miércoles, 19 de marzo de 2025

La escucha del silencio.

La escucha del silencio 

Vivimos en una sociedad ruidosa, incluso somos víctimas de la contaminación acústica y en nuestra vida diaria estamos invadidos por la verbosidad de la cháchara. Es comprensible entonces que en este clima cacofónico muchos sientan la necesidad del silencio y lo exalten, lo alaben sin conocer su realidad. Porque el silencio es plural. 

Hay silencios comparables a ayunos corporales, absolutamente saludables cuando el cuerpo, la psique y la vida interior lo requieren. Pero también hay silencios negativos, incluso mortales. Son silencios que inquietan, que inspiran miedo, que crean opresión, verdaderos silencios de muerte, silencios como abismos de desesperación. 

Y hay que confesarlo: también hay silencios cómplices, llenos de cobardía, que dejan triunfar el mal sin encontrar oposición y, por tanto, silencios hostiles, que penalizan la comunicación y pueden llegar a ser asesinos. Son los silencios más vergonzosos, ocultos y no confesados, ni siquiera considerados en su ignominia, y sin embargo consumidos por amarga indiferencia. 

Y no olvidemos el silencio de la enfermedad mental, cuando el silencio es rechazo a toda comunicación porque quien se ha cerrado en el silencio está en realidad prisionero de unas rejas que no vemos y que siguen siendo un enigma. 

Hay quien ha descrito bien el silencio maligno que se alimenta de la ira y del resentimiento hasta el punto de despreciar al otro, hasta quererlo y considerarlo muerto. Sí, tenemos este gran poder de matar incluso con nuestro silencio que con una hostilidad sorda y muda nos quita la vida y la existencia. Elie Wiesel, en su Testamento de un poeta judío asesinado, escribe: “Ningún maestro me había dicho que el silencio podía convertirse en una prisión... No sabía que uno podía morir de silencio como se muere de dolor, de fatiga y de hambre”. 

Hay hombres y mujeres que conocen y viven estos silencios y también nosotros podemos ser absorbidos a veces por ellos en la vida. No es fácil luchar contra estos poderes, verdaderos demonios que nos arrastran y nos dominan. Y aquí hay que decir claramente que el otro es más necesario que nunca porque nos salvamos juntos, nos levantamos juntos, volvemos a hablar si hay un “tú” al que recurrir. 

Frente a los silencios negativos, sólo la escucha atenta puede ser de verdadera ayuda, una respuesta redentora. Por eso hoy, en una sociedad donde la escucha está muerta, los silencios negativos son generalizados y frecuentes. 

Escuchar... Para ser auténtico, escuchar debe primero escuchar los silencios y el silencio. Lo digo por experiencia, pero las largas horas de la noche en el silencio absoluto de la habitación, en la extrema soledad del cuerpo, nos enseñan a escuchar los silencios desesperados y el silencio que, despojado y abordado con discernimiento, no es mudo sino que también tiene voz. 

Silenciar nuestro ego para escuchar al otro, silenciar nuestros prejuicios para abrirnos al otro, habilitar el oído del corazón para escuchar la voz débil como un silencio contenido que nos abre a la relación. 

Si hay una invitación que me atrevo a hacer a los hombres y mujeres de nuestra sociedad, es sólo a practicar un tiempo de soledad y silencio durante el día o la noche y hacerlo con continuidad y perseverancia, como un ritmo de respiración, aceptando atravesar silencios a veces enigmáticos, desesperados, otras veces capaces de exaltación... Entonces incluso los enigmas se convierten en misterios. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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