lunes, 20 de enero de 2025

Reflexión en la Memoria de Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, Patrona de los Ancianos.

La calidad de una sociedad se juzga también por cómo se trata a los ancianos (Benedicto XVI)

-Reflexión en la Memoria de Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, Patrona de los Ancianos- 

Sin embargo, no había empezado tan mal. Incluso habían eliminado la palabra “anciano o viejo” del diccionario. Antes el término “muerte” se había convertido en tabú y daba más miedo. Luego, los ancianos se volvieron ‘gradualmente ancianos’, de ‘mediana edad’, ‘maduros’ y ‘adultos’. 

Se miraba con ironía la frente del anciano un poco senil que miraba las obras en la carretera con las manos a la espalda o de la anciana que buscaba niños de juguete en la televisión. Entonces el silencio cayó sobre los habitantes del planeta de la tercera edad. Así que ya no se llamaban a sí mismos viejos, sino que se habían vuelto sencilla y llanamente invisibles. Son muchos, una enormidad incontable, que ni produce ni consume. Una realidad invisible. Por lo tanto, que no existe. 

Escollo que sólo defiende la retórica. El abuelo que juega con su nieto pero ya no hace falta su sabiduría. La tecnología lo ha engañado y su sobrino le enseña hasta con su celular. La abuela lleva a los nietos a los jardines cuando la madre trabaja pero luego en casa dicen que la abuela les impide jugar como les gustaría. No hagas esto, no hagas aquello. Es cierto que los abuelos suelen pagar las cuentas a final de mes, pero son engorrosas, lentas y no hay cocinas donde encerrarlas cuando vienen los amigos de visita. De hecho, ahora ya no hay cocinas, familias y amigos que nos visitan. Y los abuelos se quedaron solos. 

El virus los salvó de la invisibilidad, pero no les hizo ningún favor. Llegó y los volvió a poner de moda, para sacarlos un poco polvorientos del pequeño recuerdo de los jóvenes. Los quiso, y se los llevó a miles. No de vacaciones, sino a los cementerios donde nadie pudo llevarles ni siquiera flores. Los golpeó, los atacó y los mató. Es hora de que te quites del camino, incluso si quisieran aferrarte al único bien que queda: la vida. Nadie puede explicar el motivo de este furor, pero en los ataúdes que desfilaban como si después de una guerra perdida, se encontraban principalmente personas mayores. 

Sin embargo, alguien parecía pensar en ellos, parecía querer protegerlos, estudiaba vías de escape, refugios, quizá mejor cerrados que muertos. Al menos eso es lo que pensaban los técnicos de la gestión y de la política. Y había personas a las que les apasionaba tanto el problema de cómo salvar a los ancianos que pensaba en encerrarlos en casa, confinarlos. ¿Sería posible que el virus los buscara allí también? Esparta, por otro lado, arrojó al precipicio a los niños mal nacidos, pero ahora arrastraba a los viejos para protegerlos del precipicio. Después de todo, ellos no producen, hicieron lo que pudieron. 

Guerra, crisis, masacres, terremotos: ¿qué más pueden dar? Mejor dejarlos mirando al cielo tras el cristal de una ventana. Sin embargo, quienes quieren esconderlos de las iras de las inclemencias no han tenido en cuenta la soledad, que ha sido y sigue siendo la gran enemiga de los ancianos. ¿Quién te preparará sopa con queso por la noche si estás solo? ¿Quién contará las gotas de medicamento? ¿Quién cuidará del perro y del gato que quedan para cuidar del abuelo solitario? ¿Quién les dirá buenos días y buenas noches? La política dice que lo han dado todo, que ahora son unos inútiles. 

Cada uno de ellos crió hijos, trabajó, dio una mano al país, mientras vivía ayudaba a otros a vivir. Vio la guerra pero luego construyó la paz, lo único que pidió a cambio fue un poco de respeto y no ser abandonado. A veces no los llamamos ‘viejos’ - y esto hasta puede ser tranquilizador - pero detrás de la escena, entre las bambalinas, hay alguien que les susurra al oído "abuelo, ¿por qué no te mueres?". 

La soledad y el abandono es la realidad de muchas personas mayores que se enfrentan a una carga extraordinaria de gasto en atención sanitaria, hospitalaria y residencial.  El bienestar ha alargado la vida unos años pero tiene cara de condena, en ausencia de una planificación adecuada para una existencia pacífica y digna. Y, en el vacío emocional, dominan la angustia y el miedo, es el triste camino de la vejez. 

Es verdad, la Unión Europea, en la "Carta de los Derechos Fundamentales" de 2000, dedica una protección específica a los derechos de las personas mayores (art. 25): derechos de las personas mayores y deberes de la comunidad. Derribar prejuicios y estereotipos mediante una revolución no sólo normativa sino sobre todo cultural que no asocie la vejez con una época de decadencia, marginación, enfermedad y falta de autosuficiencia. 

Una reforma "histórica", por tanto, para un horizonte de vida digna. Un "envejecimiento activo" para las personas mayores con autonomía, con participación en la vida social y cultural. Medidas concretas para apoyar a las personas que ya no son autosuficientes, para quienes alejarse de su hogar significa, en sí mismo, un abandono. 

La dignidad y la centralidad de la persona son los puntos claves de una sociedad que quiera ser avanzada y progresista precisamente para aquellos que no deben ser considerados escoria residual. No sólo numéricamente. Disponibles con amor en las actividades cotidianas de apoyo, esenciales a la vez que "invisibles", para los hijos y nietos, los ancianos son un recurso y no un problema. Guardianes de la memoria y la identidad. Testigos de principios, ejemplos, valores, alimentan afectos y calman vacíos. 

A veces me ha llegado el doloroso relato de algunas "historias" conmovedoras de ancianos que quisieran morir entre sus pertenencias, en sus casas, y que ya están destinados a la soledad en instituciones, privados de toda voluntad y autodeterminación cuando, en cambio, todavía tienen autonomía y ganas de existir. La sociedad, tantas veces tan ensimismada como indiferente, no se percata de que los ancianos son como las raíces del árbol: de allí viene toda la historia, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no reciben el jugo de las raíces, nunca podrán florecer. Qué importante sería esa intuición para promover el papel de las personas mayores en la sociedad y fortalecer el diálogo entre generaciones. 

Cuanto mayor me hago, más me doy cuenta de que la infancia y la vejez no sólo están unidas, sino que son los dos estados más profundos en los que se nos permite vivir. En ellos se revela la verdadera esencia de un individuo, antes o después de los esfuerzos, aspiraciones y ambiciones de la vida. Los ojos del niño y los del anciano miran con el tranquilo candor de quien aún no ha entrado al baile de máscaras o ya lo ha dejado. Y todo el intervalo parece un vano tumulto, una agitación vacía, un caos inútil a través del cual uno se pregunta por qué tuvo que pasar por eso. 

Sin amor no hay construcción. Sin construcción no hay futuro. Los ancianos son testigos de una fragilidad que es una dimensión constitutiva de la humanidad pero, al mismo tiempo, de la capacidad de mirar las profundidades de la soledad y del desconcierto, con auténtica apertura del corazón. En una sociedad en busca de referentes, presa de paraísos ilusorios y desgarrada por miedos y angustias mentales, quizás las personas mayores puedan ser los verdaderos protagonistas del futuro. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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