miércoles, 19 de marzo de 2025

Una Pascua inquieta y agitada.

Una Pascua inquieta y agitada 

Los líderes religiosos están preocupados. Finalmente lograron su propósito, pero sintieron que asesinar al Nazareno no fue suficiente. Jesús ha muerto, es cierto, pero ellos están agitados. Se dan cuenta de que no fue suficiente eliminar a quien los había denunciado como ladrones, asesinos e impostores. Pero su oponente ahora no es más que un cadáver en la tumba, por lo que no deberían preocuparse. 

Pero la agitación es tal que, al día siguiente de la muerte y sepultura de Jesús, aunque era sábado, tiempo de absoluto descanso, los sumos sacerdotes y los fariseos se reúnen ante Pilato. Los fariseos eran los más acérrimos y fanáticos defensores de la observancia de todas las rigurosas normas que determinaban el descanso sabático, pero ahora son los primeros en no respetarlas. Para los fariseos, Jesús fue una obsesión en vida, y sigue siendo una obsesión ahora que está muerto. En connivencia con el Sanedrín, los fariseos habían organizado todo perfectamente, pero ahora sienten que algo está minando su plan. 

Habían pedido que Jesús fuera condenado a la crucifixión en lugar de a la lapidación, según la costumbre judía, o a la decapitación, según la justicia romana. No bastaba con eliminar a Jesús, pues existía el riesgo de que el galileo fuera aún más peligroso después de muerto, pues se habría creado el mito del mártir. Ya lo habían experimentado con Juan el Bautista, quien se había atrevido a llamarlos “generación de víboras” (Mt 3,7) y que obsesionaba a los detentadores del poder más muerto que vivo (“Herodes, al oírlo, dijo: ¡Juan, a quien yo decapité, ha resucitado!”, Mc 6,16). 

Para Jesús, que también había llamado a los fariseos no solo “serpientes, generación de víboras” (Mt 23,33), sino también “hipócritas”, “guías ciegos”, “sepulcros blanqueados” (Mt 23,13.16.27), habían pedido la muerte más deshonrosa, la que la Biblia dice que es para los malditos de Dios (“Maldito todo el que cuelga de un madero”, Dt 21,23; Gál 3,13), para que nadie pudiera tener más dudas: ¡no es el Hijo de Dios, es maldito por el Señor! La infame tortura reservada para Jesús era su revancha, su venganza, y los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaron del moribundo clavado en la horca hasta el final: “Confió en Dios, que lo libere ahora, si lo ama. En efecto, Él dijo: ¡Yo soy el Hijo de Dios!” (Mt 27,43). 

Pero ¿qué impulsa a los sumos sacerdotes y fariseos a acudir a Pilato en sábado? ¿Qué no salió según lo planeado? Su sepultura. Esta no fue bien recibida por las autoridades religiosas. Habían conseguido que Jesús fuera condenado como rechazado por Dios y esto se habría confirmado, delante del pueblo, con la deshonra de la mutilación de su cadáver, dejado pudrirse en el cadalso como alimento de las fieras, mientras que lo que quedara sería luego arrojado a una fosa común. La iniciativa de un discípulo de Jesús, un hombre rico de Arimatea, un tal José, que había pedido a Pilato el cuerpo de Jesús para enterrarlo en su sepulcro nuevo, excavado en la roca (Mt 27,60), había trastocado sus planes y ahora pretenden ponerle remedio. Los principales sacerdotes y los fariseos se dirigen a Pilato llamándolo obsequiosamente “Señor”. Los dirigentes de la institución religiosa revelan que no son, como se jactan, servidores de Dios, sino del poder, al cual se someten, reconociendo su poder para poder ejercerlo a su vez. 

Para las autoridades religiosas, Jesús no es más que un engañador (“recordamos que aquel impostor, en vida, dijo: “Después de tres días resucitaré”, Mt 27,63). Los dirigentes, que nunca creyeron en Jesús, solo ahora recuerdan sus palabras, pero en lugar de recordar la palabra del Señor para acogerla, lo hacen para negarla. Son tinieblas y no pueden acoger la luz. Tal es el odio de los sumos sacerdotes y fariseos que, a pesar de que Jesús está muerto, ni siquiera lo mencionan, refiriéndose a Él con una expresión de desprecio llamándolo impostor. Para las autoridades religiosas, Jesús no es más que un engañador y su mensaje una impostura. En realidad, son ellos quienes engañan al pueblo, proponiendo una imagen de Dios que solo es una proyección de sus intereses y su sed de prestigio y dominio. 

Los dirigentes se dirigen a Pilato con autoridad. Más que una petición, la suya es una orden imperativa: “Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”. Entonces este último engaño sería peor que el primero” (Mt 27,64). 

La fuerza del poder debe impedir que la fuerza de la vida se manifieste. Si Jesús fue llamado impostor, sus discípulos son ladrones, dispuestos a robar el cuerpo de su maestro para perpetuar el engaño. Para las autoridades religiosas, la idea de que el hombre tiene una vida de condición divina, tal que pueda vencer la muerte, no es más que una impostura. Y Pilato les concede una guardia y con ironía despectiva les invita a asegurar la vigilancia del sepulcro, como bien saben hacerlo. ¡Cuando se trata de gestionar la muerte, las autoridades religiosas son imbatibles! La continuidad de la institución religiosa está condicionada a la certeza de que el Señor está muerto. Las autoridades religiosas son expertas en el engaño y saben cómo utilizar la fuerza para impedir que la verdad salga a la luz. Sin embargo, todavía no están en paz: no basta que se coloque una gran piedra sobre el sepulcro y que haya guardias vigilándolo. Para mayor seguridad también sellan la piedra que cierra el sepulcro. Creen que están custodiando un cadáver y no se dan cuenta que son ellos los que realmente están muertos. Bien había escrito el salmista: “El que está en los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos” (Sal 2,4). 

El intento de las autoridades de deshacerse de Jesús de una vez por todas se topa con la intervención de Dios con un "gran terremoto" para demostrar que la vida del hombre ha sido liberada de los efectos de la muerte y la piedra, removida, ya no sella el sepulcro. ¡No está aquí! ¡Ha resucitado! (Mt 28,6) es la respuesta divina burlona a los planes de los líderes religiosos. Toda su preocupación y ansiedad fue en vano: estaban custodiando una tumba vacía. Paradójicamente, la irrupción de la vida se convierte en experiencia de muerte para quien ya se encuentra en un mundo de muerte. En lugar de ser traídos a la vida por la manifestación del Dios vivo, “los guardias temblaron y quedaron como muertos” (Mt 28,4). Los guardianes de la muerte, al no tener vida en sí mismos, no pueden percibirla cuando se manifiesta, sino que se hunden aún más profundamente en la esfera de la muerte. 

Ante la evidencia de la acción divina, los sumos sacerdotes no muestran ningún signo de asombro, y mucho menos de arrepentimiento. Su única preocupación es ocultar la verdad del asunto. La gente tiene que creer lo que dicen y no importa si es verdad o no. Así, con «una buena suma de dinero para los soldados» (Mt 28,12) ahora tratan de impedir el anuncio de la resurrección de Cristo. Los sumos sacerdotes y los fariseos, que habían llamado a Jesús un impostor y a la resurrección un engaño, demostraron en realidad que eran los autores de un “engaño peor que el primero” (Mt 27,64). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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