jueves, 9 de octubre de 2025

Las tinieblas de la indiferencia.

Las tinieblas de la indiferencia

Dentro de nuestro «primer mundo», de nuestras sociedades tecnológicas y consumistas, la producción y el consumo de imágenes es continuo e insistente. 

Esta insistencia ha producido una especie de tranquila adicción: al igual que ya no nos cuestionamos el consumo y, sobre todo, el consumismo, de la misma manera consideramos la imagen, cualquier imagen, como una realidad totalmente obvia y, en el fondo, no problemática. 

El uso y abuso de las imágenes —al igual que, precisamente, el consumo y el consumismo— se viven como una especie de efecto secundario inevitable, y para algunos incluso agradable, de nuestro estilo de vida. 

Este es un error que solo puede evitarse si no dejamos de cuestionar la naturaleza de la imagen y el vínculo que cada uno de nosotros mantiene con ella. 

¿Qué es la imagen? Es lo que corresponde a una mirada. La imagen es el fruto de una mirada; por lo tanto, la cuestión que siempre la acompaña remite de manera esencial a la cuestión relativa a la naturaleza misma de la mirada. 

Pero ¿qué es una mirada? 

Es la luz con la que el hombre ilumina y se encuentra con la realidad que se le presenta, y esa realidad solo se presenta dentro de la luz, es decir, de la mirada, que la solicita, la ilumina y se encuentra con ella. El sujeto humano, de hecho, no solo está iluminado, como cualquier otro objeto, sino que él mismo es iluminación, luz que ilumina, y esta luz es, precisamente, la de su mirada que ilumina avanzando hacia la realidad que avanza. 

Desde este punto de vista, la mirada, en cuanto luz que ilumina, en cuanto iluminación humana, debe interpretarse según el modo de ser, no de la impresión, sino más bien de la expresión: al iluminar esto y aquello, también expresa, manifiesta y significa el modo de ser de quien mira. 

Mirar no es ver. Como se ha subrayado en muchos lugares, la raíz del término «mirar» «no designa originalmente el acto de ver, sino más bien la espera, la preocupación, la vigilancia, el respeto, la salvaguarda. 

La relación que establece la mirada es una respuesta y, como tal, se distingue de la reacción que caracteriza al ver

Responder no es reaccionar; de hecho, se puede ver, el propio ojo puede reaccionar correctamente a los estímulos luminosos que le llegan,..., sin mirar, sin prestar atención a lo que se manifiesta y se aproxima; del mismo modo, se puede ser ciego o estar en la oscuridad y, al mismo tiempo, mirar, prestando atención a los olores o los sonidos y, al hacerlo, cuidando el entorno en el que se encuentra y a los demás que lo habitan. 

Hay una indiferencia y una falta de atención que son mucho más tenebrosas que cualquier ceguera y más oscuras que cualquier oscuridad. 

La oscuridad, de hecho, pertenece a la falta de respuesta, o también donde ya no hay respuesta —suponiendo que algo así sea posible— reina la oscuridad. 

Nicolás Malebranche afirmaba que «la atención es la oración natural del hombre»; de hecho, no basta con que la luz venga y brille, es necesario también ir a su encuentro y prestarle atención, es necesario también acogerla cuidando de su resplandor. 

Ha sucedido y sigue sucediendo: «la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han acogido» (Jn, 1, 5). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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