Reinventar formas pastorales
“Nuestras instituciones brillan con una luz similar a la de las constelaciones que los astrónomos nos dicen que han estado muertas hace mucho tiempo”, nos recuerda agudamente el epistemólogo Michel Serres. El cielo estrellado que admiramos, a veces en movimiento, está compuesto de realidades cuya vida ya ha terminado.
Creo que esto es válido también para la mayoría de las formas-constelaciones pastorales actuales: podemos, desde hace algún tiempo, percibir su brillo, podemos distinguir sus posiciones. Pero estas estrellas pastorales ya están extintas. El cambio de época que atravesamos - y que interpela con tanta fuerza a la Iglesia - hace que el cielo estrellado eclesial al que estamos vinculados y en el que todavía nos orientamos esté desfasado y, en consecuencia, el coraje y la voluntad de salir de la actual pastoral Se necesitan formularios. No puede ser de otra manera, so pena de la ilusión de pretender afrontar el cambio sin cambiar.
En las últimas décadas, los líderes eclesiales se han planteado repetidamente, ante los efectos de la secularización, el problema de verificar el estado de salud de las formas pastorales adoptadas, es decir, identificar "buenas formas" capaces de expresar y testimoniar la 'albricias'.
No es casualidad que desde el último Concilio la vida de la Iglesia haya estado acompañada por el tema de su reforma, a partir de lo sugerido por el propio Concilio: la forma del "pueblo de Dios en movimiento", recientemente retomado y relanzado por el último Sínodo, con el tema de "caminar juntos".
La institución eclesial, en sus diversos ámbitos y niveles, sólo puede hacerse presente en la historia y en la vida de los hombres asumiendo formas visibles y reconocibles, es decir, aquel conjunto de aspectos externos, estructuras y relaciones suficientes para caracterizarla concretamente.
Ejemplos de formas eclesiales son las diócesis, las curias con sus oficinas, así como las parroquias, las cáritas, las asociaciones y los movimientos laicos, los seminarios, los monasterios e institutos religiosos, hasta las recientes unidades o comunidades pastorales.
La búsqueda de "buenas formas pastorales" se ha centrado sobre todo no tanto en cambiar las formas sino en su adaptación y optimización a las cambiantes condiciones socioculturales y religiosas. Generalmente esto se ha hecho intentando introducir nuevas claves para comprender la forma pastoral misma… pero sin modificar su sustancia.
Los esfuerzos, aunque necesarios y encomiables, no son capaces, sin embargo, de afrontar el desafío del cambio de época o de la transición definitiva a una era pos-cristianizada.
El no estar en la era del cristianismo significa que el "cielo estrellado sobre nosotros" ya no es el mismo. Cambio de época supone cambio del 'cielo estrellado', es decir, de referentes. Sin embargo, no hay suficiente conciencia, partiendo de los responsables eclesiales, para seguir buscando nuevas formas tomando como referencia las constelaciones pastorales anteriores.
La referencia a las formas pastorales anteriores es insuficiente porque no provoca un verdadero cambio de paradigma - como exige el cambio de época - sino que permanece dentro del sistema/compartimiento de paradigmas anteriores compartiendo idénticas premisas implícitas.
Una primera premisa implícita compartida por los diversos intentos de actualización de las formas pastorales es la lógica del control y la dominación, que se traduce en el enfoque de planificación: saber de antemano adónde se quiere llegar, trabajar por objetivos y resolución de problemas, experimentar sin perder el control de las situaciones y la gestión del consenso. No se abandona nada, no se renuncia a nada, en todo caso se modifica e integra. Es lícito reconocer la equivocación (¿el 'pecado'?) pero no el error, ya que el primero confirma la verdad de la que se es guardián y anunciador, el segundo la pone en duda.
La segunda premisa implícita aceptada acríticamente se refiere al "prejuicio autorreferencial", es decir, al hecho de que los problemas eclesiales y pastorales pueden resolverse esencialmente internamente. En otras palabras, persiste la creencia de que si se construye una "verdadera" comunidad cristiana, si se abren perspectivas válidas para la participación comunitaria, la Iglesia tiene dentro de sí misma, desde dentro, recursos suficientes para su reestructuración.
La tercera importante premisa implícita compartida se refiere a la percepción misma del cambio de era: se reconoce el impacto de la secularización en la visión de Dios, del hombre y del mundo, al que buscamos responder. Pero la pregunta por Dios como componente esencialmente presente en cada persona sigue dándose por sentada. En este sentido, se trata de saber despertarlo y nutrirlo, sabiendo que existe.
El cambio de época es tal, sin embargo, porque nos obliga a revisar todas estas premisas: el paso de la lógica del diseño lineal al enfoque procedimental y circular; la no autosuficiencia de la Iglesia para llevar a cabo su conversión y la necesidad de aprender del mundo, más allá de saber escuchar activamente; el hecho de considerar la sociedad post-secular como un lugar de posibilidad de Dios, no algo que hay que desenterrar sino una opción entre otras, y a menudo no la más fácil de aceptar.
