lunes, 17 de marzo de 2025

Jesús, el hombre que sólo Dios nos podía dar.

Jesús, el hombre que sólo Dios nos podía dar 

En una tierra en la periferia de Palestina, en un pueblo insignificante, en una casa sencilla y desconocida, en una familia común y corriente, se realiza el misterio de la humanización de Dios: Dios, el eterno, se hace mortal, el fuerte se hace débil, el celestial se hace terrestre. 

El apóstol San Pablo, cuando intenta cantar este acontecimiento en la fe cristiana profesada ahora por judíos y griegos, afirmará: «El que era Dios se despojó de sí mismo haciéndose hombre» (cf. Flp 2, 6-7). 

Este acontecimiento inaudito e imposible para nosotros los humanos, ocurrió porque “con Dios todo es posible”, pero ¿cómo narrarlo? 

La verdad que debe expresarse es que un hombre como Jesús, el Hijo de Dios hecho carne mortal, sólo Dios nos lo podía dar. No podía ser fruto de la voluntad humana, no podía ser generado solo por la humanidad, no podía ser simplemente hijo de una pareja humana. 

Y aquí, para revelar la verdad profunda de este acontecimiento, más allá de lo que era visible a los ojos de la gente de Nazaret, hay una narración que quiere decirnos cómo Dios intervino y actuó, cómo Jesús es un regalo que sólo Dios podía darnos. 

Dios mira con amor a una joven judía, llamada María, hasta el punto de sentirla y proclamarla como “amada”, “llena y transformada por su gracia, por su amor”. Dios le hace sentir su presencia, su cercanía, le hace sentir que “está con ella”, por eso María debe alegrarse. Al fin y al cabo, ¿no es Dios-con-nosotros, Emanuel (Is 7,14; Mt 1,23), uno de los nombres de Dios? 

María era una mujer de fe, por eso siempre en espera de la acción y presencia de Dios, y por esto mismo no tenía ninguna pretensión hacia su Señor ni se jactaba de mérito alguno. Por eso ella queda sorprendida, temerosa y asombrada por esta gracia de Dios que invade su vida cotidiana. 

Sin embargo, María sabe escuchar la voz del Señor que le pide no tener miedo, tener fe: el hijo que concebirá debe llamarse Jesús, Jeshu'a, «el Señor salva», para que sea reconocido en su verdadera identidad de Hijo del Altísimo, descendiente de David, por tanto Mesías. 

Pero María confiesa: «¡No conozco varón!», reconociendo la imposibilidad humana de dar a luz un hijo en esas condiciones, y por tanto su incapacidad de concebir y dar a luz un hijo así. En Ella sólo hay un vacío, más radical que el de una mujer anciana y estéril como su prima Isabel (cf. Lc 1,18.36), un vacío del que no puede surgir la generación. 

Pero el Señor Dios con su poder hace cosas inauditas y grandes, y las obra en Ella: ¡será como una nueva creación! Como el Espíritu del Señor se movía sobre las aguas en el principio, para generar la vida (cf. Gn 1,2), así ahora el mismo Espíritu Santo desciende sobre María, y su Shekinah, su Presencia que la cubre como una sombra, hará posible que la Palabra de Dios se haga carne (cf. Jn 1,14) y que ese vacío se convierta en el “lugar” en el que Dios llega al hombre, generando a su Hijo como “Hijo nacido de mujer” (Gal 4,4). 

He aquí el misterio de la encarnación, ante el cual no podemos sino adorar, contemplar y dar gracias. 

Sólo Dios podía darnos un hombre como Jesús, y María, la mujer de Nazaret que Dios eligió, haciéndola objeto de su gracia, de su benevolencia, de su amor totalmente gratuito, respondió a este don con un “amén”, un sí voluntario. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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