Los abusos en el ámbito de la Iglesia o en otros ámbitos
El dolor de los abusos sexuales está pidiendo a la Iglesia católica un replanteamiento profundo también de su acción pastoral: poner en boca de todos la complejidad de la cuestión, más allá de los eslóganes, significa identificar posibles pasos para una vida eclesial más capaz de dar testimonio del Evangelio. El elitismo y el clericalismo favorecen todas las formas de abuso. Y el abuso sexual no es el primero. El primero es el abuso de poder y de conciencia. Me refiero a todo ello de manera muy esquemática, ojala que no demasiado simple.
Un primer elemento en este tema es el ejercicio de la escucha del testimonio de una persona herida por diferentes formas de abuso. La escucha permite entrar en contacto con lo que una víctima, incluso a distancia de tiempo, experimenta en lo más profundo de su persona: su lucha por vivir, las huellas de dolor que afloran incluso a través de circunstancias que se repiten y renuevan recuerdos fatigosos, los interrogantes,…
La escucha permite sentir con fuerza, profundidad y claridad cómo la experiencia del abuso destroza la vida de una persona. Es decir, permite hacerse cargo y cargar con el dolor de una persona cuya vida está destrozada. Esta palabra es terrible. No se puede entender si no se escucha. La escucha da pie a acercarse al sentimiento de humillación, de lucha interior, a la rabia por la injusticia sufrida, a la desolación de la soledad, pero también a la profunda fuerza del deseo de seguir viviendo.
La escucha es un ejercicio formativo que nos permite entrar en otra fase: el abuso espiritual. En primer lugar, hay que abordar una aclaración lingüística, para centrarse en lo que se entiende por abuso espiritual, y superar así cierta confusión conceptual, cultural y lingüística. Como todo abuso, está estrechamente vinculado a tres factores: el traspaso de fronteras y límites, el papel del poder y la confianza. El primer foco de atención se centra en el papel del poder, ya que el abuso está fuertemente vinculado a su ejercicio. Todo tipo de institución está implicada; en el contexto eclesiástico en particular, existen dos tipos de poder, el del gobierno y el de la autoridad moral.
El abuso de poder puede expresarse a través de formas de desequilibrio (causadas, por ejemplo, por la posición, la jerarquía eclesiástica, la edad, la experiencia vital o laboral o el estatus social) y dentro de relaciones asimétricas (incluidas las pastorales, espirituales, educativas y formativas). El desequilibrio de poder se manifiesta de formas sutiles e inconscientes, como la manera de comportarse, hablar o vestirse, para ser identificado como miembro de un grupo.
En el abuso de poder, la confianza depositada en el maltratador, valorado por sus aptitudes y capacidades humanas y profesionales, desempeña un papel clave: en la vida religiosa, la cuestión se amplifica por la fe en Dios como componente subyacente de la relación. Se abusa de la confianza cuando se violan o transgreden los límites en las relaciones de confianza y cuando una persona maltratada lo revela y no se le cree.
Otro foco de atención es el abuso espiritual, que suele producirse "en nombre de Dios" y, por tanto, es muy difícil de cuestionar. Se expresa en pautas sistemáticas de comportamiento controlador, intimidatorio y manipulador; uso indebido o manipulador de las Sagradas Escrituras y/u otros textos religiosos y espirituales; amenazas de consecuencias espirituales negativas; violación de la autodeterminación y la libertad espiritual.
Se trata de un abuso de poder y confianza que cruza las dimensiones horizontal y vertical de la persona; lo encarnan figuras de líderes espirituales (fundadores, superiores, compañeros, etc.) que se interponen entre Dios y el ser humano como única fuente de respuestas correctas. Los afectados corren el riesgo de perder su identidad personal, porque la del grupo se convierte en predominante; se violan los límites del acompañamiento espiritual; se aísla a la persona; se crean relaciones de dependencia, sostenidas por un pensamiento elitista y una obediencia ciega; se fijan metas misioneras ambiciosas e inalcanzables; surge la confusión entre el foro interno y el externo.
Otro elemento es el abuso de conciencia, estrechamente relacionado con el abuso espiritual y la violencia psicológica, una forma sutil e insidiosa de maltrato, con muchas "caras" diferentes, que van desde humillar, criticar, negar, controlar, culpar o aislar a otra persona hasta desestabilizar, avergonzar o crear dependencia. Los documentos de la Iglesia han reconocido la conciencia como el "lugar de la responsabilidad última del hombre y de su identidad personal en relación con Dios". Es la autoridad suprema, antes que cualquier institución religiosa o civil. Cuando la apertura y la confianza de una persona se convierten en instrumentos para sustituir a su conciencia, se produce un abuso; nace una relación profundamente distorsionada: la persona acompañada se libera de la carga de la elección; el acompañante adquiere cada vez más poder: "¡Esto es lo correcto! ¡Este es tu camino! ¡Dios te ha llamado a esto! Esto es bueno y esto es malo!". Aunque el consejo sea correcto, la libertad personal y la posibilidad de crecer en la elección autónoma se ven limitadas o anuladas.
Las dinámicas manipuladoras y abusivas ponen en peligro a individuos, pero también a grupos de personas en tantos lugares: acompañamiento espiritual; contextos educativos/formativos; catequesis; confesión; grupos de oración; vida cotidiana de un movimiento y de una comunidad; retiro espiritual; homilía. Hay que recordar una regla de oro: "La violación de los límites en un ámbito conduce a umbrales de inhibición más bajos en otros ámbitos"; por tanto, el abuso de conciencia o espiritual puede "preparar, justificar y acompañar otras formas de abuso".
A menudo, las heridas y consecuencias de estos abusos son profundas y dolorosas. Hay quien distingue hasta ocho niveles diferentes: espiritual; emocional; psicológico/mental; físico; cognitivo; moral; psicosocial; financiero. El número de niveles indica por sí solo la gravedad, que también afecta a las víctimas secundarias: testigos, familiares, etc.
El abuso de poder, de conciencia y espiritual es una realidad que teóricamente puede afectar a todos, especialmente en momentos de fragilidad o vulnerabilidad. El abuso espiritual y el abuso de conciencia son cuestiones difíciles y muy delicadas, con consecuencias a veces graves para la vida, la salud mental y física, etc. Ambas formas de abuso están relacionadas con el poder y la confianza y tienen muchas facetas, por lo que no siempre es fácil reconocerlas, percibirlas y distinguirlas. Por ello, la sensibilización y el conocimiento del tema, sus dinámicas y consecuencias son esenciales para ayudar a los afectados y prevenir activamente la traición de la confianza, como ocurre en el "abuso espiritual y de conciencia".
Acabo ya. Mi experiencia me ha enseñado que es esencial concienciar lo más posible en la concepción y en el ejercicio de la responsabilidad asociada a un determinado cargo y del poder que lo acompaña. En la labor pastoral se trata siempre de ayudar a formar las conciencias. Bajo ningún concepto, de pretender sustituirlas. Y la tentación hasta puede ser muy grande.
P. Joseba Kamiruaga
Mieza CMF
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