Contemplación claretiana de María misionera de Dios y de su Reino
El Padre Claret aprendió que el conocimiento de la Escritura es conocimiento del Señor y es también conocimiento de María. Y del Enviado del Padre aprendió a ser auténtico discípulo de su Señor y a vivir como María, primera discípula, para ser testigo y misionero del Reino.
Los misioneros claretianos hemos recibido como don y abrazado como tarea seguir los pasos de María presentes en el Evangelio para ser como Ella: discípulos, portadores y testigos del Reino al estilo de Jesús, su Hijo.
El anuncio del ángel (Lc 1, 26-38). «Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo... Y he aquí que concebirás un hijo, lo darás a luz y le llamarás Jesús».
Dios pidió a María su colaboración para hacerse hombre, para ser uno de nosotros y compartir lo que somos y vivimos.
María es la mujer misionera en la libre disponibilidad a la llamada de Dios, acogiendo la invitación a entrar en su gran proyecto para la humanidad de todos los lugares y de todos los tiempos. «He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra»: al decir su sí, acoge en el mundo al Hijo de Dios que, «asumiendo la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres», entra en nuestra historia a través de María.
Hoy Ella
nos pide a los misioneros claretianos que demos a conocer al Señor y su
Palabra. En el sí de María, también nosotros queremos decir nuestro sí a Dios.
En la visita a Isabel (Lc 1, 39-56). «María se levantó y se fue rápidamente».
Tras el anuncio del ángel, María se pone inmediatamente en camino para compartir su alegría y ayudar a su prima Isabel, que espera un niño al que llamarán Juan. Una partida organizada rápidamente para llevar una buena noticia, un anuncio.
No es exagerado afirmar que bajo esa palabra (anuncio) se condensa la tarea misionera de la Iglesia que, tras la resurrección del Señor, tiene la misión de llevar en su seno a Jesucristo para ofrecerlo a los demás, como hizo María con Isabel.
La atención y el amor al prójimo forman parte del anuncio y de la forma en que Dios expresa, a través de nosotros, su atención y su amor. María es la mujer misionera al servicio del prójimo cuando decide partir rápidamente para acompañar a Isabel en el ejercicio de la caridad, gratuitamente, compartiendo la alegría del Tesoro que lleva en su seno.
Hoy
María nos pide también a nosotros, misioneros claretianos, que nos hagamos
prójimos, atentos y solícitos a las necesidades de los hombres y mujeres que
cruzamos en los caminos de nuestra vida.
En Belén (Lc 2, 1-20). «Dio a luz a su hijo».
Con su sí, María se convierte en protagonista de una gran misión: permitir que Dios entre en la historia de los hombres en Jesús, Hombre-Dios. Con su sí a Dios, María se convierte en «mujer misionera», la que se hace morada del Hijo, tabernáculo viviente, lugar santo, santificado por la presencia de Jesús.
María es la mujer misionera porque acepta convertirse en madre del Señor y hacerse compañera de su misión, siguiéndolo hasta el don supremo en la cruz y acompañando a la comunidad cristiana en cada cenáculo.
Hoy
María nos invita a los misioneros claretianos a acoger la Palabra de Dios para
hacerla visible con nuestra vida. Estamos llamados a engendrar al Señor en los
lugares y entre las personas que habitan nuestra existencia.
La presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-40). «Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor... Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «He aquí, él está destinado a la caída y a la resurrección de muchos en Israel, y a ser señal de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma».
José y María ofrecen a Jesús a Dios. María es la mujer misionera que vive su vida como una continua ofrenda de sí misma en lo cotidiano de la existencia.
Hoy
María nos propone a los misioneros claretianos ofrecer nuestras vidas a Dios,
para seguirlo como discípulos y ser misioneros, para que cada palabra y cada
gesto puedan convertirse en manifestación del Señor.
En la huida a Egipto (Mt 2, 13-23).
Inmediatamente después de la visita de los Magos venidos de Oriente con sus ofrendas, el ángel le dice a José que no vuelva a Nazaret y que se vaya a Egipto.
