Iglesia de Jesús, ¿de qué tienes miedo? ¿Aún no tienes fe?
A veces me da la sensación de que en la Iglesia no tememos las críticas de nadie. Con ese aire austero e irreprochable, sostenidos por planes, programas y proyectos, por tantas reflexiones y documentos, seguimos recto nuestro camino sin preocuparnos mucho del consenso o rechazo que provoca en muchas posiciones tomadas sobre temas importantes y que son capaces de hacer discernimiento, confrontación,…, en una palabra, reflexión y toma de decisión sinodal.
En resumen, tengo la impresión de una Iglesia hecha de hombres de una sola pieza, que no harían concesiones por nada del mundo. Así interpreto muchas palabras sentidas contra el relativismo, o en defensa de instituciones consolidadas. Pero este coraje, esta firmeza moral, este tono hasta a veces intransigente e imperturbable, ¿es verdaderamente un signo de fuerza, de coherencia, de madurez, de fe, o tal vez no es una reacción de miedo, que oculta el gran miedo del mundo católico a perder "terreno", justo allí donde, con grandes sacrificios a lo largo de la historia, se había logrado un gran avance?
La Iglesia tiene una misión muy específica, pero a veces parece temer que no la consiga. El Señor la llama a sí, le dice "Ven", como hizo con Pedro sobre las aguas, pero ella teme las aguas en las que se encuentra navegando y se hunde inevitablemente, aferrándose a los restos de una tradición que le dan una soporte cada vez más mínimo, más frágil,... La Iglesia, más precisamente, tantas veces tiene miedo… de su pasado y de su futuro.
Miedo del pasado
Teme a su pasado cuando dice "siempre se ha hecho así". Pensemos en el esfuerzo por cambiar algunas partes litúrgicas, en esos términos de fe hoy incapaces de comunicar lo que significan: Buena Noticia, perdón, salvación,… O pensemos más simplemente en el celibato de los sacerdotes, en la consagración de las mujeres al ministerio ordenado... al final la respuesta es siempre la misma: no. No, porque "siempre" se ha hecho así. Pero ¿de qué sirve todo el camino recorrido para comprender los géneros literarios, el contexto cultural, los límites lingüísticos de los textos originales...?
Tantas veces damos la impresión de temer al pasado cuando se impone con fuerza el no contradecir lo dicho por un Papa del año 1300, lo hecho por la Inquisición o lo decretado hace no más de siglo y medio por el Syllabus. El supuesto hasta puede ser análogo al del totalitarismo: la Iglesia no puede cometer errores. El pueblo cristiano teme entonces el oprobio de sus antepasados. ¡Ay de nosotros si tocamos ciertas tradiciones, ciertos ritos, ciertas invocaciones!
Miedo del futuro
Teme por su futuro cuando dice: "si concedemos esto, ¿dónde acabaremos?" Y la motivación es siempre la misma: pero si concedemos esto hoy, ¿qué más nos pedirán mañana? ¿Dónde terminaremos? Éstas son las preguntas típicas de quienes, al no tener certezas "últimas", se aferran a las "penúltimas". Las preguntas impulsadas por la ansiedad del cambio, por el miedo a encontrarnos fuera de esos límites que debemos mantener; ¡esa moral y esa “costumbre” cristiana sin las cuales quién sabe qué podríamos hacer y cuán poco cristianos podríamos descubrirnos!
Es el miedo a seguir siendo pocos, a disminuir en número… En definitiva, es la creencia de que uno cumple bien su misión si los números lo confirman, si acuden multitudes, si se administran los sacramentos, si las aulas de catequesis están llenas... El miedo a ser impopular o el miedo a partir de un poquito para construir con eso algo significativo, como fue al principio. ¿Adónde se ha ido la fe en la Providencia? Pero, ¿realmente creemos que el Señor también se preocupa por los gorriones y los lirios del campo o simplemente lo decimos por causa de la belleza?
