Quo vadis, Ecclesia?
El año 2020 el teólogo católico y profesor de teología dogmática alemán Gisbert Greshake ha publicado el libro "¿Iglesia a dónde vas?". El estudio, como sugiere el título, intenta comprender la crisis que atraviesa la Iglesia. Está surgiendo una situación cultural en muchos sentidos extraña. El autor observa que en el pasado el hereje se sentía tener explicar por qué dejó la Iglesia. Hoy el creyente tiene el deber de explicar por qué permanece en la Iglesia. Por eso, la tradición consideraba natural permanecer en la Iglesia.
Está llegando a su fin lo que el autor define como una "Iglesia de la masa", es decir, una Iglesia mayoritaria, fuertemente vinculada a la sociedad y que ha contribuido al mantenimiento de la propia sociedad y al desarrollo de una cultura común compartida. El proceso se inició, según el autor, ya en los primeros siglos de la Iglesia y especialmente a partir del siglo IV.
Son interesantes las razones dadas por el autor para explicar la adhesión masiva a la Iglesia. Existen principalmente tres:
1.- La oferta de una esperanza razonable y no engañosa para el más allá. La religión cristiana apareció como una religión capaz de liberar de "lo corruptible y de la muerte";
2.- La contribución activa a actuar como punto de referencia respecto de la sociedad antigua en violenta disolución, especialmente bajo la presión de las invasiones bárbaras;
3.- Una red benéfica amplia y activa de ayuda solidaria en todos los sentidos a los pobres.
Estas tres razones ejercieron una enorme atracción y contribuyeron al nacimiento de la "Iglesia de la masa".
Interesantes estas razones que hasta podrían representar todavía un elemento atractivo para la Iglesia de hoy. Pero con algunos "peros" importantes.
El ser humano moderno, como el antiguo, tiene hambre de significado frente al sinsentido de la muerte. Pero no basta con decirle que iremos al cielo o al infierno. Lo nuevo debe ser reinterpretado y me parece que es necesario sobre todo pasar de la descripción de lugares fantásticos del "más allá" a la respuesta a las expectativas más profundas del ser humano. Se suele decir que los temas de la muerte, el infierno y el paraíso han desaparecido de la predicación eclesial. Desaparecieron y nunca reaparecieron o, para no ser demasiado pesimistas, luchan por reaparecer como discursos no ingenuos para el hombre desencantado de hoy.
En cuanto a la caridad, podemos decir que se parecerá cada vez más a la antigua: una caridad fuerte para relativamente pocos. En la Roma del siglo III, los cristianos constituían menos del cinco por ciento (los habitantes de Roma superaban el millón). Pero por cada 1.500 cristianos había un pobre a quien acompañar. Los cristianos eran pocos. Los pobres -en comparación con los cristianos- eran muchos.
Sólo una indicación que nos llega de la historia antigua de la Iglesia. Pero también provocativo para la Iglesia de hoy.
Dado que el cristianismo ha dejado de ser un cristianismo tradicional y hereditario para convertirse en "un cristianismo de libre elección", "la Iglesia del futuro será una minoría, y presumiblemente una minoría bastante pequeña": situación, esta, para ser considerado, según ya afirmó Karl Rahner en 1959, "incluso como un imperativo histórico de salvación".
Quizás los tiempos que vivimos, caracterizados por el fin del cristianismo de masas, puedan compararse con la metáfora bíblica (Dt 8,2) de la intención de Dios de "conducir a su pueblo de regreso al desierto". Me da la sensación de que solamente una revitalización de la fe en el sentido original y plenamente bíblico puede dar a la Iglesia un nuevo futuro. Lo que significa, al mismo tiempo, que el centro espiritual más evangélico de la Iglesia debe emerger con mucha más fuerza y realizarse.
Esbozar y hacer florecer, en una perspectiva real-utópica, una nueva forma de Iglesia capaz de ofrecer respuestas convincentes a las preguntas de los hombres y mujeres de nuestro Occidente posmoderno. Donde el término "utopía real" -que no debe considerarse como ensoñaciones imaginarias o visiones con connotaciones emocionales- presenta cierta proximidad con el concepto de utopía concreta y también con el concepto de ideal histórico concreto y alcanzable.
Mirar a la Iglesia desde una perspectiva real-utópica significa garantizar que el ser Iglesia y la experiencia cristiana estén orientados no a preservar a priori el pasado que nos ha sido legado, sino a imaginar el futuro preconfigurado en orientaciones, tendencias y anticipaciones ya experimentadas o experimentables en el presente.
Y creo que en este proceso la Iglesia ha de plantearse volver de nuevo a las simples afirmaciones de fe de la Sagrada Escritura y de los primeros siglos que se expresaban de manera sencilla. La expresión de la fe de la futura Iglesia será variada y viva, como ya lo fue en el Nuevo Testamento y en los primeros siglos. Y será decisiva la línea clara de la profesión central de fe, que gira en torno al Dios uno y trino, la salvación en Cristo, la obra del Espíritu y la esperanza común en la vida eterna. Todas las demás verdades… tanto en cuanto.
Estoy leyendo y estudiando el recientemente publicado Instrumentum laboris sobre cómo ser una Iglesia sinodal misionera y para la segunda sesión del XVI Sínodo de los Obispos que tendrá lugar, Dios mediante, en octubre de este año 2024.
La imagen del camino itinerante y peregrino que para mí una de las imágenes más evocadoras de lo que es la sinodalidad me invita a pensar en una Iglesia del futuro más caracterizada:
· * por las relaciones interpersonales fiables, hermosas, es decir, coherentes, verdaderas, que tienen duración y futuro porque están sustentadas en la promesa y el acompañamiento de Dios,
· * por la frugalidad y sencillez que hace que una comunidad sea hermosa, dotada de una fuerza de atracción, porque no vive de su propia eficacia, sino que recibe su luz del esplendor del Resucitado y su impronta de la belleza de Cristo y de su Evangelio,
· * por la libertad, espontaneidad, novedad, que ya no estará legitimadas jerárquicamente desde arriba sino de la libre iniciativa desde abajo,
· * por la dinamicidad, frescura, variedad, vivacidad,…, espirituales y carismáticas que tienen todos los movimientos antes de convertirse en organizaciones rígidas.
Una Iglesia, en una palabra, que sabe que el régimen de cristiandad nunca fue la tierra de promisión, y que no es tanto el lugar de celebración sino del camino itinerante y peregrino, del sínodo, del caminar juntos. Y es que para ese caminar sinodal necesitamos de una creatividad e inventiva más ligera de equipaje y de ropaje para crear dinámicas y estructuras caracterizadas sinodalmente y que den cuerpo a emociones, intuiciones, sueños.
Francisco, nuestro hermano mayor en la fe peregrina, si hoy cuestionamos, esperemos que con razón, las antiguas estructuras de poder de la Iglesia, su clericalismo y autoritarismo, la sacralización de los ministros y los vetos de los laicos, y queremos comenzar a buscar una nueva dirección, entonces también el papado no puede quedar excluido de esta renovación ya que en la configuración de ese papado se concentran y personifican simbólicamente no las mejores prácticas de autoritarismo, clericalismo, centralismo, sacralización.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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