Una lectura del Papa Francisco después de seis meses de su muerte
Sin duda, el pontificado del Papa Francisco ha sido complejo, tanto por el turbulento momento histórico como por las dificultades que atraviesa la Iglesia. Un pontificado incómodo, una piedra en el camino, a veces motivo de escándalo también para los sumos sacerdotes.
Las diversas polvorientas levantadas por diversas
partes durante su pontificado ahora se han depositado en el suelo, para que se
pueda leer y comprender el verdadero alcance de su legado. Una tarea que llevará mucho tiempo.
Por supuesto, habrá que esperar el trabajo de los
historiadores para comprenderlo plenamente. Y sin duda, como en todo
pontificado, se encontrarán luces y sombras. En particular, será interesante
comprender hasta qué punto el método de iniciar procesos puede haber sido
productivo.
Pero, incluso a seis meses de distancia de su
fallecimiento, hay un aspecto que destaca con especial fuerza para mí: su
capacidad de leer los «signos de los tiempos», es decir, las necesidades
profundas de los hombres y las sociedades, que ayudan (o deberían ayudar) a
redefinir poco a poco tanto la relación entre la Iglesia y el mundo como la
reforma continua de la Iglesia.
En su continuo llamamiento a volver al Evangelio en la
vida de toda la Iglesia, el Papa Francisco ha centrado la atención en su
elemento central: la misericordia. Al final del Jubileo (2015-2016) dedicado a
ella, firmará solemnemente en la plaza de San Pedro la Carta Apostólica Misericordia et misera:
«La misericordia no puede ser un paréntesis
en la vida de la Iglesia, sino que constituye su propia existencia, que hace
manifiesta y tangible la profunda verdad del Evangelio [...] pide ser celebrada y vivida en nuestras comunidades» (n. 1).
«El perdón
es el signo más visible del amor del Padre […] La misericordia es esta acción
concreta del amor que, al perdonar, transforma y cambia la vida» (n. 2).
A la dimensión social de la evangelización le dedicó un capítulo completo y articulado de Evangelii
gaudium, el documento programático de su pontificado – 2013 -. La
conversión pastoral es uno de los procesos iniciados para afrontar la crisis de
la Iglesia:
«Tanto el anuncio como la experiencia
cristiana tienden a promover consecuencias sociales. […] Una fe auténtica —que
nunca es cómoda ni individualista— implica siempre un profundo deseo de cambiar
el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor tras nuestro paso por la
tierra» (nn. 180, 183).
Un compromiso que el Papa Francisco ha sido el primero
en tratar de mantener con una atención constante y activa, a través de la Limosnería Apostólica, a las periferias, a las situaciones de marginación, a
los pobres que «son la carne de Cristo».
Un trágico signo de los tiempos, que se señalará continuamente después de la primera vez en la homilía de la celebración celebrada con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial:
«También hoy, tras el segundo fracaso de otra
guerra mundial, quizá se pueda hablar de una
tercera guerra librada «por partes», con crímenes, masacres y destrucciones»
- 13 de septiembre de 2014.
El cambio de
época es la gran categoría utilizada en múltiples discursos y
documentos magisteriales para instar a la búsqueda y al cambio, no solo en la
Iglesia:
«Hoy no vivimos una época de cambio, sino un
cambio de época. Las situaciones que vivimos hoy plantean, por tanto, nuevos
retos que a veces nos resultan incluso difíciles de comprender. Nuestra época
exige que vivamos los problemas como retos y no como obstáculos» - Convención
Nacional de Florencia en 2015 -.
Un cambio de época que precisará así en la
Constitución para las universidades eclesiásticas, Veritatis Gaudium (2017):
un «cambio de época, señalado por una «crisis
antropológica» y «socioambiental» global […]. Se trata, en definitiva, de
«cambiar el modelo de desarrollo global» y «redefinir el progreso»: «el
problema es que aún no disponemos de la cultura necesaria para afrontar esta
crisis y es necesario construir liderazgos
que indiquen caminos» (n. 3).
En el centro del mundo islámico, en Abu Dabi, capital
de los Emiratos Árabes, ante setecientos representantes religiosos - obispos,
rabinos, imanes -, el Papa Francisco firmará con el Gran Imán de la universidad
más antigua del mundo árabe (Al-Azhar de El Cairo) el documento Hermandad
humana para la paz y la convivencia común (2019). Para combatir los
fundamentalismos religiosos y las guerras que estos provocan, es
necesario que la humanidad entre en «un
arca que pueda surcar los mares tempestuosos del mundo: el arca de la
fraternidad humana». Un arca en la que haya libertad religiosa, protección
de los lugares de culto, derechos de las mujeres, protección de los menores y
de las minorías religiosas, diálogo y justicia, condena del terrorismo y del
uso político de la religión...
