María, misionera del Reino, es gracia y don para todo misionero claretiano
María es una joven judía, de una provincia remota del Imperio romano. Su nombre es común entre las mujeres del pueblo de Israel, la más famosa es Miriam, hermana de Moisés. Es una sencilla muchacha del campo que vive lejos del centro religioso de Jerusalén y del esplendor del Templo con su aristocracia sacerdotal. Como las demás mujeres del pueblo, habrá cosido ropa, cocinado, recogido leña para el fuego, ido a buscar agua al pozo y trabajado en el campo para ayudar a la familia.
San Lucas, entre los evangelistas, es el que nos cuenta un poco más sobre ella. Por su Evangelio sabemos que la Virgen, tras el anuncio del arcángel Gabriel y al comienzo de su embarazo, emprende un viaje hacia una región montañosa para llegar a una de las ciudades de Judea (cf. Lc 1,39), donde vive su anciana pariente Isabel, que está a punto de dar a luz milagrosamente a un niño.
María, nada más enterarse del sensacional acontecimiento, se dirige hacia ella y se pone en camino: el verbo griego - eporeuthe - utilizado es un verbo muy utilizado en el Nuevo Testamento para indicar el ir y el caminar de Jesús y sus discípulos (cf. Mt 19,15; Mc 10,17; Lc 7,11; 9,51.52.56.57; Jn 4,5); y lo que es aún más interesante, es el verbo utilizado por Jesús tanto en el discurso de la misión (cf. Mt 10,6.7), como en el momento de la entrega del mandato misionero a sus discípulos (cf. Mt 28,19 y Mc 16,17). Jesús, además, dirige esta misma orden de «¡ve!» también a una mujer, María de Magdala, en Jn 20,17.
María es la «primera misionera» y hace que Jesús realice, llevándolo en su vientre por los polvorientos caminos de Judea, su «primer viaje misionero», anticipando también lo que será la acción de la comunidad cristiana; por ahora es María quien conduce a su hijo, él que de adulto estará siempre «en camino» y ni siquiera tendrá dónde recostar la cabeza (cf. Mt 8,20; Lc 9,58). Parece que María sienta las bases de su paso de pueblo en pueblo, en los años de su vida pública.
El evangelista San Lucas añade también algunos detalles al camino de María. Nos dice que camina con celo y solicitud. Se mueve rápidamente, impulsada por un impulso interior que denota un compromiso serio.
Es una descripción cualitativa del alma de María en ese momento, más que una indicación espacio-temporal: María camina rápido, tendida hacia la meta sin distraerse. Lo que la impulsa no es la ansiedad; no es la prisa dispersiva y distraída, sino la urgencia del Reino y el deseo misionero de anunciar el cumplimiento de las promesas, porque la fe tiene sus urgencias. Hay momentos en los que es necesario saber elegir, y hacerlo rápidamente.
Santa María, mujer misionera, te imploramos por todos
nosotros, misioneros claretianos, que hemos sentido el encanto conmovedor de
ese icono que te representa como misionera del Reino de Dios junto a tu Hijo Jesús, el
enviado del Padre, y hemos dejado otros afectos queridos para sr testigos y anunciar
el Evangelio de la Gracia.
Acompáñanos en el esfuerzo. Alivia nuestro cansancio.
Protégenos de todo peligro. Dona a los gestos con los que nos inclinamos sobre los pies de aquellos a cuyo servicio estamos de los rasgos de tu ternura maternal y virginal. Pon en nuestros
labios palabras de paz. Haz que la esperanza con la que promovemos el Año de
Gracia adelante la esperanza de la humanidad de los cielos nuevos y de la
tierra nueva.
Llena nuestras horas de soledad. Atenúa en nuestros
corazones los dolores de la nostalgia. Cuando tengamos ganas de llorar, ofrécenos
y ábrenos tu regazo de madre. Haznos testigos de la alegría. Santa María, mujer
misionera, tonifica nuestra vida de discípulos y enviados con ese ardor que te
impulsó a ti, portadora de luz, por los caminos de Palestina.
Ánfora del Espíritu Santo, derrama su crisma sobre
nosotros, para que ponga en nuestro corazón la nostalgia de los confines de la
tierra. Y aunque la vida nos ate a los meridianos y paralelos donde nacimos,
haz que sintamos igualmente en nuestro corazón el aliento de las multitudes que
aún no conocen a Jesús porque sabemos que nuestro corazón es para todo el mundo.
Ábrenos los ojos para que podamos ver con compasión las aflicciones del mundo. No impidas que el clamor de los pobres nos quite la tranquilidad. Tú, que en la casa de Isabel pronunciaste el canto más bello de la teología de la liberación, tu Magnificat, inspíranos la audacia de los profetas para que Dios sea conocido, amado, servido y alabado.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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