Poner el corazón en Jesús
Si alguno me ama, guardará mi palabra. «Si alguno me ama»: es la primera vez en el Evangelio que Jesús pide amor a sí mismo, que se pone a sí mismo como objetivo del sentimiento humano más disruptivo y poderoso.
Pero lo hace con su estilo: delicadeza extrema, respeto emocionante que se apoya en un libre «si quieres», un fundamento tan humilde, tan frágil, tan puro, tan paciente, tan personal. Si uno me ama, guardará... porque se enciende en él el motor misterioso que pone en marcha la vida, donde: «los justos caminan, los sabios corren, pero los enamorados vuelan» -Santa Catalina de Siena-.
El amor es una escuela de vuelo, desencadena una energía, una luz, un calor, una alegría que pone alas a todo lo que haces.
«Guardará mi palabra». Si llegas a amar a Jesús, será normal tomar como cosa tuya, como levadura y sal de tu vida, roca y nido, savia y ala, plenitud y desbordamiento, cada palabra de aquel que ha despertado tu vida. La Palabra de Jesús es Jesús que habla, que entra en contacto, me alcanza y me comunica a sí mismo.
¿Cómo se le ama? Se trata de darle tiempo y corazón, de hacerle espacio. Si no piensas en Él, si no le hablas, si no lo escuchas en secreto, tal vez tu casa interior está vacía. Si no hay rito en el corazón, si no hay liturgia en el corazón, todas las demás liturgias son máscaras de vacío.
Y nosotros vendremos a él y nos alojaremos con él. Vendremos. El Misericordioso sin hogar busca casa. Y la busca precisamente en mí. Quizá nunca encuentre una verdadera morada, solo un pobre refugio, un establo, una choza. Pero Él me pide solo una cosa, que sea fragmento de cosmos hospitalario. Casa para sus dos promesas: el Espíritu y la paz.
El Espíritu: tesoro que no se acaba, fuente que nunca calla, viento que no se detiene. Que no envuelve solo a los profetas, a las jerarquías de la Iglesia, a los grandes personajes, sino que nos convoca a todos, buscadores de tesoros, buscadores de perlas: «el Pueblo de Dios, por la acción constante del Espíritu, se evangeliza continuamente a sí mismo» (Evangelii Gaudium 139).
Palabras como un viento que abre brechas, que trae el polen de la primavera. Una visión de poderosa confianza, en la que cada hombre, cada mujer tiene la dignidad de profeta y pastor, cada uno evangelista y anunciador: el pueblo es evangelizado por el pueblo.
Os dejo la paz, este frágil milagro continuamente quebrantado. Un don que hay que buscar con paciencia, que hay que construir «artesanalmente» -Papa Francisco-, cada uno con su pequeña palmera de paz en el desierto de la historia, cada uno con su mínima oasis de paz en las relaciones cotidianas. La nada, en apariencia, pero si los oasis son miles y miles, conquistarán y harán florecer el desierto.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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