don para la vida del mudo". 

6.- La "pastoral generativa" no indica un "nuevo" modelo pastoral, sino más bien una manera de volver al principio mismo de la acción pastoral eclesial. Depende de la convicción de que existe una analogía bien fundada entre la generación de la vida humana y la generación de la vida de fe; de la idea de que entre el acceso de alguien a su humanidad, gracias a la acción de quienes lo generaron, y el acceso a la fe, gracias a la presencia de otro creyente, existe una relación que podríamos decir es intrínseca. Basta comprender que una pastoral que genera fe no se preocupa principalmente por salvaguardar la institución y sus estructuras: lo que le importa son, ante todo, las personas. 

7.- En el ritual, narrar no es sólo recordar, sino generar un revivir, como sucede en la Hagadá, texto de la celebración judía de la Pascua: la liberación de Egipto se "revive" en el don de la libertad que se vive. Nuestras liturgias son una acción simbólica, narrativa, que en sí misma tiene una capacidad performativa, que lleva a los fieles al corazón del misterio de la fe. 

8.- La catequesis revisa su actitud tradicional de transmisión única y acepta el desafío de exponer su mensaje al juego de las relaciones entre sujetos comunicativos. Entiende que debe comunicar más, que la validez de su mensaje no se ve comprometida por un enfoque ligado a la emoción y la sensibilidad. Entiende que la "competencia comunicativa" de sus operadores puede facilitar tanto la transmisión, como la comprensión e interiorización del propio mensaje. Finalmente, entiende que incluso la construcción de la comunión de la comunidad se ve beneficiada por una relectura comunicativa de su ministerialidad. 

9.- En el sentimiento común, la caridad se reduce a la limosna. El Papa Francisco en Fratelli tutti (n.186) advierte contra este peligro. ¿Qué estrategias, métodos y estilos permiten no generar dependencia y clientelismo y al mismo tiempo no olvidar a nadie y, de hecho, potenciar la singularidad que cada persona lleva consigo? ¿Cómo podemos hacer espacio en nuestras comunidades para la contribución de la persona en dificultad, fomentando un enfoque de empoderamiento y expresión, reconocimiento y desarrollo de los propios recursos para alcanzar una nueva autonomía? 

10.- Ser humano en una era de hiper-conexión significa activar un proceso que se inspira en el paradigma de la comunicación generativa, hacia un proyecto de experiencia cristiana de la vida cotidiana, en la jornada laboral, entendida como el espacio de la fe, la escuela de la sobriedad, el ejercicio de la paciencia, una oportunidad silenciosa para amar y ser fiel de manera auténtica. Desde el día laborable, según el teólogo Karl Rahner, hasta lo inédito. 

Y quiero finaliza estas líneas con otro esbozo sobre la sinodalidad. 

La centralidad del tema conciliar de los "signos de los tiempos" como verdadero lugar teológico de fe, al que incluso la Iglesia institucional debe su obediencia, me parece un notable punto de partida para el esbozo de mi reflexión sobre el futuro eclesial. 

Activar la relevancia de los lugares teológicos en la Iglesia va de la mano de la significatividad de su sinodalidad. Y viceversa: pretender precisamente desactivar los lugares teológicos lleva consigo descomponer la sinodalidad en la Iglesia. Lo sigo entre paréntesis: no entiendo el sentido de fe del Pueblo de Dios, que discierne los "signos de los tiempos", como una forma encubierta de una entrega o rendición de la verdad cristiana al espíritu de los tiempos. 

El entramado de los lugares teológicos apunta precisamente a impedir el carácter absoluto o la soledad del magisterio episcopal (o de cualquier otro lugar, incluso de la "sola Escritura" -cuya normatividad indisponible, de la Escritura precisamente, nunca ha sido formalmente puesta en discusión por el Iglesia Católica, aunque fue relegada al papel de mera pro forma desde el Tridentino hasta el Concilio Vaticano II). Cuando el Magisterio episcopal se ejercita y piensa como guardián exclusivo, sin dejarse instruir por otros lugares teológicos, deja de ser uno de ellos, es decir, deja de tener valor normativo para la fe y se reduce a ser un simple aplicación de un poder no teológico, es decir, meramente mundano. 

