martes, 15 de abril de 2025

Elegir amar - Comentario al Evangelio de San Juan 13,31-33.34-35 -.

Elegir amar 

¿Qué nos queda? 

En el caos que, de tantas formas y de modos diversos, atraviesa nuestras vidas, en la frenesí del cotidiano aturdidor y humillante, en el miedo. ¿Cómo podemos sobrevivir a este tiempo malsano? 

Solo una cosa: seguir mirando hacia arriba. Seguir amando. 

Porque ser discípulos significa dejarse amar y aprender a amar. 

Convertirse en amados, que es uno de los nombres con los que se llamaba a los discípulos del Maestro. 

Aquellos que descubren que son amados. Los amados. 

Porque creemos en el Dios de Jesús, un Dios feliz que nos quiere felices. 

Aprendiendo a amar. Esto da gloria a Dios. 

Gloria 

En un mismo párrafo, Jesús habla cinco veces de gloria y glorificación y de cómo, gracias al Padre, está a punto de ser glorificado. 

Quizá Jesús piensa que, a pesar de todo, al final su misión tendrá éxito y las cosas, de repente, tomarán otro rumbo. Confiado. Optimista. Incluso embriagado. 

Solo que estas palabras las dice durante la última cena, poco antes de ser arrestado. Las dice en el mismo momento en que su destino está marcado. Las dice cuando Judas sale para ir a delatarle. 

Jesús insiste, exagera: ahora mismo he sido glorificado, dice. 

En el momento más doloroso de la traición, cuando una persona que te ama y te ha seguido te engaña, Jesús afirma que podrá manifestar plenamente su gloria. 

¿Pero lo hace? 

No, Jesús hace algo extraordinario: mira más allá del presente, ve el vaso medio lleno, no se encierra en sí mismo, deprimido o furioso, por el engaño. Como Judas lo está traicionando, podrá demostrarle que realmente lo quiere. 

Precisamente porque está a punto de ser asesinado, podrá manifestar a todos los hombres cuánto los ama, cuánto nos ama, cuán seria es su amor. En la traición de Judas vemos la medida del amor de Jesús. 

Judas 

Judas se ha perdido, cierto, verdad. 

¿Pero el Señor no ha venido precisamente a salvar a los que estaban perdidos? 

¿No es la perdición, precisamente, el lugar teológico de la salvación? 

¿No nos salvan precisamente porque antes nos hemos perdido? 

Con Judas, Jesús podrá demostrar cuál es la medida del amor de Dios: la ausencia de medida. 

Todo hombre que toma conciencia de sí mismo se pregunta: ¿estoy perdido o salvado? 

Jesús responde: estás perdido, y estás salvado. 

Los Apóstoles no entienden, como no entendieron el gesto del lavatorio de los pies. 

Pedro, poco después, dirá que está dispuesto a dar la vida por Jesús. 

Pedro, ahora, se toma a sí mismo por Dios, quiere salvarlo. 

Jesús le recordará que es él quien da la vida por sus discípulos. 

Un gallo cantará, recordándole a Pedro su límite. No por causa de Dios debe morir, sino con Él. 

Todo lo que puede hacer el discípulo es imitar al Maestro, no sustituirlo. 

Jesús habla de su gloria, una gloria que consiste en manifestar cuánto nos ama. 

Y nos pide que hagamos lo mismo. 

La gloria es poder demostrar el propio amor. 

Un amor sano, centrado, luminoso, concreto, humilde, oblativo, fecundo, respetuoso, liberador, libre. 

¿Y si, en lugar de pasar la vida mendigando aplausos, pidiendo reconocimiento, haciendo pesar el dolor del pequeño pirómano que hay en nosotros, empezáramos a querer amar? 

Amaos 

Entre Judas y Pedro, los otros evangelistas sitúan la Última Cena. 

Juan omite el relato de la cena para sustituirlo por el lavado de los pies: la liturgia es falsa si no se convierte en servicio al hermano débil. Juan se atreve a más: entre las dos traiciones y las dos salvaciones (Judas es salvado del mal, Pedro del falso bien) inserta el único mandamiento del amor.

Jesús nos pide que nos amemos (amarme a mí, amarte a ti,...) del amor con el que Él nos ha amado. 

Corrige a los otros evangelistas. El mayor mandamiento no es amar a Dios y al prójimo. 

Sino amar al prójimo con el amor que recibimos de Dios. Amar con el amor de Dios. 

De su amor, con su amor. No con el amor de la simpatía, de la elección, del esfuerzo, de la virtud. 

Con el amor que, procedente de Cristo, puede llenar nuestro corazón para luego fluir hacia el corazón de los demás. 

No puedo amar a las personas antipáticas, ni a las que me hacen daño. Solo el amor que viene de Dios, un amor teológico, me permite amar por encima de los sentimientos y las emociones. 

Señales y signos 

Debemos ser conocidos por el amor. 

No por las devociones, no por las oraciones, no por las señales externas, no por la organización caritativa, sino por el amor. El amor es lo que más debe importar en la Iglesia. 

Que sea verdadero, que sea libre, que se haga evidente. 

No teórico, no vinculado (te amo si), no humoral. 

Un amor más grande que da vida. Porque a veces el amor mortifica. 

Un amor en equilibrio entre emoción y elección, entre énfasis y voluntad, que se vuelva concreto y activo, tolerante y paciente, auténtico y accesible, que sepa manifestarse en el momento de la prueba y del engaño. 

¿Quieres glorificar a Dios? 

Déjate amar. 

Aprende a amar. 

Elige amar. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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