lunes, 29 de septiembre de 2025

Nuestra Señora de Begoña.

Nuestra Señora de Begoña 

María nos da cita con el atractivo de su maternidad, que nunca se pone a sí misma en el centro, sino que engendra a sus hijos en la fe, haciéndonos el don de su Hijo Jesús. 

Normalmente somos nosotros los peregrinos los que acudimos a las casas de María repartidas por todas partes. Pero en realidad, y más en lo profundo, me gusta pensar que es Ella la que viene a nuestra casa para ofrecernos una ocasión de gracia, una oportunidad renovada. 

El deseo de María, de hecho, es que todos sus hijos puedan «tener la vida y tenerla en abundancia» (cf. Jn 10,10) y, por eso, como un día llegó rápidamente a una ciudad de Judá, así cada día llega a todos nosotros para hacernos partícipes de lo que Dios quiere realizar también en nosotros y a través de nosotros. 

Un obispo que vivió en el siglo IV, Epifanio de Salamina, utiliza una imagen muy bella para hablar de María y de lo que ella significó para el mismo Hijo de Dios. Epifanio dice que, al asumir la condición humana, el Hijo de Dios fue al taller —tal como ocurría antaño en nuestros pueblos— «al taller de María». 

Allí, en esa escuela, la humanidad del Hijo de Dios se dejó moldear cada día más por la acción del Espíritu Santo. 

¿No es eso lo que necesita nuestra humanidad, en este tiempo de policrisis, reapropiarse del proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros, sobre el mundo, sobre la historia? 

No basta con responder al llamamiento de «seguir siendo humanos», como se invoca desde muchos frentes, no es suficiente: todos vemos de lo que es capaz el hombre. 

Estamos llamados a «hacernos humanos», es decir, a convertirnos en ese hombre y esa mujer tal y como Dios siempre nos ha querido, «el hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdadera» (Ef 4,24). 

Por eso, aquí estamos también nosotros en el taller de María para aprender su manera de ver las cosas. 

«¿Por qué viene a mí la Madre de mi Señor?» 

Es la pregunta que me sugiero a mí mismo en lo más profundo de mi corazón. «¿Por qué? ¿Por qué motivo?». 

Como aquel día el Arcángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, así hoy es María la enviada por Dios. 

San Ambrosio afirma que «toda alma que cree concibe y engendra el Verbo de Dios y reconoce sus obras... Si hay una sola madre de Cristo según la carne, según la fe, en cambio, Cristo es fruto de todos» (Comentario sobre San Lucas 2, 19. 22-23. 26-27). 

¿No será éste el motivo de la visita de María: que todos podamos volver a engendrar a Jesús? Y por eso es María quien nos repite las palabras que de manera única y singular le fueron dirigidas a Ella. 

¡Alégrate! nos dice María 

Dios te quiere feliz, ¡alégrate! La alegría que buscas, la plenitud de vida que tanto deseas, no la encontrarás en ningún otro lugar que no sea Dios. No te la puede dar una agenda llena de compromisos, no te la puede dar el consumo, no te la puede asegurar el frenesí, ni siquiera tu iniciativa. 

Es a Jesús a quien buscas cuando sueñas con la felicidad. Es Él quien te espera cuando nada de lo que encuentras te satisface. Es Él la belleza que tanto te atrae. Es Él quien te provoca con esa sed de radicalidad que te permite abrazar el don y la tarea de ser humano. Es Él quien te empuja a quitarte las máscaras que hacen falsa la vida. Es Él quien lee en tu corazón las decisiones más verdaderas que otros querrían sofocar. 

¡Lleno de gracia! nos dice María 

Antes incluso de que nuestros padres pensaran en el nombre que nos darían, Dios ya lo había pronunciado: «Tú eres el hijo amado». Dios ha tatuado mi nombre en la palma de su mano (Is 49,16): «querido por Dios, todo mío». No te menosprecies, no te desvalorices: para ti la gracia es abundante. No estás en el mundo por casualidad ni por nada. Dios ha puesto su mirada en ti: «¡Eres precioso a mis ojos!» (Is 43,4), te repite continuamente el Señor por medio de María. 

Deseados desde siempre, estamos destinados a la vida plena con Dios. Por eso no podemos dispersarnos en la banalidad de nuestros días, acabando por perseguir solo lo que es previsible y programable. Estamos llamados a caminar hacia lo que permanece. 

Pero quizá también nosotros nos sentimos turbados, como le sucedió a Ella al oír las palabras del Ángel. ¿De verdad yo, tú, cada uno de nosotros somos el término de un bien con el que Dios mismo me colma, el término de un don tan especial? 

La llamada a colaborar con Dios es siempre motivo de asombro: fascinante como perspectiva, pero demasiado elevada para nuestras capacidades. ¿Vivir a la altura del don de Dios? ¿Cómo es posible? ¿Cómo podría sucederme a mí, que sé de qué estoy hecho? La turbación es espontánea. 

Quizás sea el drama que cada vez conoce en nosotros el anuncio de la palabra: ¡no soy digno, no soy capaz! 

¡No temas! nos dice María 

Por eso, a nuestra inquietud se le asegura el acompañamiento: el Señor está contigo. 

No somos héroes solitarios a quienes se les confía una misión más allá de nuestras fuerzas: solo se nos pide docilidad al Espíritu de Dios, que nos hace aptos para cumplir lo que Dios desea. ¿Te sientes capaz de dar un cuerpo de carne al amor con el que Dios sigue mirando a esta humanidad? 

Si tuviéramos que contar con nuestros propios recursos, no daríamos un paso en el camino de la fe. Pero como se nos ha concedido una gracia inmerecida, nos atrevemos a confiar en Aquel que lleva a cabo lo que le permitimos hacer.

Si estas son las palabras que María nos dirige hoy, ¿cuál será nuestra respuesta? 

Que el Señor quiera que sea su propia palabra al anuncio del Ángel. 

¡Aquí estoy! 

La fuerza de la palabra de Dios hoy roza mi existencia, mi Nazaret. Es a mí a quien se me anuncia: hay una historia santa que pide ser realizada, contrariamente a todo lo que parece. ¿Me siento capaz de participar en ella poniendo mi existencia en manos del único que sabe para qué me ha creado? 

Aquellos que se dejan involucrar con todo lo que son, hacen que hoy María no solo nos traiga el anuncio del Señor, sino que también pueda llevar un feliz anuncio al Señor: «¡Estos hijos tuyos están dispuestos de nuevo a confiar en tu palabra!». 

Así lo esperamos y así sea: https://www.youtube.com/watch?v=yLlOKu8CMPk

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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