Los lugares teológicos son válidos como tales en el sentido de que forman un tejido testimonial que no puede descomponerse en sus elementos individuales, asumiendo que uno o algunos son más indefectibles que otros. Cuando esto sucede, el tejido de los lugares teológicos se rompe y la fe católica ya no tiene soportes reales para que su creencia pueda ser concretamente una fe en Jesús, el unigénito entre muchos hermanos y hermanas, la última palabra de Dios. Cuando esto sucede, esa palabra ya no es definitiva sólo respecto a su contenido, sino que ya ni siquiera puede oírse: es como si no lo fuera. 

No hay cristianismo sin discernimiento, precisamente porque esa Palabra sigue hablando y quiere ser escuchada – por todos, hoy, en todas partes –. El tiempo y el lugar (lo que comúnmente llamamos historia) no son, por tanto, irrelevantes para que la Palabra resuene y sea percibida por hombres y mujeres. Y ha sido así desde el principio, hasta el núcleo incandescente de esas Escrituras que veneramos como sagradas, libres de nuestra manipulación. 

Y el entrelazamiento original entre el Verbo (de Dios) y la historia (humana) se hizo carne: es decir, no permaneció externo a este mestizaje constitutivo: más bien, se identificó con él como modo de su propia verdad; de modo que la apariencia de la verdad es condición de su confiabilidad y justicia para cada mujer y cada hombre del mundo. De hecho, es la cualidad la que decide la dignidad de esa misma verdad. Originariamente, la "lógica o regla de la encarnación" es compleja, de modo que sólo una pluralidad conjunta de lugares puede dar testimonio de su existencia entre nosotros después de que ya no esté aquí con nosotros. 

Pero no sólo es complejo, sino también dinámico, como nos recuerda Juan: "Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por sí solo, sino que hablará todo lo que oye, y os dirá lo futuro. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que el Padre posee es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn 16,13-15). 

Toda verdad es algo abierto y siempre ausente; algo a lo que somos introducidos por la voz del Espíritu, cada vez de nuevo, cada vez de manera diferente: por una palabra sin contenido, un sonido, un soplo sobre el cual no tenemos control, que escapa al conocimiento y la anticipación. 

Entre la verdad que fue y la verdad entera hay una brecha que ningún poder (ni siquiera el del Magisterio episcopal) puede superar. "Signos de los tiempos" es el nombre que el Vaticano II dio a esta brecha, a esta falta de poder de la Iglesia. Si nos referimos a ellos en nombre del poder, sea clerical o laico, se destruye el contorno que los hace apreciables como tales: es como si ya no existiera esa brecha que distingue el tiempo después de Jesús: la falta de Aquel que enciende la posibilidad de toda la verdad. 

Por este motivo, los "signos de los tiempos" deben ser tratados con cuidado y sin arrogancia por todos, incluidos el Magisterio episcopal. Porque nadie puede superarlos. Pero precisamente por eso la Iglesia no puede existir sin los "signos de los tiempos", si también ella, como institución, quiere ser presentada a toda la verdad que todavía falta y que siempre faltará. Y tal vez sea precisamente esto lo que teme el poder de y en la Iglesia: encontrarse carente de aquello que la hace existir. 

De ahí la grande tentación del poder de desacreditar inmediatamente los "signos de los tiempos" no viendo en ellos más que la máscara diabólica del espíritu de los tiempos (juzgado a priori contrario a toda verdad, sin discernimiento previo): prefiriendo el señorío sobre la verdad a toda la verdad (aún faltante, procedente del futuro anterior que es el tiempo de Dios). 

Al desactivar el poder establecido, los "signos de los tiempos" abren la posibilidad de escuchar toda la verdad, acto inagotable y nunca consumado de la inspiración del Espíritu. Porque el Espíritu es el soporte de la falta sobre la cual ningún poder puede dominar. Y la sinodalidad es el primer paso de una Iglesia que se abre a esta desactivación del poder y de la dominación, que quiere decididamente habitar la carencia a la espera de la llegada de toda una verdad a la que sólo se puede aspirar a que resuene también para ella. 

No se trata sólo de un enorme proceso de conversión personal y comunitaria, sino también de una reconstrucción radical de la Iglesia y de sus estructuras institucionales -en forma de una doble aproximación: al acontecimiento mesiánico de Dios atestiguado por las Escrituras, por un lado; y a toda la verdad que viene, y por tanto aún falta, que se mueve en la armonía de los soplos del Espíritu, por el otro lado. En realidad, habrá que aprender cristianamente en esta aproximación y en esta provisoriedad que es la ausencia y la distancia que ayude a generar y alumbrar la Iglesia que está por venir. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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