Estas actitudes bloquean y, paradójicamente, impiden llevar a cabo la misión, que no debería fijarse ni fijarse en determinados parámetros "seguros"... sino la salida a los cruces de los caminos… a las periferias de la existencia… El miedo, nos enseña Jesús, es enemigo de la fe.
Percibo en los católicos el miedo a perder su identidad con la apertura de la sociedad a otras religiones. Percibo miedo en un uso excesivo de prohibiciones, de advertencias que vienen de las autoridades puntualmente y con precisión cada vez que alguien muestra el más mínimo desacuerdo, plantea un problema, pone de relieve contradicciones. Finalmente, percibo una actitud de miedo cuando tendemos a negar la realidad, a no hablar de temas desagradables, porque según algunos esto causaría escándalo a los más débiles.
Además de esto, por supuesto hay que decir con toda razón, que la Iglesia ciertamente también lleva a cabo muchas acciones positivas. El esfuerzo ecuménico, las intervenciones caritativas, los contactos con países de todo el mundo para llevar un mensaje de justicia y de paz,… Pero todo esto, respetuosamente hablando, no es el centro de su misión. "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división", dijo Jesús provocativamente (Lucas 12, 51). No siempre se trata de ser enfermera que palia… sino de ayudar a gestar, alumbrar con dolores de parto, otra alternativa, otra historia… con aquella imagen de "los cielos nuevos y la nueva tierra" (Isaías 65, 17ss; Apocalipsis 21, 1ss).
La Iglesia está fundada en la fe. "Fe" también significa que el Señor habla de muchas maneras (porque el viento sopla como, cuando y donde quiere) y a toda la Iglesia (porque Maestro es solamente uno y todos los demás discípulos). El Señor no teme nuestros errores, más bien lamenta nuestro silencio/asentimiento: "Ellos no entendieron estas palabras y tuvieron miedo de pedirle explicaciones" (Marcos 9, 32). Si entonces realmente creemos que su Espíritu guía a la Iglesia, ¡sumerjámonos, hagamos algunas pruebas, comparemos, discutamos, si es necesario! Pero dejemos de esconder el polvo debajo de la alfombra. "¡Ten fe en mí!" dice el Señor, que significa "déjame las riendas a mí", "déjame llevar el juego", "no decidas todo hasta el más mínimo detalle y definitivamente sino ¿qué lugar me queda?".
Superar los miedos internos conducirá a una nueva actitud también con el exterior. "La Iglesia debe salir de su estancamiento. Debemos volver al aire libre de la confrontación espiritual con el mundo. Debemos arriesgarnos incluso a decir cosas discutibles, si esto nos permite plantear cuestiones de vital importancia" (Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión). La Iglesia ha realizado cambios de paradigma en el pasado: ¿por qué no debería hacer más hoy? Pensemos en el Concilio de Jerusalén (Hechos de los Apóstoles 15) cuando muchos todavía querían difundir el cristianismo sólo al pueblo de Israel y en el escrupuloso respeto a la tradición de la Ley de la religión judía.
La Iglesia entera, sin embargo, debe cuestionar sus propios miedos y dejar de decirse a sí misma que es buena y está bien sin problemas en un determinado statu quo. Como dijo el apóstol Pablo: "No recibisteis el Espíritu como esclavos para volver a temer, sino que habéis recibido el Espíritu como hijos adoptivos, por medio de los cuales clamamos: ¡Abba, Padre!" (Romanos 8, 15). A lo mejor la Iglesia tendría que recordar que también un día Jesús estuvo fuera de sí (Marcos 3, 21). Es lo que ocurre cuando es el Espíritu provoca en quien se deja poseer y arrebatar solamente por Él, y no por otros convencionalismos convencionales ni políticamente correctos.
Incluso a la luz del Evangelio de este Domingo - Marcos 4, 35-41 - pregúntate a ti misma, Iglesia de Jesús, ¿de qué tienes miedo? ¿Aún no tienes fe? No cedas, Iglesia de Jesús, a la lógica atea y positivista: “¡He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”! (Mateo 28, 20).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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