La historia vuelve a empezar desde la carne del Hijo de Dios - Juan 1, 1-18 -
En Navidad no celebramos un recuerdo, sino una profecía. La Navidad no es una fiesta sentimental, sino el juicio sobre el mundo y el nuevo orden de todas las cosas.
Aquella noche, el sentido de la historia tomó otra
dirección: Dios hacia el hombre,
lo grande hacia lo pequeño, del cielo hacia abajo, de una ciudad hacia una
cueva, del templo hacia un campo de pastores. La historia vuelve a empezar
desde los últimos.
Mientras en Roma se decide el destino del mundo,
mientras las legiones mantienen la paz con la espada, en este mecanismo
perfectamente engrasado cae un grano de mostaza en el surco del
mundo: nace un niño, suficiente para cambiar el rumbo de la historia. La nueva
capital del mundo es Belén.
Allí María dio a luz a su primogénito, lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre... en el comedero de los animales, que María,
en su necesidad, interpreta como una cuna. El establo y el pesebre son un «no»
a los modelos mundanos, un «no» al ansia de poder, un «no» al «así son las
cosas».
Dios entra en el mundo desde el punto más bajo para
que ninguna criatura sea más baja, nadie quede fuera de su abrazo salvador.
La Navidad es
el mayor acto de fe de Dios en la humanidad,
confía a su hijo a las manos de una joven inexperta y generosa, tiene fe en
ella. María cuida al recién
nacido, lo alimenta con leche, caricias y sueños. Lo hace vivir con su abrazo.
Del mismo modo, en la encarnación nunca concluida del
Verbo, Dios vivirá en nuestra tierra solo si nosotros cuidamos de Él, como una
madre, cada día.
Había en aquella región unos pastores... una nube de
alas y de canto los envuelve. Es tan hermoso que Lucas tome nota de esta única
visita, un grupo de pastores, con olor a lana y a leche... Es hermoso para
todos los pobres, los últimos, los anónimos, los olvidados. Dios parte de
ellos.
Van y encuentran a un niño. Lo miran: sus
ojos son los ojos de Dios, su hambre es el hambre de Dios, esas manitas que se
extienden hacia la madre son las manos de Dios extendidas hacia ellos.
¿Por qué la
Navidad? Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Cristo nace para que yo nazca. El nacimiento de
Jesús quiere mi nacimiento: que nazca diferente y nuevo, que nazca con el
Espíritu de Dios en mí.
La Navidad es la re-consagración del cuerpo. La
certeza de que nuestra carne, que Dios ha tomado, amado, hecho suya, es santa, que
nuestra historia es sagrada.
El Creador que había moldeado a Adán con el barro de
la tierra se convierte Él mismo en barro de nuestra tierra. El Alfarero se
convierte en arcilla de un jarrón frágil y hermoso.
Y nadie puede decir: aquí termina el hombre, aquí
comienza Dios, porque el Creador y la criatura ya se han abrazado. Y es para
siempre.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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