lunes, 20 de enero de 2025

Elogio de los gestos desmesurados.

Elogio de los gestos desmesurados 

Toda la casa se llenó del aroma de aquel perfume”… Cierro la luz de la mesilla de noche, y después de leer el pasaje de este Evangelio que abre lo que llamamos la Semana Santa y pienso en este momento vivido por Jesús unos días antes de su muerte. Otro banquete, una invitación a cenar en casa de un amigo. La historia, sin embargo, no se centra en la mesa, aún no ha llegado el día para centrarse en una cena. 

En este relato evangélico, la Palabra cae inmediatamente al suelo, debajo de la mesa. Hay una mujer que se arrodilla a los pies de Jesús, literalmente acurrucada, llorando - dice uno de los evangelistas - y con sus lágrimas moja esos pies, los lava del polvo y luego los acaricia y los seca con sus largos cabellos. Y todavía no es suficiente, no para... quiere ungirlos y masajearlos, rociándolos con un ungüento muy fragante, aceite de nardo, precioso y muy caro. Utiliza todo lo que tenía, incluso rompiendo la botella que lo contenía para no dejar ni una gota en su interior. 

Ni una gota desperdiciada... 

Una gota habría bastado para ungir y perfumar... no, piensa, todo. No se reserva nada. 

Todo mi perfume para ti, Jesús Todo. Perfume en exceso, en abundancia. 

Un gesto loco. 

Demasiado, piensan los comensales molestos, escandalizados por este vertido exagerado, por esta intimidad audaz. Empiezan a medir. Juzgan el exceso, el desperdicio. Juzgan la pasión sin ver el amor y provocan una vez más la reacción de Jesús. 

Un gesto sin límites, sobreabundante y gratuito. Es un aceite extendido y untado con toda el alma, es más, con toda ella misma, con todo su ser, manos y cabellos. Un deseo de amor espontáneo y límpido, sin carga, sin miedo y sin vergüenza. 

El amor es así: Alma y Cuerpo unidos en entregarse, en servir, en hacer sentir bien a quienes amas. Más allá de cualquier esfuerzo, más allá de los límites a veces, sin pedir nunca la cuenta, sin hablar demasiado. 

Solo por amor. 

Jesús ve el corazón, conoce el verdadero amor de esa mujer y se deja tocar, se deja amar. Ahora es el momento de la cercanía, de percibir y saber dar todo lo que tienes dentro, lo que estás viviendo con el Señor Jesús. 

Porque ama mucho”, les dice a sus invitados. La medida de Jesús está aquí mismo, en el amor desbordante. Y Jesús lo conoce, lo sabe. 

Jesús sale, acoge, libera. 

Pero mientras tanto, ese olor se esparce por el aire y llena toda la casa, dice Juan. No se queda abajo, a los pies de Jesús, se eleva alto, lo impregna todo, deja que esa maravillosa declaración de amor no se desvanezca, sino que invada los corazones, infecte las almas de los escépticos y de las almas contenidas. Este gesto de amor de Jesús lo eleva a una dignidad extraordinaria. Incluso algo tan efímero, quizás inútil e innecesario como un perfume, cobra un valor muy alto en esta página del Evangelio. El perfume en sí nunca es necesario, sin embargo es lo que nos avisa de que hay algo bueno o bello. Y el perfume queda suspendido en el aire. 

Hueles bien” nos gusta decir mientras abrazamos a alguien cuando le vemos feliz, cuando sabemos que se siente amado. 

Y es ese tipo de perfume el que hay allí... 

Siempre me encuentro mucho en esta mujer. Todos mis esfuerzos son un regalo, cada lágrima es como una gota de nardo porque sé que de alguna manera contagiará el amor con el que trato de hacer todo y lo que tengo dentro. Dejar un rastro... es lo que me gustaría que hiciera mi vida. Estela perfumada, que sabe del bien que vivo, que respiro y quiero proteger y dar. 

Cada una de nuestras vidas es un tarro de nardo, que no conviene mantener cerrado por miedo a desperdiciarlo. Hay que utilizarla, esparcirla gota a gota, darse en abundancia, encontrándose a veces incluso en arrebatos imprevisibles y fuera de todo cálculo. Allí, allí mismo, se romperán todos los frascos de nuestros cierres, de las inseguridades y los miedos, de nuestras vidas insípidas e inodoras. 

Y Jesús recogerá amor, sólo amor y lo derramará en nuestros corazones de una manera nueva. Él mismo será vaso rebosante y roto para todos nosotros, gotas de amor y gotas de dolor, de alma y de cuerpo, dadas sin medida… “hasta el extremo”. 

Un aroma, auténtico y sin precedentes, de pasión. 

Habrá entonces un nuevo tiempo, un tiempo en el que dulcemente le dirá a esa misma mujer "noli me tangere", no me toques, o mejor dicho, no me abraces, no me retengas. Jesús resucitado la conducirá de la mano hacia un Amor liberado, lejos de la corporeidad, pero profundamente arraigado en ella, y que soltará una vez más un nuevo aroma a su alrededor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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