Todos somos inmigrantes
En griego antiguo la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, es el mismo término: xénos.
Algunas veces me he preguntado quién es el inmigrante.
No quisiera detenerme en palabras… pero sí contribuir a caer en la cuneta de algunos posibles 'errores' que percibo cuando escucho hablar de inmigración. Porque la inmigración se trata como una cuestión política, cuando es ante todo un problema antropológico, y más bien deberíamos hablar de 'hospitalidad'. Todos somos inmigrantes en la tierra, de alguna manera huéspedes de un país, de una familia, de una condición humana. Todos somos migrantes permanentes en la vida, inmigrantes. El nacimiento es una inmigración, una inmersión en la historia de la humanidad. Utilizar el término 'inmigrante' para definir a una persona como distinta del ciudadano es una forma de olvidar que todos somos viajeros en la tierra, hasta que en la tarde de la vida regresamos al lugar de donde venimos. Nacemos desnudos y desnudos volvemos a la tierra. Supe una vez que en África, el cuerpo del difunto se lava antes del funeral. No es sólo por motivos de higiene, sino para recordar que con la muerte nos 'limpiamos' de todos los vínculos y posesiones terrenales. El desafío es cultural: saber reconocer al otro como persona, semejante a nosotros, viendo en su mirada nuestra responsabilidad hacia él como hacia nosotros mismos y hacia la creación. A partir de esta conciencia podemos abordar los retos del cambio, de la convivencia entre diferentes personas, etc.
Alguien me ha dicho que existe un genocidio africano de la migración. Creo que fue Juan Pablo II el que, de visita en la isla de Gorea, dijo que la esclavitud transatlántica es el holocausto olvidado. Esta migración forzada, que comenzó con la primera colonización y continúa hoy debido a la guerra y la pobreza, es un genocidio. Los occidentales hemos afirmado nuestro 'ius migrandi', un derecho reservado a ser ciudadanos del mundo, sin siquiera reconocer el derecho de los demás a existir. Fue la justificación primero de la esclavitud transatlántica, luego del apartheid y hoy del cierre de fronteras. La diferencia con la esclavitud del pasado es que antes a los africanos todavía se les daba una oportunidad de vida, por dolorosa y difícil que fuera, en trabajos forzados, mientras que hoy se ven obligados a abandonar su país sin ninguna perspectiva de vida.
Hablamos de la responsabilidad de los gobiernos y de los políticos. Y es que, junto al silencio ensordecedor de los medios de comunicación sobre este genocidio de africanos, está el silencio culpable de nuestros representantes políticos. El mar Mediterráneo se ha convertido en un cementerio al aire libre, pero el desierto del Sahara lo es aún más… aunque no aparezca rastro de ello en nuestros informativos. Después de inventar este 'ius migrandi' exclusivo de los occidentales, pretendemos confinar a los africanos dentro de los límites del continente africano, como una prisión al aire libre. Es un problema de civilización. No solo es un problema político aunque seguramente los propios líderes y representantes africanos deberían plantear y resolver esa realidad -también en colaboración con la Unión Europea-.
Como espectador -no soy analista cultural y social- sospecho que hasta existe tanto una exacerbación del racismo, del miedo y del rechazo a los diferentes, como también un grande peligro de indiferencia. Algunos llaman a este fenómeno con un término: 'racismo des-acomplejado'. Hasta hace un tiempo al racista se le llamaba así: racista. Hoy en día uno puede ser racista y proclamar públicamente ideas racistas sin miedo a ser considerado como tal e incluso sin ser consciente de serlo. Hemos perdido el 'complejo' de ser considerados racistas.
Se podría hasta dar la paradoja de que hablamos a favor de la exclusión y del desprecio de los inmigrantes, mientras tenemos en casa cuidadores extranjeros, a menudo africanos, que cuidan de nuestros hijos, nietos o padres ancianos. Son inmigrantes que cuidan de niños y ancianos, se les confía el futuro y la memoria de nuestra sociedad, los últimos y más preciados secretos de la familia. Éste es, pues, el verdadero problema de esta sociedad: la soledad, la falta de afecto, el individualismo y la indiferencia. Tantas veces me inclino a pensar que el tema es el de una cultura del dinero y de la posesión que se ha apoderado del poder.
Acabo ya. No sé si en África se utiliza la palabra "inmigrante", pero seguramente hay millones de inmigrantes porque me imagino que hay una fuerte migración interna aunque no se les considere inferiores ni diferentes de los ciudadanos, ni se les obligue a realizar trabajos poco cualificados. Y pienso que para convivir en paz debemos primero existir, con nuestra propia dignidad como personas humanas, capaces de superarnos, de dar lo mejor de nosotros mismos, no por el color de la piel, la fe o la nacionalidad, sino por nuestra propia dignidad humana como personas, por nuestro propio valor como seres humanos. Éstas, la dignidad y el valor humanos, son los que debieran establecer el triunfo de la vida sobre la muerte.
No, el problema no es la inmigración sino la educación porque ser distinto no es ser inferior. “Europa no debería tener tanto miedo de la inmigración: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje” (Günter Grass).
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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