Para trabajar seriamente en el nuevo cielo y las constelaciones pastorales sería necesario ante todo trabajar en dos direcciones: practicar la deconstrucción de las formas pastorales actuales para comprender cómo se construyó un determinado todo, desmantelar los métodos y premisas con las que se construyó la forma, no para liquidarla o cancelarla sino para reexaminarla e identificar nuevas formas. En segundo lugar, tomar en serio los efectos antropológicos tras la secularización, sin dar por sentado que la cuestión religiosa de Dios y sobre Dios no ha cambiado, y comparar lo que se considera pastoralmente correcto con lo que es existencialmente válido.
Un fenómeno interesante en este contexto puede ser el surgimiento de 'otros lugares eclesiales', pequeñas estructuras y espacios de hospitalidad e innovación, mucho más flexibles que las complejas estructuras pastorales a las que estamos acostumbrados.
El término 'otros lugares' proviene del ámbito sociológico en el que se utiliza para caracterizar lugares alternativos al hogar y al trabajo en el sentido clásico del término (empresa, administración, servicios). Los otros lugares son puntos de referencia, lugares de intercambio e intersección, que colocan a sus usuarios en un papel activo de co-creación.
Estos 'otros lugares' no están diseñados sobre el papel aunque puedan tener detrás instituciones, como las eclesiales, que los respalden.
En estos otros lugares eclesiales se trata de reproducir no tanto lo que hacen las personas, sino más bien el proceso mediante el cual son llevadas a hacer lo que hacen, caracterizado por un gran compromiso de las personas y un vivo florecimiento de ideas e iniciativas, a menudo en estrecho diálogo con realidades alejadas de las estructuras eclesiales.
Un posible ejemplo y aplicación del 'tercer lugar eclesial' podría ser la forma 'Campamento Base', alternativa a anteriores formas, teniendo en cuenta el agotamiento de otras formas pastorales. El 'campamento base' es a la vez algo extremadamente concreto y altamente evocador-simbólico, en el que se unen valores organizativos y relacionales, valores funcionales y estéticos, valores materiales y espirituales. Se establece según métodos organizativos ligeros y seguros, con algunas reglas simples, evidentes y sostenibles, basadas en la co-decisión, la co-operación y el respeto de las necesidades mutuas. El 'campamento base' es un lugar intermedio entre el pasado (de donde vienes) y el futuro (adonde pretendes ir). Partimos del campo base y regresamos al campo base porque es el lugar y el tiempo en el que narrar lo sucedido, celebrar los éxitos y procesar los fracasos, realizar aprendizajes y discernimientos.
La forma del 'campo base' difiere de otras formas en una serie de aspectos, como por ejemplo:
Otras formas pastorales |
Forma pastoral del ‘campo base’ |
Formación |
Trans-formación |
Intervenciones
ético-pedagógicas |
Experiencias
iniciáticas |
Centrípeto |
Centrífugo |
Elaboración de
proyectos |
Activación de
procesos |
Formación vs transformación
La modalidad de 'campo base' persigue no tanto o sólo objetivos formativos sino sobre todo transformadores. La acción transformadora requiere procesos experienciales de ruptura y desapego de posiciones previas. En el 'campo base', el crecimiento y el compartir se alimentan no sólo de ejemplos virtuosos sino también de la creación de redes de 'fracasos exitosos' o de cometer errores fértiles en términos de aprendizaje.
Intervenciones ético-pedagógicas vs acción iniciática
El modelo de 'campamento base' pide pasar de acciones ético-pedagógicas a procesos iniciáticos. La acción iniciática no explica, no describe, no define sino que trastorna, descentra. La forma del 'campo base' sitúa en el centro el desafío del límite, la ruptura iniciática y no la continuidad. Requiere un clima y una apertura de confianza, donde las condiciones sean claras al principio pero no los resultados.
Desarrollo de proyectos vs activación de procesos
Los proyectos y procesos tienen una naturaleza diferente: un proyecto parte de resaltar una necesidad, una urgencia en la que trabajar, un problema que resolver. Un proceso parte de compartir un sueño, opera más bien con un discernimiento que con un análisis, con un reconocimiento más que con un ver. El proyecto fija resultados u objetivos a perseguir, medibles en el tiempo y en el alcance y efectos concretos. El proceso no está ansioso por los resultados, ya que el proceso mismo - gestionado con sabiduría - es generador de frutos en el camino.
Centrípeto vs centrífugo
Las formas pastorales anteriores responden a una lógica centrípeta, es decir, basa el éxito en su capacidad de atracción, acabando alimentando métodos egocéntricos. El modelo del "campo base", por el contrario, sigue una lógica centrífuga, reconociendo que el entorno es el polo atractivo, respecto del cual no estamos obligados a competir y luchar, sino a entablar un diálogo abierto.
El signo del cambio, como lo fue para los Magos, es la aparición, en la estructura estable de las constelaciones pastorales, de un astro diferente, móvil y ligero: un cometa, el cometa de la profecía. No un cuerpo celeste sino un sendero que no da respuestas ni soluciones sino que plantea preguntas y produce dudas; lo cual no sirve para mantener una ruta ya definida sino que nos invita a seguirla sin saber adónde nos llevará.
Herodes y sus sabios conocían las Escrituras y entendían todo… excepto lo esencial. Esperaron y se prepararon a su manera para el cambio (“avisadnos e iremos a buscarlo nosotros también”), sin darle la bienvenida y sin alterarse demasiado.
Esta Iglesia… nuestros líderes eclesiales… ¿saben de Magos o prefieren ser Herodes?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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