jueves, 16 de enero de 2025

La enseñanza de Jesús sobre el Jubileo.

La enseñanza de Jesús sobre el Jubileo 

Para seguir profundizando en el Jubileo inaugurado el pasado 24 de diciembre, conviene reflexionar sobre el pasaje evangélico en el que Lucas narra la predicación programática de Jesús en la Sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-30), único pasaje de todo el Nuevo Testamento que menciona un año jubilar y lo sitúa en un lugar muy destacado. 

Jesús «se levantó a leer. Le dieron el rollo del profeta Isaías; abrió el rollo y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí...». La última expresión leída por Jesús reza así: «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,19; Is 61,2) e, inmediatamente después, Jesús declara que «esta Escritura» se cumplió aquel día. La expresión de Is 61,2 traducida en Lc 4,19 como «año de gracia» recuerda claramente la legislación del libro del Levítico sobre el año jubilar (Lev 25,10-13). Fue, pues, un año jubilar el que Jesús proclamó en Nazaret, definiendo así su misión como el cumplimiento de la profecía que lo anunciaba. De ahí que todo su ministerio deba entenderse en esta perspectiva. 

La forma en que Lucas cita a Isaías presenta algunas peculiaridades. Después de haber hablado de «anunciar [...] a los ciegos [la recuperación de] la vista», añade: «poner en libertad a los oprimidos», expresión inspirada en otro pasaje de Isaías (Is 58,6) donde se define el «ayuno» que agrada a Dios, que no consiste en observancias rituales sino en iniciativas liberadoras: «desatar las cadenas inicuas, quitar las ataduras del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper todo yugo» (ibid.). 

La consecuencia de añadir el pasaje de Is 58,6 es insistir en que el año jubilar debe ser un año de liberación efectiva. Esta orientación evangélica se corresponde perfectamente con la interpretación bíblica del Jubileo en Lev 25,10, donde la liberación era ante todo para los esclavos hebreos, pero también incluía la condonación de las deudas. Se prescribía cada séptimo año según Dt 15,1-3,12 (cf. Jr 34,13-14), pero de manera especial después de siete veces siete años, es decir, en el año del Jubileo, y el Evangelio retoma insistentemente esta perspectiva para caracterizar la misión de Jesús. El hecho no deja de ser esclarecedor y estimulante para la celebración del actual Jubileo dedicado a la Esperanza, que quiere contribuir con fuerza a la liberación de tantos oprimidos de múltiples maneras. 

Otra peculiaridad de la cita de Isaías en Lc 4,18-19 consiste en una omisión. En concreto, Lucas no cita Isaías 61,2 en su totalidad, sólo menciona «el año de gracia del Señor» y omite «el día de la venganza de nuestro Dios». Es decir, el oráculo de Isaías preveía dos aspectos de la intervención divina, el primero de liberación para el pueblo judío, el otro de castigo para sus enemigos. El Evangelio no conserva el segundo aspecto y esto tiene como consecuencia que el mensaje no tiene nada de negativo e, implícitamente, tiene una apertura universal. No hay distinción entre judíos y no judíos. Así se prepara el universalismo del anuncio evangélico, que se hará explícito tras la muerte y resurrección de Jesús con la liberación más importante, la de los pecados: «en su nombre será predicado a todos los pueblos» (Lc 24,47). 

Sin embargo, la continuación del relato evangélico nos muestra lo difícil que es lograr una verdadera apertura universal. Hay reacciones egoístas y un rechazo a la apertura total. Los paisanos de Jesús «se asombraban de las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22). Entonces reconocen que este joven profeta es su paisano: «¿No es éste el hijo de José?». Es Jesús mismo quien revela el sentido de esta pregunta. Ve que corresponde a una actitud posesiva: eres hijo de José, nuestro conciudadano, por tanto nos perteneces y debes hacer por nosotros lo que seas capaz de hacer (cf. Lc 4,23). A esta actitud posesiva Jesús se resiste resueltamente. Sus conciudadanos deben saber que «ningún profeta es bienvenido en su patria» (Lc 4,24) y ello no porque el pueblo se niegue a priori a creer en él, sino porque el propio profeta se niega a poner a su servicio sus propios dones extraordinarios y deja que los de fuera pasen primero. Jesús exigió a sus conciudadanos esta generosa apertura de corazón. Fue una conversión difícil. La gente de Nazaret no lo permitió. No renunciaron a su actitud posesiva, y cuando un afecto posesivo es desafiado y obstaculizado, suele producir una reacción violenta. Tantos dramas son provocados por este tipo de reacción e incluso en nuestros días somos testigos de ello. 

Por desgracia, no sólo la primera parte del relato evangélico, es decir, la predicación de Jesús (Lc 4, 16-21) resultó programática, sino también la segunda (Lc 4, 23-30), es decir, la reacción negativa y violenta de sus conciudadanos. En los Hechos de los Apóstoles leemos varias veces cómo el éxito de la predicación del apóstol Pablo entre los paganos provocó los celos de ciertos judíos que se opusieron al Apóstol y provocaron persecuciones contra él (cf. Hch 13,45; 17,5; 22,21-22). Incluso dentro de las comunidades cristianas, la actitud posesiva causó graves daños. En Corinto, muchos creyentes se apegaron celosamente a uno u otro apóstol, lo que provocó conflictos y divisiones en la comunidad (1 Cor 1,10-3,23). 

Ciertamente, será de gran utilidad vivir el Jubileo en la Esperanza meditando el relato evangélico de la visita de Jesús a Nazaret según Lucas, que nos muestra cuáles son las principales orientaciones del año jubilar y nos previene contra ciertas actitudes incompatibles con su espíritu, es decir, contra toda tendencia egoístamente posesiva y contra toda estrechez de mente y de corazón. El Jubileo en la Esperanza debe ser un tiempo de gran apertura del corazón para todos, en unión con el Corazón del «Salvador del mundo» (Jn 4,42). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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