jueves, 16 de enero de 2025

Dios, el santo compasivo.

Dios, el santo compasivo 

Después de la Solemnidad de Todos los Santos y de la Memoria de Todos los Fieles Difuntos me permito una reflexión. 

En la Biblia el Santo por excelencia es Dios: Santo, Exaltado, Eterno, Altísimo, pero no cerrado en sí mismo: en Él conviven trascendencia y proximidad. Toda la Escritura da abundante testimonio de esto. 

El "tres veces Santo" del profeta Isaías no es el Dios separado, sino el Dios que se compromete, que se compadece, que sufre con Israel, el Dios prójimo, el Dios pastor que "lleva los corderitos y conduce lentamente las ovejas a la madre" (Is 40, 11). 

Ese Dios que en Cristo habita en la carne de cada hombre. 

Y Santo es el Pueblo de Dios que es "apartado" para que Él sea Su testigo. 

Santo es aquel que, insertado por gracia en Cristo, entra en el espacio de Dios. 

Los santos son los que fijan su mirada en el Señor. 

No es ante todo una cuestión de perfección moral, no es el resultado de un esfuerzo voluntario, no se basa en estudios, no coincide con la sacralidad que necesita espacios sagrados, celebraciones litúrgicas, normas, ritos... No se trata de títulos de emicencia. 

Santo es aquel que, "reflejando como en un espejo la gloria del Señor, se transforma en esa misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Espíritu del Señor" (2 Cor 3, 18). 

Es de aquellos que fijan su mirada en el Señor, aprendiendo a mirarse a sí mismos, a las cosas, al mundo y a toda la humanidad con los ojos de Dios en una progresión continua "de gloria en gloria", y, aunque inconscientemente, llegar a ser en Dios co -creador y corredentor en Cristo. 

Una partícula muy pequeña del universo, el santo, una persona común y corriente, anónima y sin mérito, se eleva y se hace luz en las tinieblas; un pequeño trozo de tierra trae vida donde hay destrucción y muerte. 

Huellas del paraíso esperando a “Dios todo en todos”. 

“Cristo nuestra esperanza” (1 Tm 1, 1). En esta síntesis de Pablo está la fuerza del hombre de profecía, que cree que lo "nuevo" puede suceder, que la muerte genera la vida, que la misericordia de Dios redime al hombre caído en el infierno, que de la piedra puede nacer una flor. 

Al desencadenarse la ira de Dios en el mundo, como en nuestros días, el santo no se retira a la intimidad, al devocionismo, es decir, a la banalidad de una esperanza desmotivada, de bajo precio. El sentimiento cristiano no es un providencialismo que piensa que todo se resolverá tarde o temprano o que ve inmediatamente la acción del Espíritu. 

La santidad no está exenta de discernimiento, no está exenta de inteligencia crítica y práctica. 

Al contrario, si la santidad es participación de la santidad de Dios, adquiere un aspecto de gran responsabilidad de la que hay que responder. 

Ejemplo de ello son los testigos de todos los siglos que supieron habitar infiernos históricos, espirituales y existenciales, preservando la fe con la capacidad de "resistir" incluso en situaciones extremas. 

Hombres y mujeres que viven la fe como vida: no un discurso abstracto, una serie de valores muy elevados e ideas puras y respuestas tranquilizadoras, sino la voluntad de mantener viva la pregunta y la sed de sentido incluso cuando el sentido está oculto. 

El camino hacia la santidad, porque es camino, es lo que nos ha propuesto la liturgia del día: las Bienaventuranzas. 

Pobres, puros, no dobles, unidos en torno a lo esencial, liberados de sí mismos, de su propio subjetivismo, para encontrar un "tú" irreductible a las pretensiones de salvarse. 

¿Quién subirá al monte del Señor? Quien tiene manos inocentes y corazón puro, el que no habla mentiras. El que no hace daño a su prójimo" (Sal 24). 

El pobre en sí mismo, el puro, el santo, verá a Dios, "el monte del Señor", porque ya lo posee de alguna manera, tal vez no como le gustaría, porque siempre se siente inadecuado, pero en todo caso como Dios quiere. 

Se trata de la santidad de las Bienaventuranzas. De la santidad del Bienaventurado por excelencia. 

Otra santidad tiene poco o nada que ver con el Reino de Dios, y, por lo tanto, tampoco con Jesús de Nazaret. 

No equivoquemos la santidad cristiana. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Joder, qué tropa! II

¡Joder, qué tropa! II   Hace una unos meses escribí “ ¡Joder qué topa! ” ( https://kristaualternatiba.blogspot.com/2025/06/joder-que-tropa.h...