Elogio de los anónimos y del anonimato
Me llaman la atención aquellos que en el Evangelio sólo se mencionan, sólo se nombran y ocupan tan poco espacio en el texto que parecen insignificantes y casi accesorios. Me llaman la atención quizás porque me parece más fácil captar su mirada y su punto de vista que parece lejano, pero al mismo tiempo cercano.
He aprendido con el tiempo y con la experiencia que incluso cosas aparentemente opuestas -amor y odio, distancia y cercanía- pueden encontrar una síntesis dentro de mí y luego encontrar su justa compaginación.
«Cuando se lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene que volvía del campo y le pusieron encima la cruz para que la llevara tras Jesús» (Lc 23, 26).
En uno de los vía crucis conmueve esta palabra: "una tal Simón". La gramática usa "un cierto", "un tal" para aludir a alguien que no está exactamente definido, que no se conoce con precisión. Un tal Simón se encontró de repente cargando con una carga que él no había elegido. Lo detuvieron y le pusieron sobre los hombros la cruz de un hombre que no sabemos si lo conocía o no. Tal vez había oído hablar de él, tal vez había oído hablar de milagros y curaciones, tal vez había oído hablar de él, pero eso no lo sabemos. Lo que sabemos es que en algún momento su vida toma un rumbo diferente.
“Un tal”, uno entre muchos, uno que regresaba de su trabajo. Sobre él se coloca la cruz. No era sólo él en ese camino, imaginamos que había muchas otras personas, muchos curiosos o muchos que hasta ese momento habían seguido a Jesús porque Él, hasta hace poco, les había quitado el dolor, o les había dado de comer, les había ofrecido una palabra de perdón. Simón, que quizás ni siquiera se había beneficiado directamente de su bondad, debe llevar sobre sus hombros algo pesado que él no había elegido y del que no es responsable.
Sin embargo, la vida es así, lo sabemos bien, a veces también nosotros nos detenemos al regresar de nuestros "campos" y se nos pone sobre nosotros la cruz que no elegimos y que no hemos provocado. Podemos iniciar el proceso de las preguntas que nos hacemos en esos momentos en los que estamos solos y cuando nadie nos ve: haciendo la cola en el coche, haciendo la cola en el supermercado o mientras medio dormidos nos cepillamos los dientes. "¿Pero por qué yo?"; “¿Pero por qué tengo que sentirme tan mal?”; “Yo, que siempre me he portado bien, ahora tengo que sufrir esta injusticia”. Estas preguntas no tienen respuesta y quedan en el aire hasta que el tráfico se libera y luego podemos volver al presente y pisar el acelerador, hasta que el dependiente nos indica que es nuestro turno y hasta que nos damos cuenta de que el agua en el fregadero ha estado funcionando durante demasiado tiempo. Luego volvemos a nuestra vida normal que parece llena de baches, a esa cruz que nos obligaron a llevar y de la que con gusto prescindiríamos.
Se llevaron a un cierto Simón. La clave para mí, y estoy convencido de ello, está, al menos en este momento de mi vida, en estas dos pequeñas palabras. Podrían haber detenido a "un tal" Felipe o "un tal Santiago" o "un tal...", pero en lugar de eso detuvieron a "un tal Simón". En lugar de Simón me gustaría poner mi nombre y decir: "un tal Joseba" y cada uno de nosotros podríamos hacer la misma operación poniendo nuestro propio nombre e historia.
Simón, Joseba, Felipe, Santiago. No importa y no me importa, no porque la cruz que llevamos no sea pesada, sino porque por una vez no nos ponemos en el centro de la escena. Por una vez, al menos una vez, la vida nos da la posibilidad de no ser los primeros, de no ser performativos y estar en el centro de todo. Por una vez estamos en los márgenes de la escena, solo ocupamos una línea de la página y poca tinta, por una vez no estamos en las pantallas. Por una vez somos simplemente: “un cierto…”.
Podría haberte pasado a ti, podría haberme pasado a mí. En cambio le sucedió a Simón que tuvo que llevarla detrás de Jesús. Me parece muy interesante estar "detrás" de Jesús quien en uno de los momentos más intensos le dijo a su amigo Pedro que se sentía decidido y dispuesto a afrontar todo: "Ponte detrás de mí, Satanás" (Mc 8, 33).
Simón debe estar detrás con la cruz de Jesús, yo debo estar detrás y todos también estamos invitados a estar detrás de Él llevando esa cruz que, al final, no es nuestra, pero es siempre suya.
No tengo recetas para nadie, porque cada uno de nosotros, dolorosamente y con dificultad, al regresar de nuestros campos, nos vemos obligados a llevar esa pesada cruz que no elegimos.
Ya no volveremos a encontrarnos con Simón porque es un personaje casi anónimo al que la pluma del evangelista sólo ha mencionado… casi como de pasada.
Dentro de esta historia de salvación que muchas veces no comprendemos del todo hay lugar para "determinadas" personas que cargan cada día su cruz y que, por una vez, no tienen que brillar en las pantallas, sino que aparecen sólo durante una línea del Evangelio. Por una vez pueden estar detrás de Jesús cargando Su Cruz.
Simón de Cirene no sabía lo que iba a suceder a continuación, simplemente se dejó llevar e hizo lo que se le pidió hacer, realizando un trozo de un camino que pasó a la historia.
Y ahora que escribo esto… de un cierto Simón… de un tal Simón, casi de manera instantánea he vuelto mi mirada al Jesús que tengo en mi escritorio y he recordado aquellas palabras “se despojó de su rango… pasando por uno de tantos…, actuando como un hombre cualquiera” (Flp 2, 7).
Felices los no egocéntricos histriónicos que buscan compulsivamente la atención y el centro del escenario. Dichos los que no pretenden su propio protagonismo sino que cooperan calladamente, sin hablar, sin pronunciar, siendo actores secundarios en la historia de la salvación.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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