Mis caminos no son vuestros caminos (Isaías 55, 8-9)
En el corazón de la Ultima Cena, el anuncio de la traición. Nos sorprende por un lado y nos consuela por otro saber que Jesús se entregó esa noche a un grupo de discípulos con sus reconocidas debilidades y sus confesados traidores. Se entregó a pesar de saber que esas manos no eran ciertamente fiables.
¿Quién de nosotros lo haría? Nosotros no nos entregaríamos. Si no tenemos garantía de fiabilidad, preferimos no exponernos. Aquí está la verdadera exposición de la Eucaristía.
Hemos inventado otra entre cirios y flores en el altar, pero la verdadera exposición es exponerse, ponerse fuera entregándose. Él, el Señor, reducido a una cosa. Cabe preguntarse si nosotros también no perpetuamos esta manipulación del sacramento allí donde vivimos ritos pero no encuentros.
¿Cómo se responde a un Dios que se expone? Ciertamente no con desconfianza, no con miedo a arriesgarse o con cautela.
«El que ha mojado conmigo la mano en el plato»: mojar el bocado es, en la Biblia, un signo de alianza, de hospitalidad. Es un gesto que expresa la voluntad de comunión que anima al maestro incluso frente a quien lo traicionará.
La traición de Judas es una traición anunciada. Ha venido de muy lejos: una acción así no se improvisa. Para Judas, Jesús no es el Mesías que esperaba. Ya en Jn 6,70 el evangelista pone en boca de Jesús estas palabras: ¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un demonio.
¿Qué fue lo que hizo que Judas se convirtiera en un traidor? El hecho de que Jesús, sabiendo que iban a venir a buscarlo para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, completamente solo (Jn 6,15).
Judas no está de acuerdo con Jesús en su forma de ver las cosas y, sobre todo, en la intervención que debe llevarse a cabo. Su forma de entender a Cristo estaba muy lejos de ese pobre Cristo que se encaminaba hacia una cruz.
Judas, en la víspera de la Pasión, es para nosotros un estímulo para verificar nuestras expectativas al seguir al Señor Jesús.
¡Cuántas veces no estamos de acuerdo con su Evangelio! ¡Cuántas veces vemos trastocados nuestros planes! A veces percibimos al Señor casi como una molestia, un obstáculo, ya que no encaja en nuestros esquemas y proyectos.
Judas quería que Cristo fuera «suyo». En el fondo, se perpetúa continuamente el dejar que el Dios verdadero hable en el monte con Moisés y así construir uno a nuestra medida en el valle. Y no pocas veces encontramos también algún Aarón dispuesto a ayudarnos en semejante empresa.
Hoy, y siempre, nos podemos preguntar: ¿a quién sigo? ¿a quién seguimos?
No es que Judas haya preferido otro camino: había elegido otra forma de estar en ese mismo camino. El suyo es una especie de seguimiento paralelo: ya no sigue al Señor, camina a su lado pero persiguiendo sus pensamientos y espejismos. Es un camino hecho juntos en cuanto a pasos, pero muy distante en mente y corazón. Judas sigue perteneciendo al grupo, pero en su interior ya no es uno de los Doce. Se profesa como uno de ellos sin pertenecer ya a ellos.
Está al lado de Jesús con los pasos, pero no comparte sus gestos. Judas no tiene el valor de mirarse en el espejo y reconocer quién es en realidad.
¿No es este nuestro, mi estado? Seguimos diciéndonos creyentes, discípulos, pero a veces poco tenemos de creyente y de discípulo. Quizá también nosotros seamos discípulos -aprendemos muchas cosas del Maestro-, pero no más seguidores -no pensamos ni vivimos a la manera del Maestro-.
Es cierto: se necesita valor para elegir al Señor, pero se necesita al menos el mismo valor para apartarse de Él. Y así nos las arreglamos.
Y, como Judas, terminamos incluso sirviéndonos de gestos de amistad sin cargarlos más de lo que significan. Judas hace gestos de amistad -come el bocado ofrecido por el Señor-, pero se sitúa fuera de esa amistad.
¿Qué significado le doy a los gestos de comunión que realizo?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario