martes, 2 de septiembre de 2025

La historia del rey que murió amando contra todo pronóstico -Lucas 23, 35-43-.

La historia del rey que murió amando contra todo pronóstico -Lucas 23, 35-43- 

Si eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo! Los religiosos están escandalizados: ¿qué Dios es este que deja morir a su Mesías? 

Los soldados, los hombres fuertes, se escandalizan: si eres rey, ¡usa la fuerza! Sálvate. 

¿Hay algo que valga más que la vida? Pues sí, responde la narración de la Cruz, hay algo que vale más, el amor vale más que la vida. Y aparece un Rey que muere amando obstinadamente; ejecutado, pero no vencido; al que nosotros podemos rechazar, pero que Él nunca nos rechazará. Y la resurrección es el sello de que un amor así nunca se perderá. 

Un malhechor colgado en la cruz le pide que no lo olvide y Él lo lleva consigo. En ese bandido llega a todos nosotros, consagrando —en un malhechor— la dignidad de toda persona humana: en su decadencia, en su límite más bajo, el hombre siempre es amable para Dios. 

Es propio de Dios amar incluso a los no amables. El ladrón no tiene méritos que alardear. Pero Dios no mira el pecado ni los méritos, su mirada se posa en el sufrimiento y la necesidad, como un padre o una madre solo miran el dolor y las necesidades de su hijo. 

Acuérdate de mí cuando entres en tu reino. Y Jesús no solo se acuerda, hace mucho más: lo lleva consigo, lo carga sobre sus hombros, como hace el pastor con la oveja perdida, lo lleva a casa: ¡estarás conmigo! 

Y mientras la lógica de nuestra historia parece avanzar por exclusiones, separaciones, rechazos en las fronteras, el Reino de Dios es la nueva tierra que avanza por inclusiones, abrazos, acogida. 

Recuérdame, reza el pecador, estarás conmigo, responde el amor. Síntesis extrema de todas las posibles oraciones. 

«Acuérdate de mí», reza el miedo, «estarás conmigo», responde el amor. No solo el recuerdo, sino el abrazo que aprieta y une y nunca deja caer: conmigo, para siempre. Las últimas palabras de Cristo en la cruz son tres palabras reales, tres edictos imperiales: hoy, conmigo, paraíso. 

Hoy: ahora, inmediatamente; he aquí el amor que siempre tiene prisa; he aquí el instante que se abre a la eternidad, y la eternidad que se insinúa en el instante. 

Conmigo: mientras nuestra historia de conflictos se cierra en muros, fronteras y rechazos, el Reino de Dios brota en el compartir y la acogida. 

En el paraíso: ese lugar que quema los ojos del deseo, ese lugar inmenso y feliz que solo tiene amor y luz como frontera. 

Y si el primero en entrar en el paraíso es este hombre de vida equivocada, entonces no hay nada ni nadie definitivamente perdido, nadie está sin esperanza. 

Los brazos del Rey crucificado permanecerán abiertos para siempre, para todos aquellos que reconocen a Jesús como compañero de amor y de dolor, sea cual sea su pasado: esta es la Buena Nueva de Jesucristo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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