Una imagen sobre la comunión a una persona divorciada que ha vuelto a contraer matrimonio
Este artículo reflexiona sobre un tema que me ha pedido un amigo de Pamplona: la admisión a la comunión eucarística de las personas divorciadas y vueltas a contraer matrimonio. No se trata de una reflexión teológica. Tampoco pastoral. Es una reflexión personal. Y lo hago teniendo en cuenta que la ‘dificultad’ requiere hacer memoria de la persona integradora, símbolo -‘simbólico’ es lo que reconcilia y une-, del Padre ausente que habla en el desierto también de algunas reflexiones y palabras eclesiales. Eco que resuena en el fondo de mi conciencia.
No hay necesidad de cambiar la Ley. Tampoco de adaptarla o de mover la frontera que delimita el bien y el mal. “He venido a dar cumplimiento”. Dar plenitud, no a la norma, no al acto positivo que ella regula, sino al dinamismo subyacente, a la memoria de Dios que en ella se evoca. Se hace necesario escuchar la voz ausente de Dios Padre.
Es la voz que genera más vida, más amor, más compasión, más misericordia. El cumplimiento de la Ley no se da con su modificación sino con su superación. No habrá cambiado ni un ápice ni un signo. La superación como exceso, como “un más”, como “un para todos”. No como negación, limitación, reducción. En el exceso no hay lugar para la Ley. En la Ley no hay lugar para el exceso.
La Ley no debe reducirse, debe superarse, a partir de ella, de la frontera que marca y delimita. Un signo que provoca, invoca. Cómo perdonar no siete sino setenta veces siete. Una plenitud de plenitud, una superación de toda plenitud. Un desbordamiento del infinito. Perdonar la deuda. Dar también el propio vestido o poner la otra mejilla. Este exceso, esta des-mesura, convierte, atrae. El exceso no aclara, no explica. Es una columna de niebla y fuego que acompaña el camino incierto. El respeto a la Ley se debe, ella no mueve, fija. Su transgresión desalienta a los pequeños y divide a los fuertes.
¿Dar la comunión a una persona divorciada que ha vuelto a contraer matrimonio es exceder la Ley o negarla? ¿Bendecir a una pareja homosexual es exceder la Ley o negarla? ¿Darle roles de gobierno en la Iglesia a una mujer excede la Ley o la niega?
El hijo menor, el hijo mayor, el padre: una parábola. Hay dos hermanos que viven en mí. Dos voces, dos corazones, como el ‘ello’ y el ‘superyo’. Y luego está el ‘Padre-yo’. Freud describió la personalidad en el dinamismo de estas tres instancias: el impulso y el instinto primordial (el ello), la moral y la Ley internalizadas (el superyo), y el yo integrador.
El Padre que tiende a integrar a los hermanos que quedan fuera del hogar, cada uno firme con su propia razón. Los conoce a ambos. Va a acoger al ‘ello’ sin juzgarlo, sin añadir nada a lo que la realidad ya le ha arrojado. Devolver dignidad y aceptación al ‘ello’; reintegrarlo a la casa-cuerpo después de su disolución. Superando el sentimiento de culpa - "ya no soy digno" - como el juicio moral y el castigo que el ‘superyo’, en cambio, espera y exige, proponiendo una fiesta. Al mismo tiempo, de hecho, el Padre sale para ayudar al ‘superyo’ a recapacitar en sí mismo, volver a entrar en sí mismo, abandonando la norma que le exige ser "el bueno": promueve la compasión, la sorpresa, el misterio, la apertura.
El ‘ello’, el hijo menor, se encuentra entre los cerdos. Un ‘ello’ abandonado a sí mismo, a su suerte, se reduce a su estado animal. Pasión pura, rebelde, inmadura y egocéntrica. Todo y de inmediato. Pero ya en ese momento, en ese abismo, comienza un diálogo interno con el ‘Padre-Yo’. Autorreflexión, conciencia que se activa, el Padre en sí mismo. Él regresa. Vuelve en sí mismo. Aquel que se perdió del Ser se está encontrando a sí mismo.
