domingo, 19 de enero de 2025

Hoy la salvación ha llegado a esta casa (Lc 19, 9).

Hoy la salvación ha llegado a esta casa (Lc 19, 9) 

Ser confesor no se puede improvisar. Nos convertimos en confesores cuando, ante todo, nos convertimos en los primeros penitentes en busca del perdón. Ésta fue una sugerencia contenida en la carta escrita con motivo del Año Jubilar de la Misericordia. Y creo que es de fundamental importancia. Tener un sentido de pecado personal, reconocer que somos los primeros en poder resistir la misericordia de Dios es lo que verdaderamente nos prepara para la obra de su gracia. 

Y eso era lo añadía inmediatamente después el Papa: "No olvidemos nunca que ser confesores significa participar en la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, y somos responsables de ello". 

En la Misercordiae Vultus -El Rostro de la Misericordia- (Bula de Convocatoria del Jubileo de la Misericordia del año 2015) el Papa Francisco decía dos cosas de enorme importancia. 

La primera, que los confesores no somos maestros de misericordia; somos objetos de misericordia y dispensadores del perdón que otro, Dios, da por su Gracia. La segunda, que para aprender a ser confesor es necesario antes que nada saber mirarse a uno mismo. 

Si mi corazón no está contrito ni siquiera puedo entender al otro que viene a pedir perdón. No es un desconocimiento del otro debido principalmente a una mala voluntad del confesor a lo que me refiero, sino que depende de una posición interior del confesor que no le permite penetrar en profundidad el alma de quienes tiene delante porque no lo siente vibrar con los anhelos que componen la profundidad de su alma. 

Cuando el Salmo 50 habla de "un corazón contrito y humillado" que el Señor no desprecia, ofrece una indicación al penitente sobre cómo acercarse al sacramento de la reconciliación pero al mismo tiempo le dice al confesor que se mire a sí mismo para no ser juez de los demás. El confesionario no es un tribunal, el confesor no es un juez: es el signo de la misericordia "visceral" de Dios Padre en el Hijo Jesús. 

La vida en este sentido enseña mucho: saber escuchar, comprender, no apresurarse, tener paciencia para dar espacio al penitente en lugar de sacar conclusiones, aceptar acompañarlo en su particular camino hacia su Emaús… hasta donde quiera llegar con lo que confiesa, seguir con él para aclarar hasta el punto que quiera ser acompañado, escuchado, iluminado… A veces se han sentado frente a mí y me han preguntado: “¿Pero cómo puedo decirte lo que me gustaría decirte?”. El penitente duda. “Dilo como quieras, como te resulte más fácil”, les he animado. 

No, no se nace confesor, se aprende a serlo. 

Al principio, cuando era joven e inexperto, yo me confesaba rápidamente, y escuchaba con el oído orientado hacia el hablante pero pensando que había que continuar y que sabía qué tenía que decir, daba un consejo apresurado y pasaba a otro o a ninguno. He aprendido a escuchar más. Es necesario escuchar a la gente. Se le atribuye a San Alfonso María de Ligorio la frase: “Debo escuchar al penitente como si fuera el único, aunque haya cola esperando”. 

Un hombre de bastantes años se confesó conmigo hace ya unos años, en nuestra Basílica del Corazón de María, en Roma, y me dijo que no se había confesado desde su primera comunión, es decir, varias décadas antes. Las razones fueron muchas. Básicamente dijo que no creía en el valor de la confesión y además que no encontraba el valor para hacerlo. “Pero escuchando a un sacerdote”, me dijo, “he venido”. También añadió otro detalle. “Vi la luz del confesionario encendida y entré”. Aún así, tras tomar la decisión de confesar, mantuvo algunas reservas. No podía hacerlo. Dijo que se reconocía pecador pero que no veía ningún bien en contar sus pecados al oído de otro hombre; a alguien como yo – pensé reflexivamente – que podría ser más pecador que él. 

Tomé la Biblia, le pregunté si podía leer incluso sin gafas y le señalé un punto: Juan capítulo 20 versículo 20. “Recibid el Espíritu Santo, y al que perdonéis, le serán perdonados, y al que se lo neguéis, le serán retenidos”. Hablé con él un poco, diciéndole que la confesión no es sólo expresión de cosas que van contra la moral, los demás, uno mismo,…, contra la vida en definitiva, sino que es recibir una fuerza de transformación misericordiosa que no es nuestra ni la del sacerdote. Una fuerza que la Iglesia llama "sacramental" y que, si Dios quiere, nos dará la fuerza para estar a la altura de nuestros sueños, de nuestros deseos, y de nuestras intenciones. 

Él se confesó. 

Luego me dijo que después de 30 años o más de opresión y angustia se sentía liberado. No estaba en el guion del ritual pero me pidió si podía darme un abrazo. Y así nos despedimos, con un cálido y fuerte abrazo. 

Si no hubiera encontrado las puertas abiertas de la Iglesia, la luz del confesionario encendida, un empujón interior que le había dado aquella homilía, no habría podido tomar la decisión de dar un paso adelante y confesarse. 

Dios Padre lo estuvo siempre esperando. 

Yo estoy a la puerta y llamo… si alguien me escucha y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos (Apocalipsis 3, 20-21). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Himno de los Querubines - Pyotr Ilych Tchaikovsky -.

Himno de los Querubines - Pyotr Ilych  Tchaikovsky  - El Himno de los Querubines hace referencia a las huestes angelicales, ya que, según l...