Quiero colaborar a mantener vigente la esperanza pero…
Me han llamado la atención y me han hecho pensar, y mucho, algunas palabras del novelista y guionista húngaro László Krasznahorkai, quien ha recibido el Premio Nobel de Literatura:
«Necesitamos que nos mientan diciéndonos que tenemos motivos para esperar», dijo resumiendo en una frase el sentido de la actualidad de su poética. «Que nos mientan y nos digan que todo irá mejor, que todo será más luminoso, que lo que es breve será más largo, que lo que es rápido será más lento».
«Estoy muy contento de haber recibido el Premio Nobel, sobre todo porque este premio demuestra que la literatura existe por sí misma, más allá de todas las expectativas no literarias, y que todavía se lee. Y a quienes la leen les infunde cierta esperanza en el hecho de que la belleza, la nobleza y lo sublime todavía existen en sí mismos y por sí mismos. También puede dar esperanza a aquellos en quienes la vida apenas está viva. Confianza, aunque parezca que no hay motivos para ello».
Y uno esas palabras a una reflexión que hacía Karlos Arguiñano, famoso y mediático cocinero vasco, en una entrevista en televisión. Te invito a que le escuches (con casi 4 minutos): https://www.youtube.com/watch?v=4wjlUee_POw
El siglo XX fue un siglo con dos caras. Por supuesto resumo y, seguramente, simplifico en demasía.
Su primera mitad contiene el triunfo de los nacionalismos, dos guerras mundiales, el nazismo y el fascismo, y tiene su atroz final en Hiroshima y Nagasaki. Bajo el signo predominante del racismo, la guerra, la dictadura, el nacionalismo en su apogeo, el ahogamiento en su cuna de la democracia liberal y, finalmente, el exterminio.
Pero al menos para nosotros, los occidentales, la segunda mitad de ese siglo, a partir del surgimiento del multilateralismo, de la colaboración internacional, de la Unión Europea es la refutación activa (y durante algunas décadas victoriosa) de la idea de que la guerra es el motor del mundo, su única ley definitiva.
El feminismo, el pacifismo, la liberación sexual, la actitud antijerárquica de las nuevas generaciones, incluso la conquista del espacio por parte de estadounidenses y rusos, pero en nombre de toda la humanidad que se sintió involucrada, son típicamente propios del siglo XX.
Llegando al siglo XXI, me gustaría creer que fuera tan claramente distinto del anterior y que hubiera traído novedades sustanciales en la liquidación de los búnkeres del poder, la riqueza y la industria bélica.
No sabría decir qué ha pasado en China, India, África (siempre hablamos de nosotros como si la Historia solo hablara de nosotros y el Occidente europeo fuera el ombligo del mundo), pero seguramente en nuestra parte del mundo no ha sido así. Y en Gaza, entre sus escombros calcinados y el oro redundante de los proyectos trumpistas de una «costa azul o dorada» para ricos despejada de pobres, solamente me asoma los restos del viejo colonialismo y del viejo capitalismo.
Intuyo una ferocidad nueva, inédita, sobre todo en su ansia de simplificación, el cálculo rápido de la especulación capitalista que ya no encuentra, ni fuera ni dentro de sí misma, vacilación o contradicción. ¿Conviene arrasar Gaza? Si conviene, ¿por qué no hacerlo?
Quizás el argumento humanista, que ha tenido tanta importancia no solo en la cultura occidental del siglo XX (incluso durante la larga noche de las dictaduras y las guerras), sino también a lo largo de muchos otros siglos, ya no solo es indecible, sino que ni siquiera es imitable «algorítmicamente», porque nos hacen creer que la dialéctica es una pérdida de tiempo y que la duda es una voz en rojo en los balances de la especulación.
Y cuando la dialéctica es una pérdida de tiempo ya no nos perdemos en preguntas ‘inútiles’, como: ¿la vida de un palestino pobre vale lo mismo que la de un blanco rico. Las masas nunca han solido tener tiempo para la dialéctica.
Pero el problema es que ahora ese tiempo tampoco está disponible para las llamadas élites, y no me parece una diferencia insignificante. Sin duda, las élites se han beneficiado de este abandono del mito de la complejidad, del matiz, del debate,…, de la dialéctica.
En este siglo XXI hasta podemos estar haciendo más fácil el ejercicio del dominio por parte de cualquier élite. Los poderosos dueños del mundo no producen cultura, producen consenso y poder, consenso y miles de millones, consenso y armas, nada más que nos permita asistir con alivio al eventual hundimiento del pasado y a la catástrofe del futuro. No sé si el futuro pero ciertamente el presente no me es alentador.
El siglo XX que contenía guerra y paz, tiranía y libertad, reacción y progreso ha dejado su herencia al siglo XXI. De hecho, y por ejemplo, la confirmación del dominio de los ricos sobre los pobres, y de los armados sobre los desarmados, no representa ninguna ruptura con el siglo XX. En todo caso, esa herencia recibida hasta se ha radicalizado con la continuación con medios tecnológicos infinitamente más sofisticados, de modo que el dominio y el exterminio no interrumpan su milenario hilo conductor.
¿El otro hilo conductor del siglo XX, que podríamos decir humanismo, es igualmente poderoso en este siglo XXI? ¿Lo será en el futuro? Para intentar prevalecer, o al menos luchar en igualdad de condiciones, debe subvertir —nada menos que subvertir— en primer lugar los actuales equilibrios de poder.
Uno quisiera pensar que la democracia tenga despiertos sus sensores de alerta para que en esta lucha sin fin entre la guerra y la paz, entre la sumisión y la libertad, entre la civilización y la barbarie, prevalezca una humanidad digna de ese apelativo de humanidad. Las reglas de juego de los poderosos no van a cambiar. Son reglas bien diseñadas y dominadas por unos pocos y sufridas no por muchos sino por la mayoría.
El reto
a lo mejor es siempre el mismo, y a lo largo de los siglos solo ha cambiado de
forma: evitar que el poder sea de unos pocos, que la riqueza sea de unos pocos
y que esos pocos decidan hacer la guerra (haciéndola hacer a otros). ¿Será
capaz el humanismo de arañar los viejos equilibrios? Si no es así ¿será razonable
mantener la esperanza?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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