martes, 21 de enero de 2025

La mistagogía de la Eucaristía.

 La mistagogía de la Eucaristía 

"Aquí está mi cuerpo entregado por vosotros, haced esto en memoria mía" (Mt 26,19). La Eucaristía es el gran don que Jesús hizo a sus discípulos mientras contemplaban su partida y esperaban su regreso. Es el corazón de la Iglesia y su tesoro más preciado, porque es la presencia real de un Dios infinito y enamorado de nosotros, dentro de la fragilidad de un trozo de pan. Por eso es fundamental que los cristianos comprendamos bien el valor y el significado de la Eucaristía, para vivir cada vez más plenamente nuestra relación con Dios. 

La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo. Por tanto, no es sólo una celebración conmemorativa de lo que Cristo ha hecho por nosotros, sino que en ella renovamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que ofreció todo de sí mismo para redimirnos del pecado y de la muerte. Pero, ¿qué es para mí la Eucaristía? ¿Y con qué sentimientos participo en ella? 

Para mí, la Eucaristía es el tálamo nupcial, en el que me uno a Cristo y formo con Él un solo cuerpo y un solo espíritu. Es el encuentro entre dos sedientos: entre Dios, que tiene sed de mi fe y de mi amor, y yo, que en el fondo de mi corazón, como todos los seres humanos, tengo sed de amor, de felicidad y de sentido. Es el encuentro anhelante entre dos amantes. En la celebración eucarística escucho la Palabra del Esposo que habla a mi corazón y me abre al conocimiento de sí mismo. 

A través de la comunión con el Cuerpo de Cristo asimilo cada vez más sus sentimientos, que estoy llamado a hacer míos. Me abre a la comunión con todos los miembros de Cristo, es decir, con todos los hermanos y hermanas esparcidos por el mundo, empezando por los que están más cerca de mí. Sin comunión con ellos, mi comunión sacramental sería ficticia. El mandamiento del amor está estrechamente vinculado al sacramento del amor, que es la Eucaristía. En cada Eucaristía, Jesús nos da el mandamiento nuevo, el mandamiento que nos permite ser reconocidos como auténticos discípulos de Jesús: el mandamiento del amor. 

La Eucaristía es un banquete, al que se acude con el corazón alegre, porque es una fiesta. Si concebimos la asistencia a Misa como un deber que hay que cumplir, aún no hemos captado su sentido. Vamos a un banquete vestidos de fiesta, es decir, no podemos asistir vestidos de egoísmo, orgullo, rivalidad, etc., sino que estamos llamados a quitarnos estos vestidos de vieja levadura, de indiferencia no samaritana, de hipocresía farisea, de... 

En un banquete siempre se lleva algo. La Eucaristía puede plantearme siempre una pregunta: ¿Qué aporto yo a Cristo? Estaría bien que, con vistas a celebrar la Eucaristía, nos preguntáramos qué quiere el Señor de nosotros, qué quiere que cambiemos en nosotros, qué hábitos quiere que dejemos atrás. A un banquete se va con el corazón abierto a todos. No es admisible que entre los invitados haya personas que no se hablen, estropearían el ambiente del banquete. En un banquete se habla y se escucha: es lo que sucede en la Eucaristía. 

La Eucaristía transfigura al cristiano y lo hace semejante a Cristo. Si esto no sucede, debemos preguntarnos con qué disposiciones de ánimo nos acercamos a ella: ¿habituación? ¿superficialidad? ¿corazón y mente distraídos? 

Tal vez una propuesta para salir al paso del hábito es poner la participación en la Eucaristía al nivel del encuentro con un amigo nuestro que viene de visita. ¿Qué solemos hacer? Sencillo, cuando viene a visitarnos un amigo muy bienvenido, en primer lugar le damos la bienvenida festivamente. Luego nos apresuramos a ofrecerle algo. No pensamos en pedirle ningún favor, sino que le escuchamos con interés y alegría, y si tenemos algo que pedirle, lo hacemos sólo al final. 

Esta podría ser la pauta de comportamiento de nuestra participación en la celebración eucarística: comenzamos celebrando. Expresemos a Cristo toda nuestra alegría por encontrarnos con Él. Esto no significa hacer quién sabe qué, sino simplemente ir a su encuentro con el corazón contento. Luego ofrezcámosle algo que sabemos que le agradará (por ejemplo, un servicio hecho a nuestro hermano más necesitado, el perdón a quienes nos han causado sufrimiento, etc.).Ofrezcámosle nuestro cuerpo, voluntad, trabajo, salud y enfermedad, para que Él los haga instrumentos de su amor. Estemos dispuestos a escuchar con atención lo que Él quiere decirnos. Para que la escucha sea fecunda, debemos prepararnos recogiendo el corazón y haciendo silencio. Por último, pidámosle algo que necesitemos, pero sobre todo pidámosle la gracia de hacer su voluntad. 

La Eucaristía, que significa "acción de gracias", nos educa al agradecimiento, es decir, a reconocer el Don de Dios y, por tanto, a agradecerlo. Debemos aprender a dar gracias por medio de la Eucaristía, porque ésta es la acción de gracias más perfecta dirigida al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo. Si dejamos que la Eucaristía actúe en nuestra vida, nos hará capaces de pensar, hablar, actuar, amar como Cristo, sostenidos y fortalecidos por el Espíritu de Jesús. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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