miércoles, 22 de octubre de 2025

Una lectura del Papa Francisco después de seis meses de su muerte.

Una lectura del Papa Francisco después de seis meses de su muerte 

Sin duda, el pontificado del Papa Francisco ha sido complejo, tanto por el turbulento momento histórico como por las dificultades que atraviesa la Iglesia. Un pontificado incómodo, una piedra en el camino, a veces motivo de escándalo también para los sumos sacerdotes.

Las diversas polvorientas levantadas por diversas partes durante su pontificado ahora se han depositado en el suelo, para que se pueda leer y comprender el verdadero alcance de su legado. Una tarea que llevará mucho tiempo.

 

Por supuesto, habrá que esperar el trabajo de los historiadores para comprenderlo plenamente. Y sin duda, como en todo pontificado, se encontrarán luces y sombras. En particular, será interesante comprender hasta qué punto el método de iniciar procesos puede haber sido productivo.

 

Pero, incluso a seis meses de distancia de su fallecimiento, hay un aspecto que destaca con especial fuerza para mí: su capacidad de leer los «signos de los tiempos», es decir, las necesidades profundas de los hombres y las sociedades, que ayudan (o deberían ayudar) a redefinir poco a poco tanto la relación entre la Iglesia y el mundo como la reforma continua de la Iglesia.

 

En su continuo llamamiento a volver al Evangelio en la vida de toda la Iglesia, el Papa Francisco ha centrado la atención en su elemento central: la misericordia. Al final del Jubileo (2015-2016) dedicado a ella, firmará solemnemente en la plaza de San Pedro la Carta Apostólica Misericordia et misera:

 

«La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su propia existencia, que hace manifiesta y tangible la profunda verdad del Evangelio [...] pide ser celebrada y vivida en nuestras comunidades» (n. 1).

 

«El perdón es el signo más visible del amor del Padre […] La misericordia es esta acción concreta del amor que, al perdonar, transforma y cambia la vida» (n. 2).

 

A la dimensión social de la evangelización le dedicó un capítulo completo y articulado de Evangelii gaudium, el documento programático de su pontificado – 2013 -. La conversión pastoral es uno de los procesos iniciados para afrontar la crisis de la Iglesia:

 

«Tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a promover consecuencias sociales. […] Una fe auténtica —que nunca es cómoda ni individualista— implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor tras nuestro paso por la tierra» (nn. 180, 183).

 

Un compromiso que el Papa Francisco ha sido el primero en tratar de mantener con una atención constante y activa, a través de la Limosnería Apostólica, a las periferias, a las situaciones de marginación, a los pobres que «son la carne de Cristo».


Un trágico signo de los tiempos, que se señalará continuamente después de la primera vez en la homilía de la celebración celebrada con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial:

 

«También hoy, tras el segundo fracaso de otra guerra mundial, quizá se pueda hablar de una tercera guerra librada «por partes», con crímenes, masacres y destrucciones» - 13 de septiembre de 2014.

 

El cambio de época es la gran categoría utilizada en múltiples discursos y documentos magisteriales para instar a la búsqueda y al cambio, no solo en la Iglesia:

 

«Hoy no vivimos una época de cambio, sino un cambio de época. Las situaciones que vivimos hoy plantean, por tanto, nuevos retos que a veces nos resultan incluso difíciles de comprender. Nuestra época exige que vivamos los problemas como retos y no como obstáculos» - Convención Nacional de Florencia en 2015 -.

 

Un cambio de época que precisará así en la Constitución para las universidades eclesiásticas, Veritatis Gaudium (2017):

 

un «cambio de época, señalado por una «crisis antropológica» y «socioambiental» global […]. Se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo global» y «redefinir el progreso»: «el problema es que aún no disponemos de la cultura necesaria para afrontar esta crisis y es necesario construir liderazgos que indiquen caminos» (n. 3).

 

En el centro del mundo islámico, en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes, ante setecientos representantes religiosos - obispos, rabinos, imanes -, el Papa Francisco firmará con el Gran Imán de la universidad más antigua del mundo árabe (Al-Azhar de El Cairo) el documento Hermandad humana para la paz y la convivencia común (2019). Para combatir los fundamentalismos religiosos y las guerras que estos provocan, es necesario que la humanidad entre en «un arca que pueda surcar los mares tempestuosos del mundo: el arca de la fraternidad humana». Un arca en la que haya libertad religiosa, protección de los lugares de culto, derechos de las mujeres, protección de los menores y de las minorías religiosas, diálogo y justicia, condena del terrorismo y del uso político de la religión...


