La verdad os hará libres
¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis (Hechos 7, 51-53).
Para esta reflexión he extraído intencionalmente estos versículos que son particularmente duros para nuestros oídos de agua y jabón. Ciertamente, para comprenderlos mejor es necesario releer todo el capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles. Como la mía no será una meditación sobre estos textos, sino más bien una reflexión sobre el tema indicado por el título, creo que estos versículos pueden ayudarnos a recordar este valor evangélico, lamentablemente a menudo censurado en cierto discurso eclesial.
Para no extenderme más de la cuenta en distinguir entre el lenguaje de Esteban/Lucas y el de Jesús, nos podemos remitir, como ejemplo, a la lectura de Mt 23, 13-37, o bien a la de Juan 5, por citar sólo algunos de los ejemplos más llamativos.
En todos estos casos nos encontramos ante algunos ejemplos de “parresía”. Este término griego se utiliza para indicar una forma de discurso directa y transparente, menos preocupada por los formalismos y los cánones estéticos que por lo que está en juego y la verdad de los hechos y las situaciones.
Todo esto no está en absoluto en contradicción con el gran mandamiento de Jesús de no juzgar. De hecho, esto se refiere a nuestra incapacidad de conocer la intimidad del corazón de los demás, con la consiguiente incapacidad de expresar un juicio sobre las intenciones detrás de las acciones de nuestros hermanos y hermanas. Sólo el Padre conoce esas intenciones últimas, el único que tiene acceso a nuestros corazones.
En cambio, nosotros, que estamos sujetos a las limitaciones del «espacio y del tiempo», podemos, más aún, debemos, juzgar «los signos de los tiempos», es decir, lo que podemos ver, conocer y juzgar en los espacios y tiempos en que vivimos.
En efecto, nuestra conciencia juzga continuamente lo que encuentra, porque para eso fue hecha, para poder distinguir el bien del mal y así poder proseguir en el camino de la Vida. No saber o no querer juzgar la realidad puede llevar a graves formas de inseguridad, incluso a ciertas enfermedades psicológicas.
Nuestra manera de estar “en el mundo” presupone la capacidad de juzgar los fenómenos históricos, sociales,…, que encontramos diariamente. Así que el problema no es juzgar o no la realidad, sino manifestar con el lenguaje el juicio que hemos hecho.
A este respecto, es necesario recordar otro tema muy querido por Jesús, que es el de la hipocresía. Mc 8,15 lo llama “la levadura de los fariseos y de Herodes”. De hecho, para Jesús la hipocresía es mucho más que un truco formal con el que tratamos de obtener alguna ventaja inmediata. En realidad, se trata de una auténtica enfermedad del alma, según la cual nos preocupamos ante todo de construir nuestra propia imagen pública, o la deseada por quienes nos rodean, manteniendo bien oculto lo que pensamos. Salvo para expresar nuestros juicios cuando nos sentimos “seguros”, es decir, cuando las personas involucradas no están presentes y no pueden cuestionar nuestra lectura de la realidad.
Aquí aparece entonces más claro el motivo de la supresión de la parresía de las diversas reuniones humanas pero también en el ámbito eclesial. De hecho, hablar con claridad y transparencia (que no debe confundirse con inmediatez, instinto visceral, y similares) nos expone como mínimo a un conflicto de interpretaciones. Es decir, nos obliga a confrontar las lecturas de la realidad que hacen otras personas. Por lo tanto, se requiere competencia e inteligencia, de lo contrario nuestras lecturas e interpretaciones pueden ser denegadas en cualquier momento.
Pero hay un nivel más profundo de parresía, que concierne más de cerca a quienes se llaman cristianos. Muchos, diría la mayoría de nosotros, censuramos la parresía en nombre de cierta caridad cristiana mal entendida; es decir, no se debe decir la verdad para no generar conflictos. En realidad, tras la supresión de la parresía se esconde un miedo mucho más profundo: es el miedo al peso de la Verdad, o de la Cruz si se quiere.
De hecho, contrariamente a la lectura pagana todavía dominante, la Cruz de Jesús no debería asociarse a una fuerza mágica salvadora del dolor como tal. Es decir, Jesús no aceptó la Cruz porque sabía que sufriendo pagaría por nuestros pecados.
Jesús afrontó la posibilidad de la Cruz a causa de su parresía, así como de su fidelidad total al Padre. Precisamente porque habló y vivió radicalmente fiel a la lógica del Reino de Dios, Jesús fue igualmente radicalmente rechazado por aquellos que no aceptaban esta lógica. Al final, pues, se encontró ante una alternativa radical: o ser fiel al Padre y a su Reino, o renunciar a todo eso, hacer un trato con sus detractores, por el bien de su salvación terrena.
Sabemos cuál fue tu elección. Eligió la fidelidad radical, confiando plenamente en la protección del Padre. En otras palabras, eligió no salvarse a sí mismo, sino confiar su salvación al Padre. En otras palabras, la parresía evangélica sólo es posible a la luz de esta entrega radical.
Por eso, en la disyuntiva entre la hipocresía y la parresía, muy a menudo, incluso inconscientemente, preferimos ponernos del lado de la primera…
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Posdata:
Uno que no ha estudiado el arte de cierta diplomacia, y que tampoco es Obispo, hasta echa de menos aquella parresía de la que hizo gala nuestra hermana en la fe, la Obispa Mariann Edgar Budde el día 21 de enero de 2025 durante el servicio religioso en la Catedral Nacional de Washington un día después de la toma de posesión de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos de América.
Y, hasta lo digo con desconocimiento pero no menos con
dolor y tristeza, no me gustaría echarlo de menos en nuestros líderes
cristianos, y también católicos -Custodios, Patriarcas, etc.-, ante los
recientes acontecimientos que se suman a la reciente historia de genocidio que
aún continúa en Gaza y con la gravedad de los últimos acontecimientos.
Si son necesarios humildad para escuchar y discernimiento
para leer, entender e interpretar, no menos necesario es en determinadas
ocasiones un hablar alto, claro y valiente en nombre de aquella verdad que hace
libres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario