Un cordero que trae la ternura divina - Juan 1, 29-34 -
Juan, al ver venir a Jesús... Poder tener, como él,
ojos de profeta, y sé que no es imposible porque hay una pizca de profeta en
los recovecos de toda existencia humana.
Ver a Jesús mientras viene, eternamente caminando a lo
largo del río de los días, cargado de toda la lejanía; mientras viene en los
ojos de los hermanos asesinados como corderos; mientras viene a lo largo de la
frontera entre el bien y el mal, donde se juega tu destino y, en ti, el destino
del mundo.
Verlo venir - como se nos ha concedido en Navidad -
peregrino de la eternidad, en el polvo de nuestros caminos, esparcido por toda
la tierra, buscador del amor dentro del campamento humano, de donde nunca se
irá.
He aquí el cordero, el pequeño del rebaño, el último
nacido que aún necesita a su madre y se confía al pastor, que quiere crecer con
nosotros y entre nosotros.
No es el «león de Judá», que viene a castigar a los
malvados y a los prepotentes, sino un pequeño Dios que no puede ni quiere
asustar a nadie; que no se impone, sino que se propone y solo pide ser acogido.
Acogido
como el relato de la ternura de Dios.
Viene y trae la revolución de la ternura, trae otra
forma posible de habitar la tierra, viviendo una vida libre de engaño y
violencia. Amaos los unos a los otros, dirá, porque si no, os destruiréis; ahí
está todo el Evangelio.
He aquí el cordero, indefenso y más fuerte que todos
los Herodes de la tierra. Un
desafío abierto a la violencia, a su lógica, al desamor que es la raíz de todo
pecado.
Viene el Cordero de Dios, y trae mucho más que el
perdón, trae consigo mismo: Dios en la carne, el cromosoma divino en nuestro
ADN, su corazón dentro de nuestro corazón, aliento dentro del aliento, para
siempre. Y quita el pecado del mundo.
El verbo está declinado en presente: he
aquí a Aquel que, incansablemente, infaliblemente, día tras día, sigue quitando,
ahora mismo, el mal del hombre.
¿Y cómo quita el mal? ¿Con amenazas y castigos? No,
sino con el mismo método vital y positivo con el que obra en la creación.
Para vencer la oscuridad de la noche, Dios comienza a
soplar sobre la luz del día; para vencer el frío, enciende su sol; para vencer
la estepa, siembra millones de semillas; para vencer la cizaña del campo, cuida
el buen grano; para demoler la mentira, Él pasa libre, desarmado, amoroso entre
las criaturas.
El pecado es quitado: en el Evangelio, el pecado está
presente y, sin embargo, está ausente. Jesús solo habla de él para decirnos:
¡está eliminado, siempre es perdonable!
Y, como Él, el discípulo no condena, sino que anuncia
a un Dios que se olvida de sí mismo por una oveja perdida, un niño, una
adúltera... Que muere por ellos y los catapultará a todos en su resurrección.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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