Riesgo y crisis sistémicas de la Iglesia
Se dice que al final de todo, y al final de los tiempos, cuando todo haya caído, la Iglesia seguirá ahí, en pie, porque nació para existir, ¿o será resistir?, y prevalecer sobre las puertas de la historia y del mundo. Es un dicho, o más bien una profecía, que deja indiferentes a los incrédulos y que claramente infunde esperanza y optimismo en los creyentes, seguidores y fieles de Cristo y de su representante en la Tierra, el Papa.
De hecho, en dos milenios de historia, la Iglesia ha demostrado repetidamente su naturaleza sobrenatural, derrotando a enemigos aparentemente imbatibles y sobreviviendo a persecuciones generalizadas, atroces y duraderas. Y mientras Nerón, Napoleón, Hitler, la Unión Soviética,…, fueron derrotados por el abrumador movimiento de la historia, Ella, la Iglesia, el último vestigio de la Res publica christiana, todavía está aquí.
La verdadera pregunta, tomando nota de los hallazgos que surgieron de la lectura de la historia, es: "¿cuánto durará ese estatus de invencibilidad?". La secularización del rebaño y la inestabilidad interna, en efecto, parecen estar teniendo éxito donde los perseguidores de la Iglesia de los siglos pasados no lo lograron: transformar la “religio mundi” en memoria, pieza de museo, vestigia antiquitatis,… Dos motivos, secularización de los creyentes y decadencia de la propia estructura, que animaron al Papa Francisco a inaugurar y bendecir un acontecimiento trascendental: el momento de gran reflexión sobre el futuro de la Iglesia.
El Papa Francisco inauguró lo que hasta puede ser considerado el intento de reforma de la Iglesia católica más ambicioso en los últimos sesenta años... después del Concilio Vaticano II. Y si este intento terminará antes o después sólo se sabrá más adelante, es decir, cuando todo terminará, o más bien, cuando todo tendrá un nuevo comienzo a partir del Sínodo de la sinodalidad.
La inauguración de una obra monumental de reformar la Iglesia católica de dos mil años de antigüedad se produce en un contexto de trágicos acontecimientos y sombrías estadísticas. Acontecimientos trágicos como el estallido de escándalos sexuales de inmensas proporciones, capaces de decapitar de un solo golpe diócesis enteras y de manchar para siempre la imagen de la Iglesia. Y estadísticas, por lo menos, sombrías, como las provenientes de cada una de las tierras otrora cristianas y católicas, que hablan del catolicismo como una religión en decadencia y retroceso (casi) en todas partes.
Este proceso sinodal ha nacido bajo los mejores auspicios sesenta años después del Concilio Vaticano II, aquel acontecimiento que debería haber llevado a la Iglesia al mundo y que, en cambio, condujo al mundo a él, catalizando la secularización en Occidente, la protestantización en América Latina,…
Se espera que el Sínodo de la sinodalidad pueda cerrar definitivamente la era del Concilio Vaticano II, consagrando el amanecer de la era de la curación, mientras que los detractores lo consideran tanto una pérdida de tiempo, de recursos de atención y de dinero como una herramienta útil desde el frente progresista para allanar el camino hacia un derrocamiento de dogmas y enseñanzas, desde la ordenación sacerdotal abierta a las mujeres hasta la aceptación de la homosexualidad.
Sin embargo, es (demasiado) pronto para formular escenarios y previsiones, también porque la recepción sinodal apenas ha comenzado. Una cosa, sin embargo, es cierta, conocida y sabida: lo que está en juego, más que una reforma estructural, es el destino mismo de la Iglesia católica, esa religión que , nacido para existir, ¿resistir?, hasta el fin de los tiempos, puede que no sobreviva, al menos no de la misma manera, al siglo XXI.
"Cuatro años de Bergoglio bastarían para cambiar las cosas", confió un cardenal –anónimo- en vísperas de la apertura del cónclave del que luego sería elegido Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como el Papa Francisco. "Cuatro años serían suficientes para cambiar las cosas", dijeron. Han pasado once años y el panorama es el que es.
Al fin y al cabo, ¿qué ha cambiado realmente respecto a hace once años? Es cierto, el Papa Francisco había dicho desde el principio que para mover la Iglesia, para que no se redujera a un museo polvoriento, era necesario generar procesos, salir a la luz sin metas preestablecidas ni objetivos establecidos en papel. Arriesgarse, incluso sin ver la red de seguridad bajo los pies. Después de once años, tal vez, se produzca la tan esperada reforma de la Iglesia: una reforma que no es precisamente un maquillaje ni un simple recorte de los escaños curiales. Una reforma no con palabras… eslóganes… titulares… sino con decisiones y comportamientos que tengan el coraje de ponernos en crisis, de aceptar la realidad, cualesquiera que sean las consecuencias.
