El barco de la Iglesia
El viaje del apóstol Pablo a Roma, a través del Mediterráneo (Hechos 27), ofrece desde mi punto de vista una provocativa metáfora de la experiencia eclesial actual. De hecho, muchas veces la Escritura y la Tradición nos han invitado a releer la experiencia de la Iglesia a través de la sugerente imagen de un 'barco'. Tomando en consideración esta analogía, intentemos ver qué pasó con el barco que llevó al apóstol Pablo a Roma y qué decisiones tomó la tripulación para alcanzar la salvación.
Es un viaje caracterizado desde el inicio por signos evidentes de dificultad: 'vientos en contra', 'lentitud', 'imposibilidades', 'peligros', ... Como en todo viaje, variables y acontecimientos inesperados pueden cambiar los planes en impredecibles y requieren flexibilidad y capacidad para afrontar lo inesperado.
De hecho, en el caso del viaje paulino, la imprevisibilidad adquiere contornos dramáticos, colocando al barco y a su tripulación en una situación de emergencia, en medio de una tormenta que parece persistir en su intensidad y no tener salida. El barco queda "a la deriva" y en ese momento se hacen apropiadas algunas elecciones por parte de la tripulación que van en la dirección de aligerarlo.
Debido al 'esfuerzo por mantener el control', se baja el 'lastre'. Luego la 'carga' es arrojada al mar. Al tercer día, el "equipo del barco" se arroja al agua "con las propias manos". Todo esto arroja a la propia tripulación a una situación de desesperación, hasta el punto de que "toda esperanza de salvación parece perdida".
Precisamente en esta situación de profunda crisis el apóstol Pablo recibe una buena noticia de un ángel: 'el barco se perderá, pero no habrá pérdida de vidas humanas'. Así, una vez más, tras los tormentosos acontecimientos, la tripulación echa las anclas, el bote salvavidas, incluso la carga de alimentos que les permitió comer en el mar - después de dar gracias y compartir un pan partido - y, finalmente, estrellar contra una roca. La popa del barco se desmorona y la tripulación llega a la tan deseada costa sobre los restos del barco y todos se salvan.
Me gusta pensar que este barco representa la forma visible y social (institucional) de la Iglesia, que en medio de las tormentas del tiempo actual literalmente 'se desmorona', perdiendo pedazos y luego rompiéndose en las rocas. Me gusta señalar que la sabiduría de los marineros les lleva a favorecer este progresivo aligeramiento del barco e incluso a desechar elementos considerados - en tiempos de navegación normal - indispensables, como por ejemplo el bote salvavidas, víveres, anclas, ... ¡¡¡Esto es para promover la seguridad de la tripulación que no corresponde, en tiempos difíciles y tormentosos, a la seguridad del barco!!! Concentrarse en este último objetivo habría provocado la pérdida de vidas de la tripulación. Y en cambio, el mismo viento del Espíritu empujó el barco en medio de la tormenta y llevó a la tripulación a un lugar seguro a través de los restos del barco.
¿Y si ese fuera el caso también hoy? Muchas veces la intervención divina en la historia de la salvación ha roto las formas históricas asumidas por la institución religiosa para salvar la vida de las personas. Espero entonces que la tormenta del actual cambio de era encuentre buenos navegantes y tripulaciones dispuestas a tirar lo superfluo, favoreciendo los aligeramientos y evitando naufragios en alta mar. Espero que los marineros que desembarquen en las inexploradas costas de la salvación sobre los restos de este barco puedan encontrar nuevas energías y poderosos impulsos espirituales para buscar y trazar nuevos caminos hacia la salvación.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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