El Jubileo de 2025 y la lacra injusta por inhumana de la deuda
externa
El sufrimiento por el endeudamiento en el Sur global va en aumento, poniendo en riesgo el equilibrio social y político de esos países. Según estimaciones del FMI, a 29 de febrero de 2024, de los 68 países de renta baja (PRB) para los que el Fondo realiza análisis de sostenibilidad de la deuda, 9 ya están en dificultades y 51 corren un alto riesgo de sufrirlas. Según la ONU, 19 países de renta baja gastan más en intereses de la deuda que en educación y 45 gastan más en intereses de la deuda que en sanidad. La deuda externa de África, a finales de 2023, superaba el billón de dólares y el importe de los intereses pagados en 2024 ascendía hasta ahora a 163.000 millones de dólares, frente a los 61.000 millones de 2010. Así pues, un primer punto que hay que subrayar es que aunque ciertamente sea posible reestructurar la deuda, lo será al precio de un aumento de la pobreza. Se trata de un compromiso inaceptable, tanto desde el punto de vista ético como político.
Hace veinticinco años se celebró un Jubileo con una gran condonación de la deuda externa. Sin embargo, aquí estamos de nuevo, con demasiados países luchando contra una deuda insoportable. La responsabilidad es tanto de los deudores como de los acreedores, como subrayó en su momento, con gran valentía, el Papa Juan Pablo II: «Entre las muchas causas que han conducido a una deuda externa abrumadora, hay que mencionar no sólo los elevados tipos de interés, fruto de políticas financieras especulativas, sino también la irresponsabilidad de algunos gobernantes que han destinado enormes sumas de los empréstitos obtenidos al enriquecimiento de personas concretas, en lugar de utilizarlas para apoyar los cambios necesarios para el desarrollo del país» (La Iglesia en América, 1999). Haríamos bien en prestar atención a estas palabras si realmente queremos erradicar la lacra de la deuda externa. Es la estructura «usurocrática» de la economía mundial lo que hay que combatir hoy.
Un grupo de 22 países en apuros financieros se ha convertido en los últimos años en la mayor fuente de ingresos netos del FMI, con pagos que superan los costes de funcionamiento del Fondo. La institución, fundada en 1944 en Bretton Woods con el objetivo de fomentar la estabilidad financiera, está, de hecho, pidiendo a países que apenas pueden cubrir sus propias necesidades básicas que cuiden del resto del mundo. Uno de los factores causales es la política de recargos que el FMI impone a los países que retrasan el reembolso de sus préstamos. Imponer tales penalizaciones es claramente antitético con la propia misión del FMI, además de no tener una justificación estrictamente económica, como siguen creyendo algunos economistas equivocados.
En 2020, diez países pagaron estos recargos al FMI; en 2023, el número ascendió a 22. Y lo que es más grave, el tipo básico del FMI pasó de menos 1% a casi 5%. No hace falta ser un experto para comprender las implicaciones prácticas, por lo que urge revisar por completo la forma en que se realizan los análisis de sostenibilidad de la deuda. Estos análisis tienen importantes implicaciones para las negociaciones de la deuda, al imponer cargas y gravámenes indebidos sobre los hombros de los deudores. Hay que tener en cuenta que no se trata de análisis meramente técnicos, como se lee a menudo, ya que postulan juicios de valor específicos. Es hora de desenmascarar estos supuestos, en lugar de entretenerse en tecnicismos.
¿Qué hacer entonces? No basta con anular la deuda si no se modifican los factores causales que tienden a generarla. He aquí algunas sugerencias.
- Acabar con el neocolonialismo. A pesar de lo que se tiende a creer, si bien es cierto que el colonialismo está oficialmente muerto, no hay ninguna razón para pensar que las prácticas colonialistas no tienden a persistir todavía hoy. Además, hay que eliminar el «comercio triangular» que hoy forma parte de las «cadenas de suministro». También es necesario exigir a las 70.000 multinacionales presentes hoy en el mundo que cuando operen en países de la época colonial apliquen a sus trabajadores las mismas normas sociales que en sus propios países.
- Reescribir los estatutos de organizaciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la OMC, la OMS y otras. Las normas de funcionamiento de estas organizaciones se redactaron en 1944 en Bretton Woods, con el proceso de desarrollo de los países occidentales en el punto de mira. Desde entonces, sólo se han introducido cambios marginales. De ahí la rebelión del Sur Global contra el aumento endémico y sistémico de las desigualdades sociales y culturales, atribuible al hecho de que las instituciones económico-financieras y culturales no tienen carácter universalista, porque los contextos nacionales a los que deben aplicarse son diferentes.
- Reforma de las Naciones Unidas. El derecho de veto concedido hasta ahora a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad debe suprimirse y sustituirse por otro procedimiento de votación. Sobre todo, debe crearse una Asamblea Parlamentaria de las Naciones Unidas en la línea de la propuesta presentada por la ONG «Democracia sin Fronteras». La ONU se creó para preservar la paz, pero sin dotar a esta importante organización de los poderes necesarios para ello. De hecho, la idea es que no basta con preocuparse únicamente por la seguridad de los Estados, sino que también hay que pensar en la seguridad de las poblaciones.
- Diseñar un modelo de integración de los migrantes que vaya más allá de las meras políticas de acogida. Hay más de doscientos millones de personas que viven, como desesperados, la condición del migrante. Los modelos de integración aplicados hasta ahora han fracasado y vierten sus causas. Son el modelo multiculturalista, de derivación anglosajona, y el modelo asimilacionista de matriz francesa. Es hacia el modelo del diálogo intercultural hacia el que debemos avanzar. Por eso es urgente crear una Organización Internacional para las Migraciones (OIM) a semejanza de la Organización Mundial del Comercio, que garantice el reconocimiento -en el sentido del thymos platónico- de la diversidad étnica, religiosa y cultural.
Seguramente somos conscientes de las dificultades inherentes a la aplicación de tales propuestas. Pero no hay que tener miedo a las dificultades, ¡pues incluso el agua del mar necesita rocas para subir más alto! Hay personas que estudian el arte de la guerra -como se llamaba en la antigua China- para estar mejor preparadas para el combate. Pero son muchos más los que estudian la guerra para desalentarla y evitar que estalle. La paz no es un objetivo inalcanzable, ya que la guerra no es un hecho de la naturaleza, sino el fruto corrompido de la gente que la desea. Y así desarrollan ideologías que enseñan a odiar: al vecino, al diferente, al pobre, sembrando por doquier las semillas de esa subcultura de la aporofobia de cuyos efectos devastadores están llenas las crónicas.
Por eso es necesario resistir, con sabiduría y tenacidad, para que esas personas no tengan la última palabra en la formación de la opinión pública y, sobre todo, no lleguen a ocupar posiciones de poder político. Es bien sabido que el odio es el más cohesionador de los sentimientos políticos porque, más que ningún otro sentimiento, mantiene unida a una multitud y la convierte en un todo obediente. Por eso el populismo, de cualquier color y bajo cualquier latitud, debe ser combatido con firme convicción.
P. Joseba Kamiruaga
Mieza CMF
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