jueves, 16 de enero de 2025

Hacia un encuentro más ecuménico.

 Hacia un encuentro más ecuménico 

Es lo que siempre queda, después de un encuentro con realidades similares a nosotros en la raíz pero diferentes en sus evoluciones y en las transformaciones subjetivas que inevitablemente siguen. Pequeños fragmentos de una historia para llevarnos con nosotros de todos modos, porque son importantes, porque son particulares, cada uno de ellos una expresión de ese algo único y precioso que recordar de vez en cuando, así como día tras día. Son aspectos de la vida de cada uno que se han transformado en resultados de experiencias compartidas, comunes a Iglesias hermanas, a comunidades de creyentes unidos en la unicidad del Señor. Son experiencias de caminar por los caminos del mismo Evangelio. 

Es la intensidad de un encuentro lo que hace una historia. Positivos o negativos, tanto que luego se instalan en lo más profundo de una memoria comunitaria compartida, en cada camino eclesial hay acontecimientos transformadores que cuentan la belleza de opciones y acciones marcadas por la plena consonancia de muchos con la voz del espíritu del Resucitado. Por el contrario, con cuánta tristeza otras veces nos encontramos frente a historias de relaciones comunitarias lamentablemente marcadas por momentos críticos de duro enfrentamiento; son esos tristes acontecimientos que, al final, han dañado para siempre las relaciones interpersonales y han dificultado las elecciones de futuro, poco iluminadoras de la fraternidad, siempre entre Iglesias hermanas. 

¿Qué hacer entonces? Si la tentación podría ser permanecer inmóvil, estancado en el punto ecuménico laboriosamente alcanzado hasta ahora, sólo para no hacer más daño, precisamente porque todo conduce a vivir bien estos momentos de historia compartida, de recuerdos y experiencias no sólo de un tiempo sino de algo palpitante para este presente y para un futuro inevitable: es fuerte e inquebrantable la convicción de que siempre hay vida evangélica incluso en este pasaje histórico, en este cambio de época. 

Sin embargo, si nos quedamos estancados en lo que no estamos bien, al final seremos cómplices de nuestro dolor y del de los demás. Todo talento, incluso el más delicado y original de la propia fuerza de liberación de cualquier manipulación, debe ser siempre facilitado. Lo mismo ocurre con el don recibido del encuentro entre personas y comunidades, que en la sencillez de una sonrisa encuentra el sentido de toda una vida de fe, esperanza y amor. 

Verdaderamente grande es esa experiencia de la Iglesia que camina sin pisotear a los demás, porque ninguna realidad o persona entra en vano en la vida de los demás. Todos y cada uno se descubren don o prueba para los demás, en todo caso paso del Espíritu Santo para edificación y santificación de todos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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