Dejarse amar para conocer la verdad
Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Lo específico del cristiano no es amar (muchos lo hacen, en todas partes, siempre, y algunos de una manera que ilumina al mundo), sino amar como Cristo. Con su manera única de empezar por los últimos, de dejar a salvo a las noventa y nueve ovejas, de llegar hasta los enemigos.
La primera característica de la caridad evangélica: amar como Cristo. No: tanto como Cristo, empresa imposible para el hombre, la comparación nos aplastaría. Nadie amará jamás tanto como Él. Pero sí como Él: con ese sabor, en esa forma, con ese estilo.
Con su amor creativo, que nunca se cierra en un veredicto, que nunca mira al pasado, sino que abre caminos. Amor que indica pasos, al menos un paso adelante, siempre posible, en cualquier situación. Amor que te hace débil y, sin embargo, muy fuerte: débil hacia quien amas, pero en guerra contra todo lo que hace daño.
La segunda característica: «Como yo os he amado». La caridad cristiana es ante todo una caridad recibida, acogida. Como un ánfora que se llena hasta el borde y luego se desborda, que se convierte en fuente.
El amor no nace de un esfuerzo de voluntad, reservado a los más hábiles; el amor viene de Dios, no de mi habilidad: amar comienza con dejarse amar. No somos mejores que los demás, somos más ricos. Ricos de Dios.
Es un amor que perdona, pero no justifica todos los errores. Justifica la fragilidad, el pabilo vacilante, la caña agrietada, pero no la hipocresía de los piadosos y los poderosos. Ama al joven rico, pero ataca al ídolo del dinero.
Si el mal ataca a un pequeño, Jesús evoca imágenes poderosas y duras como un molino al cuello.
Amor guerrero y luchador.
Pero si el mal está contra Él, entonces es un cordero manso que no abre la boca.
Tercera característica: «Amaos los unos a los otros»: todos, sin excepción; maldición si hubiera un adjetivo para calificar quién merece mi amor y quién no. Es el hombre. Cada hombre, incluso el in-amable.
Los unos a los otros significa, además, reciprocidad. No solo estamos llamados a entregarnos a los demás, sino también a dejarnos amar: es en dar y recibir amor donde se mide la felicidad de la vida.
El amor es inteligencia y revelación; amar es comprender más profundamente: a Dios, a uno mismo y al corazón del ser.
Como Jesús cuando saca a la luz la profunda verdad de Pedro: «¿Me amas ahora?». Y no le importa cuándo en el patio de Caifás, Simón, Perdo, la Roca, tuvo miedo de una sirvienta.
Amor que lee el hoy, pero ya intuye el mañana del corazón. Y repite a Pedro y me repite a mí: tu deseo de amor ya es amor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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