martes, 21 de enero de 2025

Recuperemos la exageración como pasión.

Recuperemos la exageración como pasión 

Sí creo que la moderación hasta sea una virtud pero no en el sentido en que se entiende normalmente. El pensamiento moral tradicional ha vinculado la virtud, toda virtud, a una "medida" (modus), de ahí el nombre de "moderación". 

Y se ha interpretado como el justo medio entre dos excesos, ambos a evitar. Pero siempre ha sido complejo, seguramente también difícil, decir cómo se determina ese justo medio. Alguien, con fina ironía, me dice que cuando se predica que la virtud está en el medio normalmente quien lo predica fija el medio justo en ese punto al que ha llegado y en el que se siente cómodo. Más que moderación… se predica en el fondo la comodidad. 

Se declara que la moderación es un componente fundamental de la comunidad cristiana porque, al moderar los deseos desmedidos de los individuos, crea la posibilidad de un encuentro -en el medio- entre personas diferentes y evita que el conflicto se convierta en un fin.  Y, sin embargo, esa comunidad cristiana también debe procurar que el pretendido justo medio no se convierta en una equidistancia. De hecho, la moderación suele ser invocada por quienes quieren defender una posición de privilegio amparada en un equilibrio equidistante. En ese caso, es mejor llamarla de otra manera… y no precisamente moderación. 

Un elogio acrítico de la moderación parece verse obligado a encontrarse cara a cara con una frase exagerada de Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra; ¡y cómo quisiera que ya estuviera encendido!” (Lucas 12, 49). 

El Evangelio del Reino apunta a los derechos del hombre/mujer en relación, es decir, vincula todos los derechos individuales a una responsabilidad hacia el otro en general y al otro necesitado en particular. Y en esa lógica evangélica Jesús no elige el pretendido valor del justo medio, sobre el que el consenso se engrosa tan fácil como acríticamente, sino más bien en el extremo. La moderación evangélica no es, pues, la premisa ideológica de la equidistancia, sino la elección desequilibrada del valor del prójimo más débil. 

Así pues, si la moderación será más bien perseguir los medios correctos, es elegir el exceso para restablecer el equilibrio que la historia ha desequilibrado. Este fue el impulso que dio origen a la doctrina social cristiana en la Iglesia a finales del siglo XIX. El principio de "ley igual para todos" no era suficiente, cuando no todos eran iguales debido a las condiciones históricas y no podían hacer uso de la ley. Por eso las primeras encíclicas sociales no hicieron alarde de ningún pretendido equilibrio y condenaron tanto el comunismo marxista, materialista y ateo como el liberalismo antihumano que garantizaba las formas democráticas pero bloqueaba de hecho el acceso de los pobres al poder. La vida cristiana que se desprende del Evangelio de Jesús no es una cuestión de equilibrios equidistantes. 

Sí, al final eso es lo que me preocupa: el uso casual de un término ‘moderación’ que, en cambio, implicaría un camino tremendamente exigente. Porque, en teoría, el camino evangélico y cristiano de la moderación debería ser el más arduo. Aquel en el que uno no se sitúa cómodamente a un lado u otro de la línea, sino que se sitúa en medio, exponiéndose a los golpes de ambos bandos; uno se desplaza de un lado a otro para intentar dar respuestas a todos. La línea de los moderados debería ser el lugar por excelencia de la inclusión, el de los que intentan no dejar a nadie fuera. Y también debería ser el lugar por excelencia del desgaste, en busca de esa síntesis siempre agotadora que es el bien común y el bien samaritano, más en particular, del más débil. 

Sí, así creo que debería ser. Porque durante demasiado tiempo no ha sido así. En mi opinión, una de las verdaderas tentaciones en la Iglesia es convertir la moderación en un centrismo intangible. Haberla convertido en una posición cuyo objetivo fundamental es salvaguardar ciertos intereses encontrando un pretendido equilibrio. La moderación se ha convertido en sinónimo de "no pasarse", de objetivos miopes, cortoplacistas. Esa moderación del equilibrista ha sustituido al del mediador de la nueva Alianza que vino a traer fuego a la tierra y que deseaba que ya estuviera ardiendo. ¿A dónde nos ha conducido y nos conduce esa actitud de pensamiento débil de moderado equilibrismo? 

Nos hemos dejado asaltar demasiado por algunas palabras… y es hora de recuperar otras palabras… Es hora de recordarnos que la moderación genérica y buenista tiene que vérsela con el celo profético que devora incluso a precio de la propia sangre. Los discípulos de Jesús recuerdan que su celo por Dios le devora (cf. Juan 2, 17). Y que muchas veces en la historia, también secular, los celosos han sido los que han tenido el valor de afrontar la derrota por mantenerse fieles a sus propias ideas. Permitiendo así a otros -también a nosotros-, que han recogido el testigo, ganar ciertas batallas. 

Confieso que me encantaría escuchar en nuestra Iglesia un discurso, también homilético, con más parresía, es decir, con más franqueza y audacia, sin tanta excusa, sin tanto buenismo, con más libertad y atrevimiento evangélicos, incluso asumiendo el riesgo de poner en juego la seguridad del equilibrio y la serena tranquilidad de la propia vida. Me temo que otras maneras de hablar también nos llevan a formas de apatía y de condescendencia con intereses no confesables. 

Y, por favor, dejemos el tópico de que los extremos… los “ismos”… son perjudiciales y hay que evitarlos. El cristianismo (¡otro ‘ismo’ exagerado!) del Evangelio se funda en Alguien que encarnó y asumió abrazando el extremo (“los amó hasta el extremo” Juan 13, 1). ¿O es que nos sorprende aquello de que ‘Cuando sus parientes oyeron esto, fueron para hacerse cargo de Él, porque decían: Está fuera de sí’ (Marcos 3, 21)? 

Hasta puede ser cierto aquello de que la verdad no se puede exagerar porque en la verdad no puede haber matices, mientras que en la semi-verdad o en la mentira sí hay muchos matices. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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