Beata esperanza
No pocos de nuestros miedos surgen de nuestra incertidumbre sobre el futuro de la humanidad, el planeta, la geoeconomía y la geopolítica.
Éstos son los temores del Tercer Milenio, que se insinúan en lo más profundo de cada uno de nosotros. Cuando empezó el Segundo Milenio sopló un viento similar. Pero, en aquel momento, los milenaristas estaban a la espera del acontecimiento escatológico que proyectaría a la humanidad hacia lo que Joaquín de Fiore, a finales de 1100, definiría como la Tercera Edad, la del Espíritu.
Después de los dos primeros cielos, el cielo del Antiguo Testamento fundado por los Patriarcas y el del Nuevo Testamento fundado por los Apóstoles, surge la aurora del tercer cielo... A su luz, dejaremos finalmente 'el Egipto del siglo presente' para adentrarnos en el 'camino angosto del desierto' que nos conducirá a la Jerusalén espiritual. Se acerca el tiempo de la apertura del sexto sello.
Como entonces, también a principios de milenio, han salido a la superficie teorías apocalípticas, insurgencias milenarias, identitarismos agresivos y teorías de la conspiración.
Nuestro miedo es que la historia acabe en nuestras propias manos. Hoy no vemos ningún “tercer cielo”. Se respira un aire de "fin de la historia", que no es precisamente el optimista hegeliano-marxista ni el liberal a lo Francis Fukuyama. No hay riesgo de un final feliz, sino del final de la historia. Tememos que la aventura humana termine aquí a manos de los propios hombres. Stephen Hawking, un cosmólogo ciertamente ajeno a los impulsos catastróficos, escribió antes de su muerte: ‘Tenemos la tecnología para destruir el planeta en el que vivimos, pero aún no hemos desarrollado la tecnología para escapar de este planeta’.
Los puntos críticos del sistema planetario son demasiado conocidos. En resumen, hay dos puntos clave: la crisis de existencia física, biológica, económico-social y política del planeta; la transición en curso del “homo sapiens” al “homo sapiens” o, dicho de otra manera, a la ingeniería genética y la inteligencia artificial. Otra transición puede ser ‘del ser humano’ al ‘ser posthumano’, del ‘homo’ al ‘homo deus’.
Estos miedos no se pueden extinguir, porque surgen de la historia humana presente, son su producto, nosotros los generamos. Sólo tenemos que enfrentarlos. Ésta es nuestra tarea hoy, nuestra responsabilidad. San Pablo nos decía que "cada momento está lleno de gracia". No creo que sea una interpretación forzada reemplazar "era" por "momento".
¿Cuáles son mis miedos?
El movimiento de la esperanza. Del futuro al presente. En la planta del trigo está el sueño de la espiga; y mientras no haya alcanzado la madurez, este sueño seguirá vigente. Así, en lo más profundo de la conciencia humana hay una esperanza, la expectativa de algo que infaliblemente debe ocurrir en la humanidad y que las premoniciones no pueden esbozar en formas precisas, pero que ciertamente sucederá en ese momento.
La esperanza es la experiencia de sentido y felicidad que quiere habitar nuestra vida, nuestro hoy, y conducirla hacia su plenitud. La esperanza que está en el comienzo de la fe y abre el camino concreto del amor generativo. La esperanza, virtud divina hija, es la que resiste el fin de toda ilusión, de toda promesa traicionada. Principio de cada generación, compañía silenciosa de cada cruce traumático. Fuerza de vida silenciosa y transformadora.
¿Podemos imaginar y soñar, recrear e innovar?
Los que tienen esperanza son los jóvenes, los que experimentan la posibilidad de lo imposible, los que ven lo invisible. Los que se apoyan en el misterio de la realidad, rompiendo todo fatalismo. Quien espera experimenta a Dios.
¿Y nosotros?
¿Podemos seguir siendo personas generativas cuando envejezcamos y nos volvamos ancianos?
¿Puede ser generativa una sociedad que se ha vuelto casi biológicamente estéril y envejecida?
¿Qué deberíamos mirar, a quién deberíamos escuchar para responder estas preguntas?
Preguntas inevitables sobre las condiciones demográficas y la decadencia institucional en la que nos encontramos hoy en buena parte de Europa. Cuestiones que nos involucran como pueblo singular y como pueblo plural, en diferentes formas comunitarias e institucionales. Incluidos los eclesiales. Cuestiones que nos acompañarán al menos durante las próximas tres décadas, siempre que comencemos a abordarlas ahora, de lo contrario las décadas serán muchas más y el drama se convertirá fácilmente en tragedia.
Más simplemente, la pregunta directa es: ¿pueden las “personas mayores” innovar?”
Podríamos encontrar algún apoyo en la respuesta, así como en nuestro corazón, releyendo la historia o las noticias y rastreando la vida de los grandes innovadores en la vejez, en muchos campos: en la historia del arte, en la filosofía, en la religión, en política. Sin ir demasiado lejos en el tiempo, de Kant al Papa Juan XXIII, de Mandela al Papa Francisco, de Beethoven a Ghandi. Los que continúan siendo generativos y los que expresan la plenitud de su generatividad, su culminación, precisamente en la parte final de la vida.
Nada nos impide atrevernos… por lo tanto, también para nosotros hay algo que esperar.
Por lo tanto, podemos contar no sólo con el impulso natural al cambio de las nuevas generaciones (lamentablemente cada vez más minoritarias), sino también imaginar que incluso las más maduras generaciones pueden desempeñar un papel positivo en este sentido. Por tanto, cada uno puede aportar su propia contribución a la necesaria y urgente transformación a la que estamos llamados. El movimiento de la esperanza. Del futuro al presente.
En todas partes pueden formarse vanguardias proféticas de diferentes épocas, capaces de dar vida a nuevas experiencias instituyentes. De hecho, creo que quienes mejor encarnan la paradoja de la relación entre edad y cambio, y perciben concretamente su importancia y urgencia ,tienen hoy muchas más posibilidades de asumir una subjetividad proactiva y positiva. En definitiva, la libertad nos desafía en todas las épocas y la autoridad siempre "autoriza" la vida llevando lo que está oculto al valor común (convirtiéndolo en "autor").
Nada nos impide atrevernos: escuchar, discernir, actuar. Juntos.
La acción da cumplimiento contingente a la virtud de la esperanza, asumiendo esta tarea con responsabilidad. Imaginar un significado y un nuevo futuro para las personas singulares y plurales puede parecer "imposible" en muchos casos. Puede resultar fácil caer en una especie de fatalismo nihilista.
Pero es precisamente esta "imposibilidad" la que hace que nuestra acción sea real y significativa. En la época de las máquinas que hacen lo "posible", al hombre no le queda nada más que lo "imposible".
La esperanza, centinela del infinito que habita la vida, despierta nuestra vocación humana, la mantiene viva y dinámica en la inevitable tensión dramática que constituye la realidad.
Así se cumple la “esperanza bienaventurada”, porque lo bello, lo bueno, lo justo, lo verdadero aún está por “suceder”.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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