martes, 21 de enero de 2025

La fe cristiana desde la frontera.

La fe cristiana desde la frontera 

Vivir una vida totalmente conforme a las enseñanzas del Evangelio no es fácil. Quienes lo hacen, o lo intentan, a menudo tienen que pagar un precio muy alto en términos de incomprensión, aislamiento social, soledad moral. El Evangelio es la profecía de un mundo bueno hacia el que intentamos tender a lo largo de la historia, sin alcanzarlo nunca pero sin perderlo de vista. Por eso la mirada del cristiano se dirige al futuro, mientras su acción se implica intensamente en la vida cotidiana. Impulsados por el Espíritu que sopla donde quiere, estos cristianos abandonan el territorio seguro de la mentalidad común, se empujan con temeridad confiada más allá de las barreras de su entorno social y religioso y transforman las fronteras, que por su naturaleza separan y encierran, en fronteras de una tierra abierta, poco conocida e incluso peligrosa si se quiere, donde es posible encontrar y testimoniar el amor de Dios a través del amor al ser humano que siempre es hijo, hermano y prójimo (las tres categorías evangélicas de todo ser humano, de cualquier ser humano). Algunos, para hacerlo, deben cruzar océanos y desiertos, otros sólo necesitan abrir los ojos a la realidad que les rodea. Con sus acciones hacen avanzar a la Iglesia, siempre demasiado cautelosa a la hora de responder a las exigencias de un mundo que nunca se detiene. 

En un tiempo de cambios… o en un cambio de tiempo… tiempo en todo caso de convulsiones epocales.., el cristianismo de frontera puede ser una saludable espina clavada en el costado de la Iglesia, una voz profética de una vida y de unas obras que muestren también a nuestra sociedad el camino de humanización a seguir. Un cristianismo así, vivido por una verdadera pasión por Dios y por el ser humano, decidido a defender la dignidad de los más humildes y pobres, de los rechazados por la sociedad, conviviendo con ellos y compartiendo la complejidad y las dificultades del arte de vivir, es lo que también necesita esta sociedad, y nuestra mejor aportación a la misma. Un cristianismo capaz de alzar la voz para ayudar a prestar atención a los cambios de una sociedad en profunda evolución, a no ignorar el sufrimiento, las injusticias, incluso las decisiones equivocadas de gobiernos demasiado dispuestos a sacrificar los valores humanos en el altar de otros intereses en auge. Y es que hay un radicalismo que no es ideológico ni violento sino plenamente cristiano: aquel cristianismo atento a todas las cuestiones sociopolíticas con respecto a las cuales está llamado a implicarse, a decidir cómo reaccionar, hasta qué punto oponerse abierta y activamente, hasta qué punto colaborar con otros y con todos en todo lo que pueda contribuir al bien común. 

Un cristianismo apasionado por el Evangelio. Una fe cristiana no comprometida tanto a difundir el Evangelio sino a vivirlo, amando a los débiles, a los descartados, a los vencidos, incluso enfrentándose a la hostilidad y la incomprensión de diferentes maneras y en diferentes grados. Un cristianismo ejemplar en este sentido: un modelo a seguir y en el que inspirarse para que la fe no muera de asfixia. De tal manera que sea la vida la que muestre el modo ejemplar de servir al Evangelio y a la Iglesia sirviendo el Reino. Hay un deseo apasionado, “el celo por tu casa me consume” (Juan 2, 13ss), que muestra el poder liberador del Evangelio de todo aquello que dificulta, y tantas veces impide, la verdadera libertad. 

Hoy, en nuestro mundo altamente avanzado y progresista -y sorprendentemente amenazado de nuevo por la guerra o por las guerras-, en el que la pobreza es también, ¿sobre todo?, cultural y moral, la fe cristiana más evangélica sigue siendo decididamente actual. En efecto, es más necesario que nunca promover la libertad de pensamiento enseñando el pensamiento crítico y la capacidad de discernimiento para moverse conscientemente entre los numerosos cantos de sirena que nos rodean. Los jóvenes, que antaño se consideraban mera fuerza de trabajo, corren el peligro de verse reducidos, sin darse cuenta en absoluto, a una fuerza de consumo de objetos e ideas que manipular y condicionar a voluntad. Creo que siempre es necesaria, incluso hoy y mañana también, por el bien de la Iglesia y de la sociedad, una fe cristiana vivida en la frontera… de la profecía, de la alternativa… del contrapunto. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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