María es la mujer misionera al compartir lo que experimentan muchos migrantes, Ella también obligada a abandonar su tierra y su pueblo para huir del peligro que amenaza a su familia, en particular a Jesús; Ella se convierte así en compañera de tantos hombres y mujeres que viven el drama de la emigración en todas partes del mundo.
Hoy
María nos interpela a los misioneros claretianos a reconocer el rostro de Jesús
extranjero, refugiado, pobre y a convertirnos en promotores de la acogida, la
protección, la promoción y la integración.
El hallazgo de Jesús en el Templo (Lc 2, 41-52). «Volvieron a buscarlo a Jerusalén... y lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y preguntándoles».
Cuando Jesús tenía doce años, María y José lo llevaron a celebrar la Pascua al Templo de Jerusalén. En el camino de regreso a Nazaret, no lo encontraron en la caravana y, preocupados, se pusieron a buscarlo. Lo encontraron en el Templo.
María es la mujer misionera que «perdió a Jesús», este hijo enviado por el Padre para sus designios, que a menudo Ella no comprendía plenamente.
Hoy
María nos exhorta a los misioneros claretianos a vivir con generosidad la
voluntad de Dios, tanto en las situaciones hermosas como en las difíciles o
dolorosas.
En las bodas de Caná (Jn 2, 1-11). «Haced lo que él os diga», dice María a los que sirven a los invitados al banquete de bodas.
El comienzo de los signos de Jesús en Caná de Galilea, cuando convierte el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María.
María es la mujer misionera porque sabe prestar atención a los detalles que hacen especial cada instante de su vida y de la de los demás.
También
nosotros, misioneros claretianos, estamos invitados a hacer lo que el Señor nos
pide. María nos sigue invitando a dar testimonio de la fe también a través de
la atención a los pequeños detalles que a menudo marcan la diferencia en
nuestro «ser misión».
En Nazaret (Lc 2, 51-52). «Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres».
La misión comienza por nosotros mismos y en los lugares habituales de nuestra vida. Como toda madre, María da la vida a su hijo no solo en la concepción, en los meses de embarazo y en el parto, sino también durante los años de su existencia. Una madre lleva a su hijo en su vientre durante nueve meses y después... lo lleva consigo toda la vida.
María es la mujer misionera en su vida cotidiana en Nazaret, que al fin y al cabo es el lugar donde se construye la historia.
Así,
nuestro ser misioneros claretianos se desarrolla y crece a lo largo de la vida
ordinaria. Hoy María nos exhorta a ser discípulos misioneros en los
acontecimientos sencillos y a veces ocultos de nuestra existencia, pero no por
ello menos fecundos.
Al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27). «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María de Magdala».
María, al pie de la cruz, vive la mayor desolación y la pobreza extrema de perder lo que más quiere. Al mismo tiempo, expresa un amor inmenso por la humanidad. Jesús, con los brazos abiertos, es como si quisiera abrazar a toda la humanidad. La Cruz se convierte en el lugar donde el Cielo toca la Tierra y la Tierra toca el Cielo.
María es la mujer misionera incluso en el momento del dolor, porque tiene el valor de permanecer junto a la Cruz de su Hijo, plenamente involucrada en la pasión.
Hoy
María nos invita a asumir nuestros sufrimientos, prueba de nuestra fe, y a
estar cerca de aquellos que viven momentos de lejanía, incomprensión, dolor,
cuando más aguda es su necesidad de sentir una presencia amiga, especialmente
la presencia de Dios. La Cruz de Jesús nos impulsa a afrontar las dificultades
de la vida, incluso en los momentos de oscuridad.
En la mañana de Pascua resuena el grito de que el Señor ha resucitado, está vivo (Mt 28, 1-10). «Jesús, el crucificado, ha resucitado de entre los muertos, y he aquí que os precede en Galilea; allí lo veréis».
Muchos se preguntan sorprendidos por qué el Evangelio, mientras nos habla de Jesús aparecido el día de Pascua a muchísimas personas, como Magdalena, las piadosas mujeres y los discípulos, no nos cuenta, en cambio, ninguna aparición de la Madre por parte del Hijo resucitado.
