La ordenación diaconal de las mujeres o el arte diplomático del compromiso en el Papa León XIV
En no pocas ocasiones se hablaba del “profetismo” del Papa Francisco para distinguir su figura en su conjunto, tan diferente del teólogo que fue el Papa Benedicto XVI y del hombre de gobierno que fue el Papa Juan Pablo II.
Y
hablando del “profetismo” uno ya va teniendo la sensación de que el profetismo
en la Iglesia… solamente tanto en cuanto..., es decir hasta cierto
punto...
¿Hasta
qué punto?
Hasta
el punto en que la última palabra en cuanto a la decisión corresponda a otros y
no al Papa. Porque, cuando en cambio le toca al Papa decir la última palabra
decisiva para poner o para continuar en marcha un proceso de cambio, la
profecía cede sistemáticamente el paso a la diplomacia y el supuesto profetismo
se transforma en gobierno. Con todas las limitaciones, pero también con las
virtudes, del gobierno.
Y con esta
observación no pretendo en absoluto criticar al Papa León XIV, sino observar
las cosas tal y como son, por supuesto para mí, y proponer una reflexión con el fin
de extraer una lección, tanto metodológica como de contenido.
¿Sobre qué? Sobre la concreción de la realidad con la que los ideales proféticos deben lidiar, nos guste o no, en la Iglesia (como en el gran mundo de la sociedad y de la política también llamado historia).
Un Papa puede proclamar proféticamente, incansablemente y con fuerza, una paz desarmada y desarmante. Es solamente un ejemplo. Lo hizo el Papa León XIV en el día de su elección.
Si ha hecho bien o no, depende de la visión del mundo de cada uno de nosotros, lo que es cierto es que esa profecía pretende volar alto, tocar las conciencias, y al mismo tiempo mover los corazones, y por otra parte, ¿qué se puede esperar que diga un Papa? ¿Acaso que incite a los Estados a armarse y rearmarse aún más de lo que ya están?
Sin embargo, sus palabras no pueden influir en la realidad efectiva del curso de la historia, porque en este sentido la decisión está necesariamente en manos de los gobernantes, no de los hombres de la Iglesia.
El Papa León XIV no tiene ningún poder efectivo sobre el rearme o el desarme de los Estados, ni tiene la responsabilidad de defender a los pueblos que los habitan.
Pero si el Papa león XIV, o mejor dicho, si el hombre Robert Francis Prevost, hubiera sido el Presidente de la Ucrania invadida por la Rusia de Vladimir Putin, ¿qué habría dicho sobre la paz desarmada y desarmante? ¿Habría seguido condenando el rearme o habría pedido él mismo, como hace el presidente Volodymyr Zelensky, las armas? Y si no las hubiera pedido, pero hubiera mantenido su propósito de hablar y de ejercitar una paz desarmada y desarmante, ¿cómo habría defendido su patria y a sus ciudadanos?
No lo sabemos ni podemos saberlo, pero ya sabemos que, allí donde realmente tenía la posibilidad de decidir y cambiar pronunciando una última palabra decisiva favorable en su ámbito de gobierno, que es el eclesial, no ha pronunciado esa última palabra decisiva favorable que habría convertido una profecía en realidad: por ejemplo, en lo que respecta al acceso de las mujeres al sacramento ordenado del diaconado.
¿Dónde
queda, entonces, la voz clara y fuerte del profeta?
¿Por
qué esa ‘parresia’ del Papa León XIV al hablar de una paz desarmada y
desarmante mientras que en lo que se refiere al diaconado sacramental de las
mujeres, una cuestión que sí afecta directamente a su gobierno, está casi
completamente ausente, sepultada por una serie de comentarios y observaciones o
de silencios o de negativas…?
La respuesta no es seguramente del todo difícil: por la dureza y la complejidad de la realidad.
