La medida del amor
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
¿Por qué es «nuevo» este mandamiento si desde siempre, en todas partes, hombres y mujeres se aman? Y muchos lo hacen de una manera maravillosa, que ilumina al mundo.
¿Por qué mandar amar? Un amor forzado es solo una máscara del amor, frustrante para quien lo ofrece, pero, quizás aún más, para quien lo recibe.
El «mandamiento nuevo» en realidad no es un mandato, es mucho más: resume el destino del mundo y el destino de cada uno.
¿Por qué amar? Porque así lo hace Dios. La ley de la vida es actuar como actúa Dios, entrar en la corriente misma de Dios, ser luz de su luz: «Queridos míos, si Dios nos amó primero, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4). El único lugar del que puede brotar el amor es la experiencia de haber sido amado y de dejarte amar ahora, por Dios.
El mandamiento nuevo no es simplemente amarse a sí mismo, sino amarse los unos a los otros. Palabras que nos dan infinitos objetos de amor: los demás, todos.
Qué pena si hubiera un adjetivo para calificar a quien merece mi amor: justos o injustos, ricos o pobres, cercanos o lejanos. Es el hombre, cada hombre. Incluso el in-amable, incluso Caín.
El otro me concierne, pertenece a mis cuidados, está escrito en mis pensamientos, estoy a su lado. No es mi igual, es más. Si yo tengo pan y él no, le doy el mío. Si tiene miedo y pide hacer un poco de camino conmigo, camino con él toda la noche.
El nuevo mandamiento continúa: «Amaos como yo os he amado». La novedad del cristianismo no es el amor, sino el amor como el de Cristo.
Los hombres aman, el cristiano ama a la manera de Jesús, guardando en el corazón, reavivando en la memoria el «cómo» amó Jesús.
Esta es «la escuela del amor». Él es la caridad: cuando lava los pies a sus discípulos; cuando se dirige a Judas, que lo traiciona, llamándolo amigo; cuando reza por quienes lo matan: Padre, perdónalos porque no saben...; cuando llora por el amigo muerto o se regocija por el nardo perfumado de la amiga, o vuelve a empezar por los más perdidos.
Se trata de retomar el Evangelio y descubrir y recomponer todas las piezas del mosaico de cómo Jesús mostró amor. Y volver a intentarlo.
Él no es un Maestro que se ha quedado solo en el centro de sus inmensas palabras. Desde los rincones de la creación, desde los lugares más ocultos e insospechados, siguen surgiendo gestos, palabras, audacias de discípulos que se atreven a ser como Él.
Y este «como» marca el ritmo de todo el Evangelio, encierra la esencia de nuestro discipulado, contiene la estatura del hombre perfecto: vivir como él, misericordiosos como el Padre, y su voluntad en la tierra como en el cielo. Como Cristo, como el Padre, como el cielo, y se abre el horizonte más grande.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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