martes, 21 de octubre de 2025

Y Dios armó su belén.

Y Dios armó su belén

Siempre depende de dónde veamos las cosas, con qué gafas las miremos, qué punto de vista elijamos. Lo mismo ocurre con el belén.

 

Si lo miramos desde donde estamos ahora, desde nuestro presente, y elegimos como punto de observación nuestro hoy, entonces el belén nos parece algo del pasado, o peor aún, un cuento de hadas para niños que no tiene ninguna incidencia en la vida real y, a menudo, ya no dice nada sobre la vida concreta que vivimos todos los días.

 

Y, de hecho, los belenes que construimos y que visitamos en las Iglesias son exactamente la representación religiosa de cómo estamos viendo el mundo, de cómo estamos viendo ese mundo, ese acontecimiento que es el nacimiento de Jesús: como un acontecimiento del pasado, como un cuento de hadas para niños, como la narración de una historia que ya no tiene nada que decirnos.

 

Si, en cambio, cambiamos de perspectiva, si un día decidimos mirar ese mismo belén, si decidimos observar ese acontecimiento desde otra perspectiva, desde la perspectiva correcta, es decir, desde la perspectiva de cómo surgió, de cómo apareció en la historia, de cómo fue concebido por Dios, de cómo fue anunciado por los profetas, nos daremos cuenta de que hay algo que no cuadra, que el belén es totalmente erróneo, y hasta seguramente una afrenta.

 

Y, de hecho, podemos preguntarnos tranquilamente: si Dios preparó la entrada del Mesías en la historia con mucho tiempo de antelación, si lo profetizó con siglos de antelación, ¿por qué entonces entró en la historia de una manera tan pobre, de una manera tan humilde, como si nadie lo esperara, como si fuera un intruso, como si nadie lo supiera?

 

El belén es realmente muy extraño visto desde el punto de vista de la historia.

 

Si Dios había empezado a hablar de Él desde los tiempos del Génesis, desde la bendición de Jacob, y había seguido hablando de Él en la época de David, y luego había enviado a varios profetas que habían anunciado la llegada del Mesías, ¿por qué, una vez que decidió venir, lo hizo de una manera tan sorprendente?

 

Habría tenido todo el tiempo del mundo, también porque se lo había tomado para que el Mesías naciera en una casa decente, en una ciudad decente y, podríamos añadir, en una familia decente. Pero no fue así.


 

Nace en Belén, a 11 km de Jerusalén, y una vez llegado a Belén, ni siquiera hay una casa que lo acoja, hasta el punto de tener que nacer en un pesebre. El Mesías parece haber nacido de prisa, por sorpresa, sin ninguna preparación, mientras que sabemos muy bien que había sido preparado, que había sido anunciado con tiempo, es más, desde hacía mucho tiempo.

 

Quizás podamos entender algo si prestamos atención a un detalle, que es mucho más que un detalle: una verdadera sorpresa. De hecho, en todas las profecías nunca se había dicho que el que iba a nacer, el que iba a venir al mundo, el que iba a entrar en la historia no sería simplemente el Mesías, ¡sino Dios mismo!

 

Esto es lo asombroso: Dios mismo se ha hecho presente, es decir, ese niño nacido en el pesebre es Dios mismo. Es asombroso porque nadie lo había dicho nunca, nadie lo había profetizado nunca. En las muchas profecías que leemos y hemos escuchado durante el Adviento, donde se anuncia el nacimiento de un Mesías, un salvador, nunca se había dicho ni anunciado que este Mesías sería Él mismo, Dios.

 

Entonces se entiende que, si es Dios quien está en ese pesebre, todo lo que lo rodea, la forma en que vino al mundo, no es casual. Es extraño cómo se prepararon las cosas, es decir, de forma minuciosa, pero ya no es extraño por qué entró de esa manera. Es una verdadera revelación.

 

Si Él es Dios, si Él es la Vida, si Él es el Significado de todo, entonces su entrada en la historia se convierte, se transforma en un juicio implícito e implacable de esa vida construida independientemente de Él en la que vivimos; su presencia en la historia manifiesta el vacío en el que vive la humanidad.

 

Y entonces, el niño Jesús, con su presencia discreta, se transforma en un proceso de desenmascaramiento de las mentiras en las que está envuelto el mundo. Su presencia inquieta a todos aquellos que hacen de su vida un espacio de tranquilidad, que han hecho de su vida una tierra de descanso, un anestésico contra toda forma de dolor, de sufrimiento, de tragedia.

 

Si el niño en el pesebre es Dios, entonces todo lo que realiza es el sentido de la historia. Si apenas pone sus piececitos en el mundo, su vida está plagada de dramas, lo que significa que el drama, la tragedia, son elementos constitutivos de la vida humana. Esta es, quizás, una de las primeras revelaciones de la Navidad, o mejor dicho, la revelación más grande y profunda del nacimiento del salvador.

 

Jesús nos salva de la vida artificial y nos abre los ojos al auténtico sentido de la vida, que es trágica, dramática y llena de problemas. Jesús revela a la humanidad que el sentido de la vida no es huir de las tragedias, esquivarlas, ocultarlas, enmascararlas, sino asumirlas, vivirlas, beberlas hasta el fondo.

 

Jesús nació para beber el cáliz amargo de la cruz. Comenzó a prepararse para ello desde su primer llanto. Jesús nos enseña en Navidad que el hombre y la mujer son aquellos que aprenden a vivir el drama, a vivir la tragedia y no a huir de ella.


 

Hay también una enseñanza espiritual en el belén, y es esta. Desde su primer paso en la tierra, desde sus primeros movimientos, el niño Jesús, Dios hecho hombre, o mejor, niño, destruye la religión de los hombres, la desestructura desde dentro.

 

Si, de hecho, son válidas las consideraciones hechas anteriormente, es decir, que Dios, al venir al mundo, muestra que el drama y la tragedia forman parte de la condición humana, entonces Jesús, el Hijo de Dios, al vivir la tragedia humana, nos enseña que la verdadera religión no enseña a huir de los problemas, sino a vivirlos, a llevar el peso de las tragedias.

 

Toda esa religión, esas oraciones, esas devociones, esas velas, procesiones y cosas por el estilo, hechas con el único propósito de eliminar los problemas, de resolverlos, son la negación de la Navidad, van en dirección opuesta a la que Dios eligió y mostró al venir al mundo.

 

El hombre y la mujer religiosos, la vida religiosa que aprendemos del belén es la que nos enseña a vivir en el drama, a habitar la tragedia: este es el verdadero milagro.

 

Por lo general, se hace pasar por milagro cuando ocurre algo que nos quita el dolor, que nos quita un peso, que nos resuelve un problema. El belén nos enseña que el verdadero milagro se encuentra exactamente al otro lado, en el lado opuesto, es decir, que el verdadero milagro que Dios realiza para el hombre, el verdadero milagro que Dios hace para la mujer, no es resolver sus problemas, quitarles sus cargas, sino ayudarles a llevarlas con dignidad, a llevarlas sin buscar escapatorias, subterfugios, sin esconderse.

 

Esto es la Navidad, el sentido profundo de la Navidad, el auténtico mensaje de la Navidad. Intentar vivirlo es nuestra tarea.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF 

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