Exactamente la análoga compleja y dura realidad con las que deben lidiar los gobernantes de los Estados cuando se trata de decidir cómo defender a sus ciudadanos de las amenazas que, lamentablemente, el mundo sigue planteando con regularidad, ya que estamos muy lejos de la situación cantada por el profeta Isaías cuando decía que «el niño meterá la mano en la guarida de la serpiente venenosa» (Isaías 11,8) sin sufrir ninguna consecuencia.
Por desgracia, no es así, porque las serpientes venenosas siguen mordiendo y matando, sobre todo a los niños indefensos, y la tarea de los gobernantes es defenderlos, no dejarlos morir ni secuestrar (como lamentablemente ha ocurrido con numerosos niños ucranianos).
Una análoga situación de ambigüedad se repite, ‘mutatis mutandis’, por lo que se refiere a la ordenación diaconal de las mujeres (por no hablar de la doctrina católica sobre sexualidad, matrimonio y familia).
Como digo, no se trata de una respuesta demasiado difícil: las razones son diplomáticas, queriendo no levantar los ánimos contrarios de confrontación y de oposición de sectores fuertes de la Iglesia.
En el ámbito eclesial, de puertas para adentro, no hay profecía, sino mucha, quizás demasiada, diplomacia.
Pero por excesiva que sea, esa diplomacia ha sido, es y será hasta quizá inevitable si se quiere respetar la complejidad de una Iglesia real en sus diferentes articulaciones, en la que algunos presionan para que lleguen las reformas y otros presionan en sentido contrario para que no lleguen, descontentos y preocupados ya solo por el hecho de que se hable de reformas.
Y no se trata solo de individuos, sino de colectivos, de conferencias episcopales, de países… con Alemania (por ejemplo) a la cabeza del catolicismo progresista descontento y con Polonia (por poner otro ejemplo) a la cabeza del catolicismo conservador igualmente descontento, por no hablar de otras conferencias episcopales de algunos continentes no europeos que representan el bloque más duro y compacto del frente conservador.
Si en el norte de Europa no se promueve la condición de la mujer a partir del sacramento diaconal femenino, quizá no pocos abandonarán la Iglesia, como parece que ocurre en Alemania; y en África ocurriría lo mismo si se promoviera introduciendo el diaconado femenino, por no hablar del presbiterado para las mujeres.
¿Cómo debe actuar, entonces, un Papa en el ámbito eclesial si no es con diplomacia? Es exactamente lo que hace el Papa León XIV: muchas exhortaciones, pocas medidas, muchas palabras, pocos hechos.
Hay una lección que nos suele costar aprender: la profecía es fácil cuando no afecta directamente a la estructura que se debe gobernar, difícil (incluso muy difícil) cuando se tiene la responsabilidad de gobernar.
En este segundo caso, entran necesariamente en juego la diplomacia y la búsqueda del compromiso. Pero esa búsqueda del compromiso, lejos de ser menospreciada, es de hecho la única forma sensata de llevar adelante el gobierno de lo real.
Amos Oz, para mí uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo, primero esbozaba el problema de tener que ser fiel a la pureza de los ideales o a la dureza de la realidad, y luego continuaba:
«Soy un gran defensor del compromiso. Sé que esta palabra tiene muy mala reputación en los círculos idealistas de Europa... pero no en mi vocabulario. En mi mundo, la palabra compromiso es sinónimo de vida, y donde hay vida hay compromisos. Lo contrario del compromiso no es la integridad, ni el idealismo, ni la determinación o la devoción. Lo contrario del compromiso es el fanatismo y la muerte».
El Papa León XIV no se equivoca cuando hace de profeta hablando, y es solamente un ejemplo, de una paz desarmada y desarmante, y no se equivoca cuando hace de hombre de gobierno descartando la ordenación sacramental de diaconisas (y afirmando que es muy improbable el cambio de la doctrina de la Iglesia católica en temas de sexualidad, matrimonio, familia…).
El Papa León XIV hace lo único que él cree posible hacer. A eso se le llama “arte del compromiso” que, en el gobierno eclesial, suele servir a la vida de la institución.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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