domingo, 19 de enero de 2025

María de Nazaret, Madre del Hijo y Madre de la Iglesia.

María de Nazaret, Madre del Hijo y Madre de la Iglesia 

La solemnidad de hoy nos ayuda a reconsiderar la figura de María de Nazaret en su calidad de «Madre de Dios». 

Los sobrios relatos bíblicos sobre María dejan margen a la interpretación para acomodar esta figura central del cristianismo entre la invocación (actitud más católico-ortodoxa) y la evocación (actitud más protestante). 

Pero no cabe duda de que ya desde los primeros años del siglo II, para todos los cristianos María desempeña un papel decisivo en la vida de Cristo y de sus discípulos. En el siglo II, en efecto, la mención de la «concepción virginal» de Jesús, hijo de María, entra en las confesiones de fe y no vuelve a salir de ellas. 

Hay que señalar, sin embargo, que tanto el Símbolo de los Apóstoles (entre los más antiguos, aunque sin fecha) como el Símbolo de Nicea-Constantinopla asocian la mención de María al nombre de Pilato. En efecto, los protagonistas son tres: el Espíritu Santo, María y Pilato. 

Tres sujetos que expresan tres dimensiones diferentes: dejando de lado la presencia dinámica de Dios (el Espíritu Santo), conviene recordar la tensión/relación entre María y Pilato; el testimonio y la participación activa de María contrastan con la total pasividad e indiferencia de Poncio Pilato. 

La participación de María está en orden no sólo a la encarnación, sino también al «homo factus est», al hacerse hombre de Jesús; la pasividad total y laxa de Pilato, un vulgar administrador romano, está en relación con la muerte. 

Creo que estos dos polos son interesantes para comprender la «maternidad activa», por un lado, y la «crueldad indiferente», por otro. 

Pero hay otro contraste que esta vez nos viene de la narración bíblica: la oposición María-Pilato, dos maneras de vivir y de llegar a ser, se relacionan claramente con otro contraste: la escena tierna, dulce, casi anónima y ordinaria de Lc 2,1-7 revive en Lc 2,8-14: la gloria cantada por «un ejército celestial» y anunciada a los pastores. Y el «signo» sigue siendo el mismo: un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Toda persona lo es cuando es real; y toda mujer y todo hombre lo son cuando no permanecen indiferentes, como María. 

María es quien guarda y construye lo que le caracteriza; 

María es la que fortalece la determinación de crecer; 

María es la que libera las buenas energías; 

María es la que canaliza el buen coraje en la dirección correcta. 

Pilato es aquel que ama por deber; 

Pilato es aquel que espera sin compartir; 

Pilato es aquel que no permite presencias ajenas sin instrumentalizarlas; 

Pilato es aquel que deja su propia felicidad a la suerte. 

No cabe duda, sin embargo, de que María no se queda sólo en un símbolo, sino que es una presencia mansa y humilde que nos acompaña en la historia; esa historia de uno mismo que, sin embargo, permanece en nuestras manos, que no han de lavarse en la prisa, en la distracción, en la rivalidad. 

Y bajo el signo de la 'gloria del niño nacido', la liturgia nos ayuda hoy a cantar, a participar en la historia, sin lavarnos las manos anónima y pasivamente, afrontando las guerras con determinación para alcanzar la 'paz', el 'shalom', que traducimos como 'salvación'. 

Y 'hoy' la salvación ha entrado en la historia y estamos en ella acompañados por María, 'Madre del Hijo' y 'Madre de la Iglesia'. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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