Corazón sacerdotal
Jesús vivió toda su existencia mesiánica como signo de una grande misericordia que debe ser anunciada y realizada. Misericordia es el nombre completo del misterio trinitario, y es también el nombre relevante para indicar "aquel de la Trinidad" que se encarnó, reveló el misterio de la Santísima Trinidad, manifestó, en una profecía sustancialmente cumplida, la vocación salvífica y el destino de gloria que Dios ha reservado al hombre.
Éste es el sentido global de la identificación que Cristo, en la sinagoga de Nazaret, establece entre sí y el Mesías liberador anunciado por Isaías (cf. Lc 4,14).
La manifestación de la caridad misericordiosa por parte de Cristo tiene su inicio en la encarnación y su culmen en la cruz, en el misterio de la "hora", cuando Jesús se expresa de la mejor manera en términos de misericordia: muestra su misericordia filial hacia el Padre y su misericordia fraternal hacia los hombres en grado sumo.
En su pecho late un "corazón sacerdotal" que tiene un doble ritmo: un latido por el Padre y por los hombres. «Cristo Jesús, Hijo unigénito del Padre eterno» (cf. Jn 1,18), «constituido heredero de todo» (Heb 1,2), es el sumo y eterno Sacerdote (cf. Heb 5,15) que él sabe compadecerse de nuestras debilidades en su Divino Corazón, habiendo sido probado en todo excepto en el pecado (cf. Heb 4,15): podemos, por tanto, acercarnos a Dios como a un trono de gracia para alcanzar misericordia y encontrar la gracia y ser ayudados en el momento adecuado (cf. Heb 5,16).
El "corazón sacerdotal" del Divino Maestro tiene, pues, fundamentalmente dos cualidades: se define como "misericordioso" para con los hermanos y "digno de fe" en las relaciones con Dios (cf. Heb 2, 17)".
Pero, ¿cómo es el «corazón sacerdotal» de Jesús en el "mientras tanto" pascual, cuando ese corazón se presenta como un "templo", un espacio necesario para el acto litúrgico, hasta el punto que Pablo VI afirma que es «el origen y el comienzo de la sagrada liturgia"? Cristo, con los acontecimientos de la Pascua, inauguró el nuevo Altar, el nuevo Sacerdocio, la nueva Víctima, en una palabra, el nuevo Templo: en él, corazón sacerdotal, todo está unificado en su persona. Inaugura el nuevo culto espiritual con su muerte. El Corazón del Salvador es, pues, el Templo nuevo y eterno (cf. Jn 2,19-21; Ap 21,22) que, con su muerte y resurrección, restablece la amistad rota por el pecado de Adán.
Jesús llega a la cruz ya con el corazón probado por la pasión; su corazón sufriente conoce todas las etapas de la pasión y queda impresionado por ella:
* es un "corazón agonizante": en el huerto de los olivos sufre la percepción del abandono del Padre (cf. Juan 26,39), el beso ardiente de Judas (cf. Lucas 22,47-53), el sentimiento de angustia y de soledad que le hace sudar sangre (cf. Lc 22,44);
* es un "corazón juzgado": experimenta el dolor causado por la refinada arrogancia religiosa (cf. Juan 18, 20-21);
* es un "corazón interrogado": sufre el insulto de ser juzgado por un juez vil (Poncio Pilato) (cf. Juan 18,37), por un juez ingrato (el pueblo), que grita "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" (Mc 15,13-14), por soldados que lo tratan como a un rey en broma, burlándose de él (cf. Lc 18,31-32);
* es un "corazón crucificado": es el corazón desgarrado por la muerte, que crea su propio paradigma de amor verdadero: "Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por los amigos" (Jn 15.13).
Habiendo abierto nuestros corazones, la profecía de Juan aún perdura: «Pero cuando llegaron a Jesús, y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le golpeó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. » (Juan 19,33-34).
El último gesto de una ejecución romana tiene lugar en el Gólgota: la verificación de la muerte del condenado. Así también se podría decir de Jesús: sí, está verdaderamente muerto. Jesús murió antes que los dos crucificados con él.
Por tanto, el golpe de lanza no es un sufrimiento nuevo para él. Es más bien el signo del don total que Él hizo de sí mismo, un signo grabado en su propia carne con la apertura de su corazón, una manifestación simbólica de aquel amor por el cual Jesús lo dio todo y seguirá ofreciéndose a todos.
Es un signo que perdurará hasta el Cielo: Juan -el único entre los evangelistas- enseña que las llagas del Crucificado, entre las que se encuentra la del corazón desgarrado (cf. Juan 20,20.25.27), no desaparecerán sino que estarán también allí en el Cielo: serán las llagas del "Cordero inmolado y en pie" (Ap 1,7; 5,6). En su muerte Jesús se reveló hasta el fin.
El corazón traspasado es su último testimonio. Jesús en la cruz nos amó con un amor inconmensurable, abriendo de par en par su corazón (ver Ef 2,4.7; 3,19). El apóstol Juan, al pie de la cruz, lo entendió bien.
A lo largo de los siglos, otros discípulos de Cristo y maestros de la fe lo han comprendido. En la tradición teológica y litúrgica de la Iglesia, el Corazón de Cristo, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Juan 19, 34), es considerado como epifanía del amor de Dios, como "símbolo e imagen transparente de la caridad infinita de Jesucristo" por el hombre, que nos amó, a todos y cada uno, con "corazón humano", sin dejar nunca de amarnos con "corazón divino".
Sin embargo, el cristianismo sigue siendo una religión nada fácil lo que evita el malentendido de una presentación permisiva y simplificada de sí misma. Después de todo, ¿cómo sería un cristianismo sentimental, sin la cruz? Quedaría muy poco.
El cristianismo es la religión del corazón, porque es la religión de un Dios de corazones.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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