Y todas las reformas comienzan por uno mismo. La reforma en la Iglesia fue realizada por hombres y mujeres que no tuvieron miedo de exponerse a la crisis y de dejarse reformar por el Señor. Ésta es la única manera. De lo contrario, seríamos simplemente 'ideólogos de la reforma' que no arriesgamos nuestra carne. He aquí la cuestión: la reforma parte de uno mismo, no es algo bonito y convenientemente establecido sobre una mesa. “Hacer 'buenos propósitos' para cambiar la propia vida sin 'poner hierros al fuego' no lleva a ninguna parte. Es más o menos lo que también escribió Yves Congar: "Frente a un mundo que ya no admite el Evangelio a menos que sea presentado por una Iglesia irreprochable, ya no podemos permitirnos nada mecánico, nada cómodamente acostado en la cama que los siglos de fe habían preparado para la Iglesia. [...] Necesitamos un 'cristianismo de shock': ahora sólo hay un medio honesto para producir un shock, pero es un medio eficaz: ser verdaderamente uno mismo, inspirarse genuinamente en el espíritu de los orígenes".
Nos encontramos en un punto de crisis fundamental en las Iglesias, una crisis de credibilidad, son problemas de naturaleza sistémica, que deben resolverse a nivel sistémico. No son mis palabras. Sino las del Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Y, yo creo, sería un error no dar a estas palabras la debida importancia. Una posible salida al callejón sin salida es la del Sínodo permanente sobre la sinodalidad, Ecclesia verdaderamente semper reformanda.
¿Una crisis de fe? ¿Una crisis de estructuras y de institución? Hasta sería demasiado fácil: bastaría con una reorganización, una renovación rápida, un parcheo, un cambio de imagen,…, y todo estaría solucionado. ¿Falta algún sacerdote? Nos abrimos al sacerdocio femenino pasando por las diaconisas. ¿Hay casos de pedofilia? Si eliminamos la práctica del celibato, tal vez la situación mejore. Todos discursos que se escuchan cada día, aunque aderezados con eruditas reflexiones teológicas. Quizás, sin embargo, la crisis sea más compleja y necesariamente tengamos que volver a la cuestión de la fe. Bien sabemos que la credibilidad de los cristianos y de la Iglesia se fortalece o debilita según si los principios evangélicos se realizan o no dentro de la propia Iglesia.
Por eso debemos aprovechar las muchas crisis que sacuden a la Iglesia y afrontarlas viviéndolas. Hablando a los Cardenales reunidos en el Vaticano para felicitar la Navidad en diciembre de 2020 el Papa Francisco decía: "La crisis es un fenómeno que afecta a todos y a todo. Está presente en todas partes y en todos los períodos de la historia, involucra ideologías, política, economía, tecnología, ecología, religión. Es una etapa obligada en la historia personal y en la historia social. Se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que siempre provoca una sensación de temor, angustia, desequilibrio e incertidumbre en las decisiones a tomar. Como nos recuerda la raíz etimológica del verbo ‘krino’: la crisis es ese tamiz que limpia el grano de trigo después de la cosecha".
Cabe preguntarse, ¿es la crisis bienvenida?
Mis amigos, más inteligentes que yo, me dicen que ante una “crisis sistémica” se necesita un nuevo paradigma porque, a vino nuevo… odres nuevos. Y creo, con honestidad lo confieso, que podemos estar ante una crisis del sistema eclesial o eclesiástico. Usted, Papa Francisco, tiene los recursos necesarios para detectar si, negro sobre blanco, el sistema eclesial o eclesiástico no haya entrado en crisis y, si así fuera, no requiere de un cambio de paradigma.
Una crisis sistémica es el colapso de un sistema tras una reacción en cadena de consecuencias negativas que afectan a un gran número de aspecto, dimensiones o sectores y la falta de herramientas para salir al paso de la crisis. El evento que origina una crisis sistémica puede tener diferente naturaleza, y provoca un efecto contagio que afecta tanto a unas dimensiones como a otras. Quizá se podrían analizar los que pudieran ser considerados como efectos de una crisis sistémica en nuestra Iglesia.