Tal vez haya una respuesta: ¡porque no era necesario! No era necesario, es decir, que Jesús se apareciera a María, porque Ella, la única, estuvo presente en la Resurrección... Como estuvo presente, la única, en su salida de su vientre virginal de carne. Y se convirtió en la mujer de la primera mirada a Dios hecho hombre... Así tuvo que estar presente, la única, a la salida de Él del vientre virginal de piedra: el sepulcro «en el que aún no había sido depositado nadie». Y se convirtió en la mujer de la primera mirada al hombre hecho Dios. Los demás fueron testigos del Resucitado. Ella, de la Resurrección.
María es la mujer misionera de la Resurrección, el acontecimiento que está en el centro de nuestra fe, de nuestra vida, de nuestro anuncio.
Hoy
María nos anima a los misioneros claretianos a nacer y renacer siempre en
nuestro compromiso misionero. Con Ella aprendemos a ser tejedores de resurrección
en un mundo tantas veces cosido por los lazos de la muerte. «No basta con nacer. Es para renacer que hemos
nacido. Cada día» (Pablo Neruda).
En el Cenáculo (Hch 1, 14). «Todos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la Madre de Jesús».
El Espíritu Santo, junto con la Eucaristía, es el mayor don que Jesús ha hecho a la Iglesia. El Espíritu de Dios es el principal artífice de la obra misionera. Es el Espíritu el que nos da fuerza y nos hace capaces de dar testimonio y anunciar la Palabra en todas las periferias geográficas y sociales.
María es la mujer misionera que acogía con la comunidad de creyentes los dones del Espíritu y se dejaba guiar por Él.
Así
también para nosotros hoy, el Espíritu de Dios «nos enseña todas las cosas»
para hacernos descubrir campos inexplorados de nuevas evangelizaciones. El
Espíritu es creador y nos hace discípulos creadores. Hoy María nos exhorta a los misioneros
claretianos a dejarnos modelar por el Espíritu para ser discípulos capaces de
iniciar procesos de misión para llevar a la humanidad al Dios del Reino.
María, puerta del Cielo.
Unida a Jesús durante su vida terrenal, María está unida a su Hijo también en el Cielo. Para cada uno de nosotros, misioneros claretianos, se convierte en un signo de esperanza: sabemos que tenemos junto a Dios una Madre que nos atrae hacia Él, nos lleva a Jesús, nos ayuda en nuestra continua renovación misionera.
María es la mujer misionera que nos precede en la eternidad de Dios y se convierte para nosotros en una inspiración misionera. Le pedimos que nos fortalezca en la fe, nos haga vigilantes en la espera y atentos en la caridad.
Santa María, mujer misionera, concede a tu Congregación
de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María la alegría de redescubrir,
ocultas en la palabra ‘envío’, las raíces de nuestra vocación primordial.
Ayúdanos a medirnos con el Hijo enviado del Padre y ungido
del Espíritu Santo, y con nadie más: como Tú, que, apareciendo en los albores
de la revelación neotestamentaria junto a Él, el gran misionero de Dios, lo
elegiste como única medida de tu vida.
Cuando se demore dentro de sus rutinas, donde no llega el
grito de los pobres, dale el valor de salir de los campamentos.
Cuando se vea tentada a petrificar la movilidad de su
domicilio, aléjela de sus aparentes seguridades.
Cuando se acomode en las posiciones alcanzadas, sacúdela
de su vida instalada y sedentaria.
Enviada por Dios para la salvación del mundo, nuestra
Congregación está hecha para caminar peregrina, desinstalada, ligera de equipaje en cada cruce de
los caminos y en todas las periferias.
Nómada como Tú, pon en su corazón una gran pasión por los hombres y las mujeres. Muéstranos la geografía del sufrimiento. Llénanos de ternura hacia todos los necesitados. Y haz que no nos preocupemos por nada más que por poner los ojos fijos en Jesucristo y ofrecerlo al mundo como Tú hiciste.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario