lunes, 20 de enero de 2025

Santa María asunta.

Santa María asunta

La Fiesta de la Asunción, una vez más -en este tiempo para todos tan frágil, entre pasado y futuro, en medio de caminos desconocidos-, interpela a los cristianos con la invitación a mirar el rostro y la vida de María, a la luz de la comunión definitiva de su vida con la Vida del Hijo. 

La primera y la tercera lecturas que escuchamos en la Liturgia de la Palabra nos ayudan a penetrar en el sentido de esta fiesta, y juntas recuerdan dos enseñanzas fundamentales: una nos recuerda el carácter conflictivo de nuestro camino de fe, y la otra amplía los horizontes de nuestra oración. 

En el pasaje del Apocalipsis de San Juan -con un fresco dramático y convincente, lleno de símbolos misteriosos- se describe la lucha cósmica que se desarrolla en la historia: la mujer representa al pueblo de Dios que se enfrenta al drama de una historia marcada por el pecado y el rechazo de la trascendencia. El dragón, la antigua serpiente, es signo de violencia, de muerte, símbolo de todas las fuerzas del mal. 

Según la tradición patrística, desde los tiempos de San Agustín, en María contemplamos también el icono y el modelo de la Iglesia -y de todo creyente- que llega a la victoria a través de los llamados "dolores de parto", es decir, a través de la lucha incesante contra las fuerzas hostiles, contra la mentira y el engaño, pasando también por la persecución y el martirio. 

Esta página bíblica nos enseña que la existencia cristiana no es un simple itinerario que va de luz en luz, sino que es un choque incesante entre tinieblas y luz, entre mundanidad y valores evangélicos, entre egoísmo y entrega, entre venganza y perdón, entre violencia y mansedumbre; ninguna prueba se le ahorra a quien vive el Evangelio. 

Pero quien confía en Dios saldrá victorioso. En este sábado santo del tiempo, la Virgen nos sostiene en la difícil aventura de la fe; nos ayuda a contrarrestar las fuerzas que intentan oponerse a la ley de la Cruz y a la lógica del Reino, que sabe sacar el bien del mal; nos consuela en el compromiso cotidiano del testimonio y de la caridad; nos protege y nos infunde esperanza cierta en la victoria final. 

El texto evangélico nos ofrece una segunda lección. A las inspiradas palabras de Isabel proclamando a María bienaventurada por haber creído, ella responde con el Magnificat. María ama a Dios con un gran amor y lo "magnifica", es decir, quiere que su grandeza sea plenamente reconocida y proclamada, porque Dios la ha colmado de gracia, se ha inclinado sobre ella. Y exulta, es decir, salta de alegría, baila, alaba a Dios como Señor y Salvador. En su canto, María alaba al Señor de la historia, que sabe confundir los planes de los poderosos y anular la escala de valores en la que se inspiran los llamados poderosos. María nos transmite así un segundo mensaje precioso de esta fiesta: el de la primacía de la alabanza en nuestra vida. 

Dirijamos, pues, nuestra invocación a la Asunción que, con la santidad radical de su vida, es la primicia del mundo nuevo, es nuestra tierra prometida. 

Oh María, Madre de la fe, que te dejaste poseer totalmente por Dios, ruega por nosotros para que lo amemos como Tú lo amas, ayúdanos a ver el mundo como Tú lo ves, a contemplar la historia como un lugar de bondad, de misericordia, del amor del Padre y de Jesús por toda la humanidad, por los pobres, los humildes, los que sufren, los marginados, por cada uno de vosotros. 

Madre de la esperanza, que esperaste en paz el Sábado Santo, mientras tu Hijo muerto yacía en el sepulcro, enséñanos a mirar con paciencia y perseverancia lo que vivimos en este sábado santo del tiempo en que muchos, incluso cristianos, tienen la tentación de no esperar ya en la vida eterna o incluso en el regreso del Señor. 

Tú que eres la Madre del amor y de la alabanza, concédenos participar cada día de nuestra vida en tu alabanza, en tu Magnificat, alegrarnos contigo por las pequeñas y grandes cosas que el Señor sigue obrando en medio de nosotros, alegrarnos contigo en la certeza de que Jesús resucitado está ya presente, aunque sea veladamente, en el mundo y en la historia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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