No siempre las crisis sistémicas poseen soluciones globales que sean uniformemente aplicables a todos las Iglesias. Más bien, suelen implicar cambios estructurales en las Iglesias y cambios de paradigma para lograr transformaciones radicales. Lo que sí parece hasta bastante claro es que, debido a los efectos negativos de la crisis, algunos modelos disminuyen y se extinguen, mientras que otros nuevos parecen más evangélicos y también atractivos, eficientes, etc. Generalmente las crisis sistémicas no se superan de la noche a la mañana, sino que transcurren varios años y suelen producirse transformaciones profundas.
Seguramente, y en realidad, la crisis no es sólo sistémica (es decir, relativa al propio sistema eclesial eclesiástico, sino antropológica-cultural, es decir, relativa a toda una figuración histórica de la humanidad que se desmorona dentro de nosotros y ante nuestros ojos.
Y no menos, seguramente, hay quien al leer esta reflexión puede tener la sensación de exageración. Puede ser. Lo confieso. Si así fuera, y en lugar de crisis sistémica, podríamos hablar de cuáles son o pueden ser los riegos sistémicos de la Iglesia en el presente y ante el futuro.
El Papa Benedicto XVI en su última Encíclica, Caritas in veritate, llegó a decir una frase que me llama la atención ahora que escribo. Todos los problemas del presente, incluidos también los de nuestra Iglesia, dependen de una ¿espantosa? falta de pensamiento: «Pablo VI había visto claramente que entre las causas del subdesarrollo está la falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de operar una síntesis orientadora» (n. 31).
Deberíamos darnos cuenta de que, en realidad, es la falta de ideas adecuadas a los retos de la Iglesia la que hace que Ésta esté tan estancada y deprimida. Su fecundidad y su auténtico desarrollo dependen y descienden de su vitalidad inventiva y creativa. Sin un auténtico crecimiento y reforma, la Iglesia se paraliza y estanca en todos los niveles.
Albert Einstein decía que si un problema se crea con un determinado nivel de pensamiento, no se puede utilizar ese mismo nivel de pensamiento para resolverlo. Así que hay que pensar de forma diferente para resolver el problema. «Si no cambiamos nuestro patrón de pensamiento, no podremos resolver el problema que hemos creado con nuestro patrón de pensamiento actual». El pensamiento sistémico es, en definitiva, otra forma de pensar, de ver las cosas y, sobre todo, el pensamiento sistémico se opone al pensamiento analítico, cartesiano y analógico tradicional.
Santo Padre Francisco, un enfoque sistémico se refiere a un método de análisis, una forma de tratar un sistema complejo con un punto de vista global sin centrarse en los detalles. Su objetivo es comprender mejor la complejidad sin simplificar en exceso la realidad. El pensamiento sistémico es un enfoque holístico del análisis que se centra en cómo los componentes básicos de un sistema son interdependientes y cómo funcionan los sistemas a lo largo del tiempo y en el contexto de sistemas más amplios. El pensamiento sistémico contrasta con el análisis tradicional -pensamiento analítico o lineal-, que estudia los sistemas descomponiéndolos en sus elementos separados.
El pensamiento analítico consiste en examinar, diseccionar y descomponer los fenómenos, antes de recomponerlos para producir un razonamiento coherente. Estoy en el presente, tengo un problema, así que buscaré en el pasado las causas para resolver este problema.
En cambio, el pensamiento sistémico parte de la base de que lo que nos interesa no son las causas, sino los componentes de un sistema. Partimos del presente para avanzar hacia el futuro: ¿qué queremos cambiar? ¿Hacia qué solución queremos avanzar? Por tanto, habrá que interesarse por las relaciones entre los elementos del sistema, las interdependencias y la retroalimentación a la hora de introducir un cambio en el sistema.
El pensamiento sistémico es muy eficaz para comprender la complejidad de las instituciones y organizaciones como, por ejemplo, nuestra Iglesia: las relaciones con su entorno, los intercambios entre los distintos subsistemas y entidades, los ciclos que en ellas se producen, los cambios y adaptaciones que tienen lugar para preservar el equilibrio fenómenos de crecimiento, evolución o ruptura. El pensamiento sistémico permite comprender «cómo somos actores de nuestra realidad» y aprender a detectar las fuerzas y palancas sistémicas que nos permiten modificar los acontecimientos de un sistema. Con este tipo de pensamiento, es importante prestar atención a la retroalimentación que se recibe.
En este horizonte, Santo Padre Francisco, ¿cuáles son hoy, y presumiblemente mañana y pasado mañana, los riesgos y las crisis del propio sistema de la Iglesia?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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