¿Evangelizar en las redes sociales?
Recientemente, un amigo al que estimo por su profundidad
de pensamiento, y al que sigo en sus escritos y reflexiones, me hablaba del Jubileo
de los influencers católicos (o mejor dicho, de los misioneros
digitales) del pasado 28-29 de julio. Y me decía algo que me hizo reflexionar
mucho:
«A menudo, la impresión que tengo al ver a ciertos influencers católicos es que, más que responder a una necesidad de la Iglesia, están respondiendo a una necesidad personal. Y esta necesidad personal muchas veces les aleja de la verdadera necesidad de la Iglesia».
Son palabras fuertes, quizás un poco críticas, pero que sin duda contienen algo de verdad y, a partir de este estímulo, surgió una interesante charla/reflexión sobre los «enfoques misioneros» de las redes sociales, de la que quiero compartir algunos aspectos destacados.
A mí, en primer lugar, me han sido útiles estas reflexiones, no tanto porque me sienta misionero digital, ni mucho menos porque creo que no lo soy, sino porque, al estar presente en las redes sociales, me han ayudado a cuestionarme.
Me pregunto, y lo hago desde hace bastante tiempo, ¿cuál podría ser la «necesidad personal» que mueve a muchos a hacerse un hueco para evangelizar en las redes sociales?
No quiero juzgar las intenciones, también porque hay que tener en cuenta que se trata de un terreno complejo, donde las cosas nunca son blancas o negras, y donde incluso las necesidades más distorsionadas (a menudo inconscientes) se mezclan siempre con deseos nobles y propósitos buenos, por lo que hay que actuar con mucha prudencia.
Sin embargo, las reflexiones con mi amigo al que sí considero influencer o misionero digital me han hecho pensar en tres aspectos que propongo a continuación:
1.- La necesidad de estima y reconocimiento.
Cada uno de nosotros necesita naturalmente confirmaciones, alguien que nos devuelva cierta estima y consideración. Esto, obviamente, a diferentes niveles según las personas y el momento de la vida: el joven que está construyendo su personalidad lo necesita mucho, el adulto que ya debería haber consolidado una buena autoestima y confianza en sí mismo, menos. Y, sin embargo, esta inclinación natural, en el entorno social, corre el riesgo de degenerar.
De hecho, no es raro que detrás de cierta ansia de evangelizar se esconda una necesidad insatisfecha de confirmación, de ser visto y estimado, de sentirse alguien: es esa idea inconsciente de que obtener visibilidad y audiencia coincide con la confirmación de su propio valor.
Una señal de alarma que puede alertar en este sentido es cuando el hecho de ser considerados y apreciados nos produce una cierta embriaguez, una sensación de euforia y gratificación, un afán que nos empuja a producir contenidos e iniciativas (a menudo no solicitadas) para seguir siendo el centro de atención. Por el contrario, se siente desánimo y tristeza si no se recibe la atención esperada.
Entonces, uno sin darse cuenta, se produce una especie de cortocircuito: con la noble intención de evangelizar, ¡me encuentro alimentando mi ego!
Y el contenido, precisamente porque es expresión de mi
ego, se vuelve más importante que las personas a las que se dirige. Pero, sobre
todo, desvía la atención del propósito de evangelizar, porque más que a
Dios lleva... ¡al yo!
2.- El ansia de sentirse capacitado para hablar de todo.
Sí creo ir advirtiendo, y desde hace tiempo, como una presuntuosa arrogancia de saberlo todo. Es una tentación que a menudo aflige incluso a los mejor intencionados. A mí, ciertamente. Y también en los ámbitos eclesiales.
Quiero entender que nadie se siente presuntuoso por defecto, pero cuando nos anima una cierta frenética necesidad de decir y proponer, o nos sentimos del lado de los buenos que deben defender el buen nombre de la moral católica, sin darnos cuenta corremos el riesgo de aventurarnos con ligereza y superficialidad en ámbitos delicados o que nunca hemos profundizado realmente.
De hecho, sucede que, estimulados por los seguidores o por algún comentario cáustico, o para producir contenidos, acabamos interpretando la Biblia «según mi opinión», citando a «San ChatGPT», o soltando frases hechas y eslóganes escuchados, pero nunca profundizados ni puestos a prueba en la vida.
He de decir que incluso en intervenciones del episcopado, de superiores generales, …, veo no poca tendencia a eslóganes y frases hechas. Pero eso es otro tema…
No creo que hagamos un buen servicio al Evangelio cuando, por ejemplo, ofrecemos enfoques por lo menos parciales o incluso distorsionados que acaban fallando significativamente el objetivo y el verdadero bien de las personas a las que se dirige, que siempre pasa por una cierta prudencia.
Es necesario invocar el don de la prudencia, ¡no basta
con tener buena fe para anunciar una buena fe! El hecho de hacer algo
«oficialmente» noble no me autoriza a hablar de todo.
3.- Sentirse heraldos paladines que defienden la fe.
A menudo, cuando uno se siente así, cree evangelizar explicando a las personas cómo deben comportarse y por qué.
Esta actitud, que hasta se podría resumir en la palabra «moralismo», crea inexorablemente divisiones y cierres: sentirse juzgado y tratado con superioridad apaga toda apertura al diálogo y al encuentro.
He aquí la paradoja del moralismo: en lugar de tender puentes, se alimentan polémicas y debates estériles; en lugar de sembrar belleza y alegría, se difunden juicios y sentencias propios de auténticos gurús.
El Papa Francisco, en Evangeli Gaudium - un texto que podría ser el vademécum de cualquiera que deseara evangelizar -, recuerda que el anuncio cristiano no debe obsesionarse con la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas, sino que debe centrarse en lo esencial: lo que es más bello, más grande, más atractivo y más necesario (cf. EG 35).
También en este tercer caso se cae lejos del objetivo: el
moralismo hace daño a los demás, pero también me hace daño a mí porque me hace
sentir del lado de los buenos, de los justos, de los que «han entendido», y me
aleja de los demás y de reconocer mi necesidad de misericordia.
Entonces, ¿qué es hacer misión en las redes sociales? ¿Explicar lo que está bien y lo que está mal? ¿Mostrar las cosas «imprescindibles» para un auténtico católico? ¿Defender los principios cristianos contra un mundo feo y malo? ¿Crear el enésimo curso o podcast? ¿Ofrecer la enésima propuesta de comentario al Evangelio? ¿Qué es evangelizar?
El Jubileo de los misioneros digitales y de los influencers católicos no sé si ha ofrecido una oportunidad para repensar el significado de la misión digital, porque las buenas intenciones no bastan para evangelizar.
Seguramente deberíamos liberarnos de la idea un tanto clerical de que evangelizar es solo o fundamentalmente «explicar cosas». Es verdad, la palabra tiene un poder muy fuerte, pero evangelizar, en el fondo, es manifestar una vida nueva, revelar en los gestos y en las relaciones un encuentro que nos ha cambiado la vida, el encuentro con Cristo vivo y actuante en nuestra vida. Como recordaba el Papa Francisco: «El misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre».
Si el misionero digital (como el que no es digital) y el influencer católico se define como «misionero», no estará de más recordar que el misionero siempre responde a una llamada.
Muchos podemos sentir que queremos aportar nuestro granito de arena en las redes sociales, pero habría que verificar en la Iglesia si este sentimiento es realmente una llamada y no solo una autoproclamación.
O, como preguntaba alquien, Dios se sirve de ti para contruir su Reino o tú te sirves de Dios para contruir tu reino. Una pregunta directa, seguramente hasta incómoda, pero no menos pertinente y necesaria.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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