Setenta años después del Concilio Vaticano II, el ecumenismo y el diálogo interreligioso se han convertido hoy en signos fuertes de los tiempos. Las migraciones y la identidad cada vez más multiétnica y multirreligiosa de las sociedades han sacado el tema de las salas de los especialistas. Con los pueblos también migran las religiones.
Para el Papa Francisco, la búsqueda de la unidad de las
Iglesias cristianas ha sido «una prioridad para la Iglesia católica» y,
para él, «una de las principales preocupaciones cotidianas», por lo que
indicará una doble vía de acción.
Superada la etapa del intercambio de información para
el conocimiento mutuo, ahora es el momento del «intercambio de dones» que el Espíritu ha hecho a las diferentes
Iglesias y que puede construir relaciones de amistad. Por ejemplo, el
intercambio con las Iglesias ortodoxas puede ayudarnos a comprender la
colegialidad y la sinodalidad (EG, 246).
Una segunda directriz se refiere a trabajar y dar testimonio juntos para
hablar a la humanidad de los grandes retos a los que se enfrenta: la paz, ante
todo; la salvaguarda de la creación; los derechos humanos; la libertad
religiosa; las migraciones; la pobreza; las obras de misericordia.
Las
migraciones son un fenómeno global y persistente al que la Iglesia
presta atención desde hace mucho tiempo. El Papa Benedicto XVI ya lo había
definido como un «signo de los tiempos»
en su Mensaje de la Jornada de las Migraciones del año 2006.
El Papa Francisco ha mantenido viva la atención no
solo con los mensajes del día dedicado a este tema, sino también con múltiples
viajes e iniciativas: nada más ser elegido, el viaje a Lampedusa… Y también las
palabras del mensaje «Urbi et orbi»
del día de Pascua, pocas horas antes de su muerte: «¡Cuánto desprecio se nutre a veces hacia los más débiles, los
marginados, los migrantes!».
Los abusos de
conciencia, de poder y sexuales
más que un signo de los tiempos son
una plaga que se ha vuelto purulenta y que ha sido puesta al descubierto por
iniciativa de la justicia civil en muchos países. En 2018 se alcanza el punto
álgido del escándalo. El Papa Francisco interviene convocando en Roma, durante
cuatro días, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales y a los Superiores
de las Congregaciones Religiosas entre el 21 y el 24 de febrero de 2019. Una
especie de formación para ayudar a la Iglesia a superar la «cultura del silencio». A continuación,
se adoptan una serie de medidas legislativas que aclaran las responsabilidades y
las modalidades de intervención
.
Se trata de un proceso iniciado, pero que sigue
dolorosamente abierto por la lentitud y los «olvidos» en su aplicación. Es un
signo de los tiempos que la Iglesia haya comenzado a hablar abiertamente y haya
tratado de abordar un mal que también afecta a muchos otros ámbitos: la familia…
Que la Iglesia siempre necesite ser reformada (semper reformanda) es un signo de los tiempos que atraviesa todas las épocas. El Papa Francisco ha elegido el camino de la sinodalidad para llevar a cabo una profunda renovación, en esencia, una reforma de la Iglesia.
«Una de las
herencias más valiosas» del Concilio Vaticano II. Un «caminar juntos, laicos, pastores, obispo de Roma» para que la
Iglesia pueda afrontar los poderosos retos del tercer milenio.
Seis son las sesiones sinodales convocadas por el Papa
Francisco para abordar ámbitos en los que la Iglesia se encuentra en
dificultades: la familia (dos sesiones), los jóvenes, la Amazonía y la cuestión
crucial de la sinodalidad (dos sesiones).
Diseñar un modelo de Iglesia sinodal para dar la
vuelta a la pirámide, para llevar a cabo la renovación conciliar, para derrotar
el clericalismo, para involucrar a todos los bautizados-laicos, para valorar el
papel de las mujeres y la centralidad de la conciencia, para dar nueva fuerza a
la evangelización.
El suyo ha sido un camino complejo, difícil y largo. Seguramente
gran parte de todo ello, ¿no será todo?, ha quedado a medio camino.
Acabo ya. El Pueblo de Dios, junto con Pedro, debemos
recordar la necesidad de escrutar los signos de los tiempos. La reforma de la
Iglesia no la hace un Papa solo o abandonado:
«No es
tarea del Papa ofrecer un análisis detallado y completo de la realidad contemporánea,
pero exhorto a todas las comunidades a tener una «capacidad siempre vigilante
de estudiar los signos de los tiempos» (Evangelii gaudium, n.
51): nos lo recordaba el Papa Francisco, citando al Papa Pablo VI en Ecclesiam
suam (n. 19), una encíclica de 1964.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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