Qué amor
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Sí, pero ¿qué amor? Palabra tan manida, palabra que, si se pronuncia mal, quema los labios, decían los rabinos. A menudo confundimos el amor con una emoción o una limosna, con un gesto de solidaridad o un momento de compartir.
Amar lo supera todo, porque contiene el emocionante estremecimiento del descubrimiento del otro, que ya no te parece un objeto sino un acontecimiento, como aquel que te da el gusto de vivir, que abre los sueños, que tiene la dulce fuerza de los nacimientos, que te hace nacer, con lo mejor de ti.
Para amar debo mirar a una persona con los ojos de Dios, cuando adopto su mirada luminosa me vuelvo capaz de descubrir toda su belleza, grandeza y singularidad. Y de esto se desprende fervor, asombro, encanto de vivir.
Voy hacia el otro como a una fuente, y me sacio. Entonces puedo amarlo, y en el amor el otro se convierte en mi maestro, en aquel que me hace caminar por nuevos senderos.
Del mismo modo, los dos esposos deben amarse como dos maestros, cada uno maestro del otro, cada uno puesto en camino hacia horizontes más grandes. Dejarse habitar por las riquezas del otro, y la vida se vuelve inmensamente más feliz y libre.
Del mismo modo, también puedo mirar al pobre que encuentro o al extranjero que llama a mi puerta como si fueran «nuestros señores» -San Vicente de Paúl-, y aprender así a dar como hacía Jesús: no como un rico, sino como un pobre que recibe, como un mendigo de amor. Y pensar frente al pobre: yo soy el pobre, hecho rico por ti, por tus ojos encendidos, por tu historia, por tu coraje.
Os doy un mandamiento nuevo. No se trata de una nueva orden, sino de la regla que protege la vida humana, donde se resumen el destino del mundo y la suerte de cada uno: «Todos necesitamos mucho amor para vivir bien» -Jacques Maritain-.
¿Dónde está la novedad? Ya en el Antiguo Testamento estaba escrito ama a Dios con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo.
La novedad del mandamiento está en la palabra siguiente: Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros.
No dice cuánto os he amado, imposible para nosotros medirlo, sino como Jesús, con su estilo único, con su gentil elegancia, con los cambios que trajo, con su creatividad: hizo cosas que nadie había hecho nunca.
Los cristianos no son los que aman -muchos lo hacen en todas las latitudes-, sino los que aman como Jesús: si yo os he lavado los pies, hacedlo también vosotros, empezando por los más cansados, los más pequeños, vuestros señores...
Como Él, que no solo es amor, sino exclusivamente amor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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