Y la ternura era Dios - Juan 1, 1-18 -
Juan comienza el Evangelio con un canto que nos llama
a volar alto, un vuelo de águila que proyecta a Jesús hacia los confines del
tiempo.
En el principio, bereshit, primera palabra de la
Biblia. 
Pero luego el vuelo del águila planea entre las
tiendas del campamento humano: Y vino a habitar, literalmente «plantó su
tienda» entre nosotros.
Luego Juan vuelve a abrir las alas y vuela hacia el
origen, con palabras absolutas: Todo fue hecho por medio de él. No
solo los humanos, sino también la brizna de hierba, la piedra y el canario
amarillo, todo proviene de sus manos. En el corazón de cada ser Dios sueña su
sueño y cada ser se reviste de vida.
La creación es un acto de amor susurrado. El Creador y
la criatura se abrazaron y, al menos en ese niño, el hombre y Dios son una sola
cosa. Al menos en Belén.
Los primeros versículos del Evangelio de Juan los
entiendo así: «En el principio era la ternura, y la ternura estaba con Dios, y la
ternura era Dios... y la ternura se hizo carne y puso su tienda entre nosotros».
Esto nos asegura que una ola de amor viene a romper en
las orillas de nuestra existencia, que hay una vida más grande y más amorosa
que nosotros, a la que podemos recurrir.
Jesús no vino a traernos una nueva teoría religiosa,
nos comunicó la vida, palpitante de deseo. He venido para que tengáis vida, y
la tengáis en abundancia (Jn 10,10).
Jesús no realizó ningún milagro para castigar o
intimidar a nadie. Los suyos son siempre signos que curan, hacen crecer,
alimentan, hacen florecer la vida en todas sus formas; el Evangelio nos enseña a sorprender incluso en los
charcos de la vida el reflejo del cielo. Y en nosotros, su rostro.
«Vino al mundo la luz verdadera que ilumina a
todo hombre», sin excepción. «La luz brilla en las tinieblas, pero estas
no la han vencido». Repitámoslo a nosotros mismos y a los demás, en
este mundo duro: las tinieblas no vencen. Nunca.
«Vino a los suyos, pero los suyos no lo
recibieron». 
A Dios no se le merece, se le acoge. Haciéndole
espacio en ti, como una mujer hace espacio al pequeño hijo que crece en su vientre.
Después de la suya, ahora es el momento de mi Navidad:
Jesús nace para que yo nazca, nuevo y diferente. Nos corresponde a nosotros caminar y buscar detrás
de una estrella, como los Reyes Magos.
 Y también dar
las gracias a quienes nos han ayudado a viajar hacia Dios, a quienes han sido
para nosotros una estrella: tal
vez un libro, un amigo, una madre... incluso un presbítero.
«Y la vida era la luz». ¿Buscas
la luz? Ama la vida, cuídala, hazla florecer. Ámala, con sus torbellinos y sus
tormentas, pero también con su sol y sus flores recién nacidas, en todos los
Belenes del mundo.
¡Ámala! Ama la vida. Ama cada vida. Es la tienda del
Verbo, el santuario que está entre nosotros.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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