Setenta años después del Concilio Vaticano II, el ecumenismo y el diálogo interreligioso se han convertido hoy en signos fuertes de los tiempos. Las migraciones y la identidad cada vez más multiétnica y multirreligiosa de las sociedades han sacado el tema de las salas de los especialistas. Con los pueblos también migran las religiones.

 

Para el Papa Francisco, la búsqueda de la unidad de las Iglesias cristianas ha sido «una prioridad para la Iglesia católica» y, para él, «una de las principales preocupaciones cotidianas», por lo que indicará una doble vía de acción.

 

Superada la etapa del intercambio de información para el conocimiento mutuo, ahora es el momento del «intercambio de dones» que el Espíritu ha hecho a las diferentes Iglesias y que puede construir relaciones de amistad. Por ejemplo, el intercambio con las Iglesias ortodoxas puede ayudarnos a comprender la colegialidad y la sinodalidad (EG, 246).


Una segunda directriz se refiere a trabajar y dar testimonio juntos para hablar a la humanidad de los grandes retos a los que se enfrenta: la paz, ante todo; la salvaguarda de la creación; los derechos humanos; la libertad religiosa; las migraciones; la pobreza; las obras de misericordia.

 

Las migraciones son un fenómeno global y persistente al que la Iglesia presta atención desde hace mucho tiempo. El Papa Benedicto XVI ya lo había definido como un «signo de los tiempos» en su Mensaje de la Jornada de las Migraciones del año 2006.

 

El Papa Francisco ha mantenido viva la atención no solo con los mensajes del día dedicado a este tema, sino también con múltiples viajes e iniciativas: nada más ser elegido, el viaje a Lampedusa… Y también las palabras del mensaje «Urbi et orbi» del día de Pascua, pocas horas antes de su muerte: «¡Cuánto desprecio se nutre a veces hacia los más débiles, los marginados, los migrantes!».

 

Los abusos de conciencia, de poder y sexuales más que un signo de los tiempos son una plaga que se ha vuelto purulenta y que ha sido puesta al descubierto por iniciativa de la justicia civil en muchos países. En 2018 se alcanza el punto álgido del escándalo. El Papa Francisco interviene convocando en Roma, durante cuatro días, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales y a los Superiores de las Congregaciones Religiosas entre el 21 y el 24 de febrero de 2019. Una especie de formación para ayudar a la Iglesia a superar la «cultura del silencio». A continuación, se adoptan una serie de medidas legislativas que aclaran las responsabilidades y las modalidades de intervención

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Se trata de un proceso iniciado, pero que sigue dolorosamente abierto por la lentitud y los «olvidos» en su aplicación. Es un signo de los tiempos que la Iglesia haya comenzado a hablar abiertamente y haya tratado de abordar un mal que también afecta a muchos otros ámbitos: la familia…


Que la Iglesia siempre necesite ser reformada (semper reformanda) es un signo de los tiempos que atraviesa todas las épocas. El Papa Francisco ha elegido el camino de la sinodalidad para llevar a cabo una profunda renovación, en esencia, una reforma de la Iglesia.

 

«Una de las herencias más valiosas» del Concilio Vaticano II. Un «caminar juntos, laicos, pastores, obispo de Roma» para que la Iglesia pueda afrontar los poderosos retos del tercer milenio.

 

Seis son las sesiones sinodales convocadas por el Papa Francisco para abordar ámbitos en los que la Iglesia se encuentra en dificultades: la familia (dos sesiones), los jóvenes, la Amazonía y la cuestión crucial de la sinodalidad (dos sesiones).

 

Diseñar un modelo de Iglesia sinodal para dar la vuelta a la pirámide, para llevar a cabo la renovación conciliar, para derrotar el clericalismo, para involucrar a todos los bautizados-laicos, para valorar el papel de las mujeres y la centralidad de la conciencia, para dar nueva fuerza a la evangelización.

 

El suyo ha sido un camino complejo, difícil y largo. Seguramente gran parte de todo ello, ¿no será todo?, ha quedado a medio camino.

 

Acabo ya. El Pueblo de Dios, junto con Pedro, debemos recordar la necesidad de escrutar los signos de los tiempos. La reforma de la Iglesia no la hace un Papa solo o abandonado:

 

«No es tarea del Papa ofrecer un análisis detallado y completo de la realidad contemporánea, pero exhorto a todas las comunidades a tener una «capacidad siempre vigilante de estudiar los signos de los tiempos» (Evangelii gaudium, n. 51): nos lo recordaba el Papa Francisco, citando al Papa Pablo VI en Ecclesiam suam (n. 19), una encíclica de 1964.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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