El hermano mayor también está fuera de casa. No participa, es incapaz de disfrutar de algo más que de sí mismo, de la alegría. Esta vez es el Padre quien sale hacia él. El ‘superyo’ que se queda afuera y no integra, genera en sí mismo celos, reclamaciones, hace comparaciones... ya no sabe ver el bien que viene hacia él. Como flor en la estepa, rígido, resiste. También está descentralizado del Ser para permanecer recogido y encerrado dentro de sí mismo. El Padre recuerda el principio de realidad: "tú estás siempre conmigo". Pero él, el hijo mayor, está afuera, no puede leer la realidad, no quiere, porque la realidad hace temblar las paredes, da miedo. Sólo ve a través de su proyección personal y su enfado y su rabia se basan en eso.
En este momento de mi vida estoy luchando por mantener a estos dos hermanos juntos en la misma casa. Permanezco fuera de mí por ambos lados. Estoy entre cerdos... me gustaría volver. Amargo exilio. Me juzgo y me cierro. Siento la necesidad de un Padre y de volver a levantarme.
Es el Padre quien reintegra al sujeto. El pasado es el pasado. Ya ha ejercido su mal, que pretende extenderse hasta hoy. Se trata de liberarse de ello para no llevarlo a cabo más. Pero teniendo cuidado de evitar la acción autodestructiva del ‘ello’. Tanto el ‘ello’ como el ‘superyo’ tienden a reemplazar al Padre. A nuestro núcleo interno de conciencia. Donde reside nuestra alma espiritual.
Lo veo en mis posturas, en las marcas en mi cuerpo. Los hombros y la mirada baja, la rigidez en los movimientos, el tono débil de la voz y la incertidumbre al hablar. ¡Levantarse! Caminar derecho, vestir la túnica del Padre, encontrarse con Él en el abrazo y el beso, reconocerse y reunirse con el anillo. Quedarse en silencio sin la ansiedad de tener que decir algo. La fuerza de sentirse amado, de ser abrazado por el Padre. Reconocer la dignidad, no tener que suplicarla, no tener que responder siempre.
El ‘superyo’ es necesario pero no suficiente. Lo que se necesita es la arrogancia que empuja, la fuerza que surge del ‘ello’ del hijo más joven. Finalmente, se necesita que el Padre la regule en un exceso no desordenado sino inspirado, encaminado a más. Vuelve a ponerle el vestido, vuelve a ponerle el anillo.
Cuánto en la Iglesia hoy vemos el conflicto entre el hijo menor y el mayor. Y la ausencia del Padre.
Todos fuera de la Casa del Padre, pero cerrados en la Iglesia, dando espacio a impulsos desordenados o normas reguladas. El camino sinodal nos invita a salir de la Iglesia y a regresar a la Casa, pero las tensiones tiran de un lado a otro.
Una parte del clero en estado de disolución, otros rígidos y moralizantes. Lo vemos en los lenguajes utilizados. Palabras seductoras, abrazos mortales llenos de afectividad regresiva. Palabras cuadradas, sentenciadoras, donde reina la luz cegadora, la pérdida de realidad. Miedo a un cisma entre los fuertes, a la fuga de los pequeños.
¿Dónde estoy en todo esto?
Como si en la ausencia del Padre yo mismo fuera continuamente arrancado, fuera de mí mismo. El Padre está en casa mirando por la ventana. Espera el regreso de ambos hermanos.
Volver en sí, regresar a casa. De adentro hacia afuera; andar, ir, alejarse, venir, regresar; salir y entrar. Recomponer, llevar a la plenitud donde salir es entrar, donde venir es ir, donde afuera es adentro. Espacio en el que todo se toca, cruzándose. Éste es el cumplimiento de Ley: su superación.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario